El poema no tiene que llamarse nada.

Si este poema tuviera que llamarse algo

se llamaría La inocencia del poeta.

Lo empiezo por llorar lo más perdido,

no la pena del hombre que quisiera

creer de nuevo en brujas y milagros,

en quejas de doncellas ofendidas,

en el frescor del agua en los botijos,

en la seguridad de los caballos.

¡Más de nunca volver!:

Digo aquella manera de ponerme a los versos

como agachado al chorro de una fuente,

y ahora mismo,

si yo fuera más niño, más hombre, más verdad,

«Oh, día de fervor», escribiría

«(En la primera comunión de un ángel)»,

cosas así, si me atreviera.