Pero decidme, a veces, qué se puede
hacer con sólo el canto. Cuando gime
una mujer de noche: aquella misma
que iluminaba los alrededores
con el rojo voraz de su corpiño
y ahora está malparida, flor de espanto,
vientre en hervor al filo de la luna.
Porque a veces no es fácil la llegada
de la luz, y ninguno soñaría
que después de este trance se volviera
a ver el sol temblando en los tejados.
Aquí siento vergüenza de mi oficio
de cantor y reclamo una herramienta
para romper el paso, brazos rudos
con que palear la nieve, y el esfuerzo
para portar un cuerpo por el bosque
de las sombras, como un árbol herido.
¡Pido un camino para hacer más corto
el grito que pelea hacia la vida!