(Senetyotes con su esposo, 2560 antes de J.C.)
He cansado la tierra indagando los vestigios ilustres del amor,
el rastro de las naves de remos céleres y el canto de hilandera que las llamaba desde la playa,
la osamenta gloriosa de todos los caballos que fueron reventados
para llegar en punto,
monolitos que cierran largos desfiladeros
donde se conmemora un suicidio de trenzas,
el balcón y la escala,
la confusión del último ruiseñor que cede a la primera alondra
mientras el disimulo reina desde los astros.
He buscado los lechos
de los bien pareados,
memoria de sus ojos
a la altura condigna,
la huella de los cuerpos
hechos para los cuerpos,
los ejemplos yacentes
deducidos del mármol
en que esposos o amantes
duermen su simetría,
y como el peregrino que en vez del santuario adora la doctrina,
me he quedado en el gesto de esta princesa esbelta
que muestra con orgullo a la ciudad y al orbe
un hombre, su marido
prepotente y enano.