Y todo es más sencillo. Las palabras
contienen el misterio, no hace falta
oscurecerlas con las (malas) artes,
son más profundas cuanto son más claras.
Coge un lápiz de niño si con alma
de niño, y una puerta y dos ventanas
dibujarás casi sin darte cuenta
con su tejado, y aún no será una casa.
Sólo cuando la nombres. Una casa,
la casa, nuestra casa, casa.
Por más que lo imagines, esa cosa
nunca pudo llamarse de otro modo
que no fuera sus dos sonidos, casa,
los cuatro signos por su orden, casa,
dentro posee el fuego
y una madre y ropa pero tú no tienes
que enumerarlo, casa, te basta casa.
Cómo hubiera podido ser: caloche
o lipa o manderés,
únicamente casa, y sobran
otras señales de la casa: casa.