Un límite delgado
la forma de los cuellos
el vuelo de los ojos
el olor mismamente
distinto en las imprentas
y el que León lloviese
lentas tardes de ropa.
Cantábamos la trébede.
Ay vosotros los rubios patroncitos de vela.
Crecíais sin sabernos.
Vuestros bolsos azules
repletos de visados
y tantas lenguas vivas.