La casa, la noche

¿Quién podría allanar este dominio

a cal y canto? Ni siquiera un ángel

si no viene de parte de Dios mismo.


La noche está rozando los cristales

como un lobo de cuento para niños.

No le abriré. Quede la noche fuera

con sus pálidos brazos ateridos.


¡Vientos, venid las alas a chocar,

mantos de lluvia, cielos lívidos…!

Ésta es mi casa donde estoy seguro

aunque tiemblen delgados los ladrillos.


¿Quién acecha? ¿Quién ronda en el aliento

espeso de la noche? Si furtivos

ladrones, búhos, sombras avipardas,

ésta es mi casa fuerte de pestillos.


Ni a la Fortuna extraña que viniese

a darme en peso su metal fundido,

ni a la Gloria vestida

color de verde olivo…


Levantaré los hierros celadores

sólo cuando se acerque sin ruido

el ángel que no nombro,

la noche que está escrito.


Saldremos de la mano,

y saltaremos luego en el vacío,

yo bajo el manto de sus alas,

con el temor de lo desconocido.


Hasta entonces, ahora, mientras tanto…

ésta es mi casa, y nada,

nadie podrá conmigo.