Circulaban rumores,
fuentes bien informadas proveían
detalles temblorosos, la curvada
figuración de un cuerpo entre dos luces,
la toponimia oscura de sus huecos,
el cuido con que hay que jardinearlo
y eso que los maestros
llamaban la hora tonta
de la incauta, el tiempo imperdonable
de la recolección.
Como pájaros nuevos aprendíamos
y una tarde sin viento nos soltaban
y había que volar.
Yo conmemoro
el inmenso desierto, la distancia infinita
si la andan unos dedos primerizos,
entre un rostro sabido y la profunda
culminación de un seno,
y hoy daría
no sé lo que daría por rehacer el viaje,
que tanto me cundiera
un cuerpo de mujer.