Madrigal del viajante

Acaso pueda soportar yo solo

mi diaria porción de malandanza:

las ciudades sin sol y sus alcobas

crujientes en la noche, los caminos

de noviembre, los apagados llares.


Para ir con mi cartera entre las vías

puedo valerme de mis manos solas,

de mis cristales que la niebla empaña,

de mis pies de crecido niño torpe.


Lo que nunca podré si no contigo,

amor, es esta vacación pagada

que Dios de vez en cuando nos concede:

una tarde feliz mirando al río,

un pedazo de música en la noche,

una ciudad que no me compre nada.