Fombasallá es un nombre en que resuenan
bombas de gran palenque, lejanísima pólvora.
Era tocar el cielo con los brazos
crecidos del cansancio,
el día una antesala de la noche,
la noche un redondel donde brincaban corzas,
cintas de raso, piernas blancas de luna,
y todavía un friso de viejas encendidas
nos alentaba al gozo del instante
con el sermón de sus sumidas bocas.
Por los apartadijos de lo oscuro
íbamos al amor más diferente,
otras mañas, ahora del lobezno,
otro olor en la piel nunca desnuda,
otro el pasar del empujón que niega
al abrazo feroz que nos consume,
y todo sin palabras, sin suspiros,
como dos bestias nobles que se embisten.
Al mercado siguiente
bajaban a la villa con sus cestas
enredadas de fruta y una flor en los dientes,
y no nos atrevíamos a mirar sus caderas,
¡los amores bravíos! ¡el roce de una seda!
¡el escarpado rastro de las mozas silvestres!
Alguna vez, más tarde,
en el amor perfecto y blanco de la alcoba
he limpiado mis ojos, cristales y recuerdos.
Tienes los ojos tristes, oía a mi costado,
pero me gustan a pesar de todo,
y yo miraba lejos y veía de lejos
la levantada cresta del Malvís.