La casa de mi amigo era más luminosa

La casa de mi amigo era más luminosa,

iba a decir,

y no sería eso,

porque en los vanos de mi galería

de sol a sol cegaban los pardales.

El claror de la casa de mi amigo

no sé de qué, de dónde provenía,

acaso de que al padre no le decían de usted

o de que el padre nunca hablaba

de crisis

no se vende

qué pensará el Gobierno.

Él cuidaba sus largas escopetas,

la madre de mi amigo cuidaba sus largas manos,

a mí me llamaban para jugar.

Pero la luz más alta llegaba en los veranos,

venía en los vestidos de las primas,

no sé cómo mi amigo tenía tantas primas

y ellas tantos vestidos. Cada año

se enamoraba de una diferente,

siempre mayor que él y hasta más alta,

a mí me llamaban para jugar.

Con el tiempo aprendíamos lo oscuro,

las tardes de setiembre ensombrecían

como alacenas los pasillos hondos,

pero la luz estaba donde hubiera

una melena rubia, y el habla perezosa

que nos avergonzaba de la nuestra,

Qué brutos sois los chicos de este pueblo,

y aquel olor a lejos, como a puerto de mar.

Una mañana triste se marchaban

y ya nadie en el mundo dudaría

que iba a llover. Mi amigo

se vengaba en los pájaros.

Yo soñaba que ellas eran mis primas,

deben ser muy hermosos los pechos de las primas

temblando en los desvanes, pero a mí me llamaban

sólo para jugar.