Cuando ya el asaltante sabía
los postigos

Cuando ya el asaltante sabía los postigos

y la suave voluntad contraria

se había doblegado

con un asentimiento nunca dicho

todavía faltaba

un pedazo de patria, unos palmos de nada,

un lugar más pequeño

que lo que pide un árbol

para acostar su sombra.

Andaban los amantes

lacios y rencorosos, dolidos de la tierra

inmensa y tan injusta repartida.

Pero el seso se aviva y se despierta

para la vida más que por la muerte.

Y fueron descubiertas las comarcas

de la primera libertad, furtivo

gozo de un bosque sin su guardabosques,

ruinas de monasterios sin culebras,

el prado sin alambres,

un parque al que se arrancan los edictos.

Volvíamos despacio

con una hierba húmeda en los dientes,

asombrados

de que el amor nos ensanchase el mundo,

quizás algo confusos

por si pecábamos contra el Gobierno.