No más que un día al año: es el festejo
común de dos ciudades fronterizas.
Se hermanan los colores, las monedas;
el puente viene y va sobre la ría;
postales y botijos del recuerdo
bajo los arcos de la bienvenida.
Pasa libre el amor de parte a parte
y habla la misma lengua antigua:
«—¿Vienes conmigo? Mira, esta es mi tierra,
aquí mi fuego, más allá mis viñas».
Los niños de aquel lado y de este lado
saben el mismo idioma de la risa,
y los viejos más viejos se recuerdan,
y no riñen los canes ni se hostigan.
«La paz es mucho más que una paloma»,
ora un prefecto, y otro le replica,
«la paz es mucho más que dos banderas
sobre un único mástil reunidas».
La musical presencia de las patrias
reparte en pasacalles la alegría.
Breves las horas si en amor se cuentan,
por la sierra ya está la anochecida.
Se apagan poco a poco los clamores.
La plaza queda absorta en sus bombillas.
Cae un telón de pena desde el monte.
Las banderas son dos. Color obliga.
Con la boca reseca de los lunes
van al trabajo los contrabandistas.