El huerto

¡Cuántos años ganados

esperando

la madurez dorada

de este tiempo hermoso,

en que no se disipa

ni una gota del jugo

preciado de la vida!


Porque ahora, por fin,

acierto a demorarme

en el huerto que es mío;

alabo a Dios por la

salud de la naranja

con que me desayuno;

cada abrazo de amor

me obliga a nuevos himnos…


Y aún espero otra edad

más alta, que no en días

felices se compute,

mas en largos instantes,

todavía alargados

por la sabiduría

de sentirme viviendo

hasta los huesos.