Tu clamor sin palabras, tu certero
anegar de oro y miel los corazones,
tu perenne alentar en aquilones
que conmueven la vida en que yo muero,
tu milagro sin par, tu lastimero
pregón brillando en muros y blasones
que guardaron Guzmanes y Quiñones
como guarda la mies el meseguero…
van hurtando mi nave pescadora
al pleamar de hierro y de cemento
que es la Ciudad. Y sólo leve viento
apresado en tu mano regidora,
voy a vivir en ti, hora tras hora,
yo mismo luz, y pan, y sacramento.