Las guerras unen mucho,
también hay camaradas de los libros
y de las herramientas,
pero qué trabazón los compañeros
en los domingos del amor.
Estábamos
en el café
nos espiábamos
las corbatas, rodábamos el humo
de cigarros sin fin, la brillantina
resplandecía al fondo de un espejo,
y todos los relojes del mundo conspiraban
contra nuestro deseo, perezosos.
Cuando al fin nos juntábamos con ellas
fingiendo una elegante indiferencia,
marchábamos al río como un bando
de pájaros mezclados, pero luego
se esbozaban parejas, de dos en dos huíamos
a las tupidas frondas, y eran primero gritos,
luego risas, murmullos, y el silencio.
No recuerdo más honda convivencia,
mayor respeto que el de los amantes
para los amantes,
nunca sospechamos
del confuso placer de no apartarse,
de los grupos de manos y de bocas,
no sabíamos
sino del mandamiento: No desearás
la novia de tu prójimo.
Los lunes
podíamos mirarnos cara a cara,
con ojeras acaso, más amigos,
también algo más hombres.