3

Pero decidme, a veces, qué se puede

hacer con sólo el canto. Cuando gime

una mujer de noche: aquella misma

que iluminaba los alrededores

con el rojo voraz de su corpiño

y ahora está malparida, flor de espanto,

vientre en hervor al filo de la luna.


Porque a veces no es fácil la llegada

de la luz, y ninguno soñaría

que después de este trance se volviera

a ver el sol temblando en los tejados.


Aquí siento vergüenza de mi oficio

de cantor y reclamo una herramienta

para romper el paso, brazos rudos

con que palear la nieve, y el esfuerzo

para portar un cuerpo por el bosque

de las sombras, como un árbol herido.


¡Pido un camino para hacer más corto

el grito que pelea hacia la vida!