Los santuarios siempre cuesta arriba.
Por Quesada pregunto. Aquel repecho
y ya ciega la cal, la tarde, el aire
en que resalta el habitante oscuro
y otro y otro,
y todos me responden
que dónde puede ser sino en lo alto,
en el lugar más propio para un templo.
Entro despacio,
me descalzo
el polvo de los días mal vividos,
voy mirando el Museo,
la belleza pueril de los azules,
el ardimiento de lejanos lagos,
todo cuanto en papel cuché loan los críticos,
«Asocia el arabesco cubista de Picasso
a un abolengo fauve
paroxista»
Me rebelo. Dejadlo en ese rostro
del color de la tierra y aceituna,
resumidlo en los ojos pacientes de ese obrero,
que al pintor nos lo evoquen esas manos crecidas,
las rayas de ese dril,
confesión última.
Si ya se te entendía
con mirarte la frente despejada
y allí una arruga abierta donde duele,
Rafael
Zabaleta.