1. Sed en la ausencia
Por fin llegó el estío, mas en vano
buscó mi corazón tu forma ilesa.
¿En dónde estás? Un sol entero pesa
tan inhumano ardor, tan inhumano
tonelaje de luz sobre mis huesos,
que he de morir de sed si tú no vienes
—¡traedla pronto, arcángeles o trenes!—
desbordada en el río de tus besos.
¿Ha de esperar aún esta ardentía
a que el cielo libere hasta la arena
de mi desierto el agua deseada?
Yo, insomne, consumido en lejanía,
sin ángel ni aeroplano que a mi pena
le dé el alivio de su brisa alada.
2. Dos, uno, siete, siete…
¿Qué muralla de hielo, alta y ajena,
alza su pecho entre tu voz distante
y esta voz mía? ¿Qué áspero bramante
o cable nuestras voces encadena?
¿Por qué, por qué a la íntima colmena
en que fabrico esta pasión amante
no ha de llegar tu aliento, ya volante
y evadido en la luz gozosa y plena?
No me basta tu voz amortiguada,
—casi perdida— en los auriculares.
¡Has de venir al sol de mis pinares!
¡Y he de prender en la escondida rada
de tus labios el ansia de los mares
y he de sorber tu lengua liberada!
3. Misa de doce
Cual si el sol estrenase en la mañana
de este domingo azul su limpia hoguera,
todo amanece nuevo, todo espera
un no sé qué de gracia más que humana.
La luz se hace burguesa y provinciana,
¡y cómo alza tu línea de palmera
y tu risa y tu gracia dominguera
hasta las torres que mi anhelo grana!
Los álamos te ofrendan su rosario
forestal y te anuncian las palomas
en la atalaya gris del campanario.
Todo me empuja a tu amorosa cita.
Que hasta el llano he bajado de mis lomas
por el roce de darte agua bendita.