Cualquier tabla alargada (poco sé de maderas)
una mesa marcada por navajas sin tiempo.
Tener a mis costados la devuelta estatura
del poeta del Ágape que cantaba en la noche,
la gente de mi sangre,
quien me escribiera cartas,
el oscuro maestro de pasear los ríos.
Y Dios en la merienda.
No es pecado soñar que a Dios le gusta el vino.