A ti, Federico García,
amiga voz que nunca oí
de tu boca cuando eras hombre
y hoy resuena más cierta en mí:
Desde una noche de Lisboa,
treinta años después, abril,
quiero escribirte que estás vivo
aunque no sepas tu latir.
La Casa de Bernarda Alba.
Negras las penas —y el mandil—
en Portugal como en España.
¡Tu voz qué bien se entiende aquí!
Tu palabra, viva moneda
que sí se vuelve a repetir.