Noche de marzo en Sagres

Sólo un postigo y me encontré en la noche.

No recuerdo la fecha del edicto,

pero me sé llamado de muy lejos

a estos idus turbadores de soledad,

arruinada capilla donde poso cansado el corazón

y me desarmo caballero.

Don Sebastián, Don Sebastián…

El Rey clamaba trigo a España

para su plebe y ved cómo responde

Lazarillo de Tormes con sus hambres.

El Rey marchaba deslumbrante

de armaduras, de raso las banderas,

y en las tiendas alzadas frente al moro

sonaba el adorable choque de las vajillas.

Don Sebastián, Don Sebastián…

Teneos, caballeros lusitanos,

no vengáis a decirme

de mis tejas de vidrio,

de mi camisa propia

y allá mis adalides. Donde pongo

Don Sebastián puedo decir si cuadra

Don Carlos el de Gante que desmochaba comuneros,

juntar a Don Ordoño el de mi calle

con Don Alfonso Henríquez que estrenaba capa,


Don Dinís Labrador que era bueno y plantaba pinos,

Don Ramiro Segundo que era cruel y arrancaba ojos,

Doña Isabel de Portugal que inventaba rosas,

Don Alfonso en la pared de las escuelas,

Doña Leonor de las Misericordias,

Don Pedro del amor y las venganzas,

Don Juan Primero el de los buenos hijos,

los Reyes de los hijos mal nacidos,

los Príncipes al óleo y sus enanos,

los Fernandos, los Sanchos, los Duartes…

Larga y cara es la nómina de egregios,

los vuestros y los míos de León y sus ensanches,

con tiempo y ocasión de ser queridos

por sus ricos brocados y sus glorias,

odiados,

deseados,

maldecidos

y vueltos a querer.

En este promontorio

hay que alzar a lo alto las trompetas de oro

—alabado, alabado—

o preguntar vasallos pero sin inclinarse,

Alteza, Majestad, Como Se Diga:

por el honor que disteis a los pueblos,

por los duelos que hicieron vuestras armas.

Por los mapas crecidos,

pero también por tantos puentes y venturas


y las enfermerías

que nos dejasteis a deber.

Don Sebastián, Don Sebastián.