Coral de Lisboa

Os he admirado siempre, convecinos

de la mañana, hermanos del trabajo

durante el día, que al caer la noche

como un cansado párpado

sobre el sueño de la ciudad,

aún guardáis una brasa en vuestra sangre

para avivar la hoguera solidaria.


Os veo por las calles desoladas,

uno a uno, de prisa, sin pareja,

llevando bajo el brazo las canciones

junto al calor de vuestro pecho tímido.

Luego os juntáis, y crece vuestra fuerza,

como si de las manos enlazados

hicierais corro a un fuego misterioso.


Cuando oigo vuestro canto, no me basta

su hermosura.

Sois vosotros lo bello,

hombres de los metales con los ojos cansados,

muchachas del telar, delgados aspirantes

al turno sudoroso de los días,

que cada noche os apretáis en torno

de una bandera clara donde cuelga

la amistad sus corbatas de colores.

Este himno os debía. Si no vale

la voz de un hombre solo, hacedme sitio

para que cante hermano con vosotros.