Al señor, día y noche en
San Isidoro de León

Tu clamor sin palabras, tu certero

anegar de oro y miel los corazones,

tu perenne alentar en aquilones

que conmueven la vida en que yo muero,


tu milagro sin par, tu lastimero

pregón brillando en muros y blasones

que guardaron Guzmanes y Quiñones

como guarda la mies el meseguero…


van hurtando mi nave pescadora

al pleamar de hierro y de cemento

que es la Ciudad. Y sólo leve viento


apresado en tu mano regidora,

voy a vivir en ti, hora tras hora,

yo mismo luz, y pan, y sacramento.