LA MUJER Y EL PENE DE CERA

CUENTO NIVACLÉ, PUEBLO DEL CHACO ARGENTINO-PARAGUAYO

Se cuenta que una mujer, ¡quién lo diría!, a pesar de la cantidad de hombres que había para elegir, se casó con un pene de cera.

—¿Por qué será que esta mujer no se acerca al lugar donde los jóvenes bailan? —preguntó uno.

—Parece que odia a los hombres. Nunca los busca. Siempre está sola o con otras mujeres —dijo otro.

—¿Por qué no se casa, cuando hay tantos hombres que cantan en secreto para ella?

—No sólo eso: el otro día vi que el cuñado de tu sobrina tiró un terrón de tierra sobre sus huellas cuando pasó.

Así hablaban de ella.

—Creo que esta mujer anda casada con la cera —aseguró un hombre viejo, que por ser tan viejo siempre pensaba lo peor y casi siempre acertaba—. No sé cómo la cera se puede usar como hombre, nosotros la usamos solamente para terminar las flechas.

Así murmuraban todos. Las mujeres se burlaban y los hombres se lamentaban, porque había muchos sin pareja y ella era una mujer muy hermosa.

Los únicos que nunca escuchaban nada, por supuesto, eran ella y sus parientes más cercanos.

Un día su cuñado, casado con su hermana menor, vio que se le habían terminado las flechas. Buscó su cera por todas partes y no la encontró. Pensó que quizá se la había prestado a algún amigo.

—¿A quién le puedo haber prestado mi cera? —le dijo a un amigo.

—Búscala en el bolso de tu cuñada —le contestaron.

Y así descubrió el hombre lo que hacía su cuñada. La espió y vio las cosas que hacía de noche con su pene de cera.

—¿Cuánto tiempo faltará para que tenga un hijo de la cera? —se preguntaba—. ¿Cómo será un hijo así?

Cada día le daba más asco y rabia lo que hacía la mujer. Un día no aguantó más y se lo contó a su esposa, que se enojó muchísimo por lo que estaba haciendo su hermana mayor.

—Hay muchos hombres sin mujeres —le decía a su esposo—. ¿Cómo puede ser que ella prefiera hacer esa porquería con la cera?

—Busca la cera y tráemela —le pidió el esposo—. Hace mucho que ya todos estaban enterados menos nosotros. Además, necesito la cera para hacer mis flechas. ¡Qué vergüenza!

La chica fue a buscar la cera del bolso de su hermana mayor. No le sorprendió que tuviera forma de pene. Pero sí se asustó del tamaño: era grande, largo y muy grueso.

El esposo tomó el pene de cera y lo untó con ají picante bien maduro.

—Te voy a enseñar yo a despreciar a los hombres por la cera —decía—. Pagarás toda la vergüenza que nos hiciste pasar.

Su esposa volvió a poner el pene de cera donde lo había encontrado, en el bolso de su hermana mayor.

Esa noche, cuando todos se acostaban para dormir alrededor de la choza, la mujer se llevó, como siempre, su bolso para usarlo como almohada… y para tener el esposo que a ella le gustaba en su echadero. También, como de costumbre, hizo con la cera lo que los esposos suelen hacer con sus esposas.

—¡Ay… ay… ayyyyy!!

En cuanto se metió el pene de cera, empezó a sentir el dolor quemante del ají que se le metía en la carne. Gritó, pidió socorro, aulló de dolor, se revolcó, brincó y volvió a revolcarse.

Así pasó toda la noche gritando y retorciéndose. Una de las mujeres de la casa le pidió al cuñado que la curara.

—Es inútil que le dé masajes, que le chupe, le escupa o le sople —dijo él—. No vale la pena que le cante. Total, lo mismo se le va a pasar. ¡Mujer desvergonzada! Devuélveme a tu marido de cera que lo necesito para hacer mis flechas.

***

Los nivaclé pertenecen a la familia lingüística de los guaraníes y habitan el Chaco argentino-paraguayo. Y sus hombres parecen sufrir la misma terrible duda que angustia a todos los varones del mundo. Un hombre, ¿es realmente capaz de satisfacer a una mujer? Todos lo dudan en alguna parte de su ser. La mujer es profunda, insondable, insaciable. De ese temor, de esa inseguridad, en todas las culturas del mundo surgen cuentos y leyendas en que las mujeres aprenden a sobrevivir sin ayuda y sin necesidad de hombres. Algunas veces, reemplazándolos con animales (hay una gran cantidad de relatos y leyendas acerca de mujeres que desdeñan a los hombres porque han experimentado el placer de un pene mucho más grande), o como en este caso, con lo que hoy llamaríamos un consolador. Con la diferencia de que este pene de cera no «consuela» a la mujer de la falta de hombre, sino que lo reemplaza con ventaja. Las constantes metamorfosis de Zeus para seducir a sus amadas o amados (en ave, en animal, en lluvia de oro), ¿no son acaso otras tantas dudas que se plantea la masculinidad humana con respecto a su propio atractivo o eficiencia? Pero además, en este caso, la conducta reprobable de la mujer es profundamente asocial, ya que su pasión por el amigo de cera la aparta de su principal función dentro de una comunidad originaria: la reproducción.