Tres

«¡Un paso al frente! Tú serás la piedra».

Como aquel hombre que llamaron Pedro.

Este que llaman Juan, o cualquier otro

nombre de salvación o de desgracia,

de pronto encuentra ardiendo entre sus manos

una llama, y hay hombres que le siguen.


¿Qué voz oculta, qué imperioso verbo

vino a nombrarlo entre la muchedumbre?

Ningún signo de luz sobre la barca,

ni en la despierta carne de la madre

el resplandor de los presentimientos.


Acontece que un día ya no basta

la mesa para cuatro con su pan

seguro, pero amargo; y en el lecho

feliz las horas blancas se revuelven.


El ya no es él. Escapan al sentido

todas las tiernas cosas renunciadas,

pinceles, instrumentos, colecciones

de deseos fingiendo mariposas.


Ahora lo miran miles, le preguntan.

El se mira también y se pregunta.

Nadie responde. Hay que inventar el modo,

el camino, la letra de los himnos

y la cueva feroz donde cantarlos.


Era un pozo de asombro estremecido

como aquel Pedro, pero un dedo firme

señala su ocasión y lo designa,

y es el jefe de un pueblo de la noche.