A Sira y Jaime Quindós
No la consagración de lo intachable,
sino la cuerda tensa de la vida.
No la gloria que arde
de su propia madera,
pero la ancha panoplia donde escoges
pluma o formón, o falo o daga
contra el acopio de los almanaques.
Más épocas que el arco de colores
hacías sucederse,
más arrugas de lo que puede el mármol,
y en ti lo coriáceo del labio
usado por el tiempo
se hizo sabor afín a las doncellas.
La complexión del ojo, la frente desatada,
el amor o el olvido por estrechos divanes
de fauno y arpillera y la lana del tórax,
los nudos marineros.
Una hogaza sagrada presta empleo a tus manos
si una humilde garlopa. Ronco cristal del vino.
Esa hombredad cuadrada
de hombre de diario
sobrepasa la cresta de tus gallos ardidos.
Aleja las palomas y arlequines.
Los caballos de cuernos torturados desciende
a otros limbos de niebla.
Y te levantas tú, llamado Pablo,
voz del estreno,
heraldo del combate contra el sol perezoso
que nace siempre
siempre
por el mismo descuido de la noche.