3 poemas del estío

1. Sed en la ausencia

Por fin llegó el estío, mas en vano

buscó mi corazón tu forma ilesa.

¿En dónde estás? Un sol entero pesa

tan inhumano ardor, tan inhumano


tonelaje de luz sobre mis huesos,

que he de morir de sed si tú no vienes

—¡traedla pronto, arcángeles o trenes!—

desbordada en el río de tus besos.


¿Ha de esperar aún esta ardentía

a que el cielo libere hasta la arena

de mi desierto el agua deseada?


Yo, insomne, consumido en lejanía,

sin ángel ni aeroplano que a mi pena

le dé el alivio de su brisa alada.


2. Dos, uno, siete, siete…

¿Qué muralla de hielo, alta y ajena,

alza su pecho entre tu voz distante

y esta voz mía? ¿Qué áspero bramante

o cable nuestras voces encadena?


¿Por qué, por qué a la íntima colmena

en que fabrico esta pasión amante

no ha de llegar tu aliento, ya volante

y evadido en la luz gozosa y plena?


No me basta tu voz amortiguada,

—casi perdida— en los auriculares.

¡Has de venir al sol de mis pinares!


¡Y he de prender en la escondida rada

de tus labios el ansia de los mares

y he de sorber tu lengua liberada!


3. Misa de doce

Cual si el sol estrenase en la mañana

de este domingo azul su limpia hoguera,

todo amanece nuevo, todo espera

un no sé qué de gracia más que humana.


La luz se hace burguesa y provinciana,

¡y cómo alza tu línea de palmera

y tu risa y tu gracia dominguera

hasta las torres que mi anhelo grana!

Los álamos te ofrendan su rosario

forestal y te anuncian las palomas

en la atalaya gris del campanario.


Todo me empuja a tu amorosa cita.

Que hasta el llano he bajado de mis lomas

por el roce de darte agua bendita.