Canto la tierra, el trigo que le nace,
y repito la rosa demasiado;
los pájaros de Dios, las amistades
y tantas hermosuras voy cantando.
¿Podré callar entonces lo más mío?
Voy a decir los padres, los hermanos.
Hoy os requiero en vecindad del río
a merendar los dones del verano.
Ahora que todavía, cuando somos,
antes de que nos falte algún pedazo,
éste es el tiempo de extender manteles
sobre la hierba de los prados.
¡Qué júbilo de sol en la distancia
y de azulada sombra en los castaños!
Todo está pleno, el corazón, las cestas,
y la tarde sus zumos derramando.
Sobre la palma ruda de la tierra
pongo mi cuerpo a contemplar tumbado
la dimensión profunda con que el aire
pesa sobre mi pecho sin cansarlo.
A Dios lo siento arriba inconfundible,
y por la espalda el suelo donde aguardo,
y a vosotros os siento, los más míos,
como un calor dormido en el costado.
Esto es ser rico un hombre, tener madre
donde llorar aún, espejo claro
el padre que nos mira todavía,
y sangre repetida en los hermanos.
Decidme si no es tiempo hasta los bordes
de levantar la espuma de los vasos,
de saltar en el soto, de encender
una lumbre donde oficiar el cántico:
Porque madre se olvida de su espalda.
Porque el padre envejece muy despacio.
Porque les damos hijos de sus hijos.
Porque nos mira Dios desde lo alto.