SIEMPRE HAY LUGAR PARA UNO MÁS

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A las mujeres, cuando no se las acusa de frígidas, se las considera, en buena parte de la cultura popular, como insaciables y, por lo tanto, necesariamente infieles. El hombre tiene un límite biológico a su potencia. La mujer puede ser penetrada sin límites. Esa desconcertante diferencia ha llevado al hombre a pensar que la mujer quiere siempre más. Que una reina tenga como amantes a treinta y nueve esclavos negros, que una mujer no acepte reducir el número de los treinta hombres que la penetran cada noche, no aparece en los cuentos como situaciones de perversidad excepcional. Se trata simplemente de mujeres que en lugar de reprimir sus deseos como la sociedad lo exige, se han dejado llevar por su auténtica naturaleza: la lascivia sin límites.

Por otra parte, los hombres se sienten en constante peligro de ser reemplazados. Cuentos de indígenas sudamericanos demuestran que una mujer puede encontrar satisfacción en un pene de cera, un tapir o un caballo. Siempre preocupados por su potencia y por su capacidad de satisfacer a sus compañeras, los hombres deben actuar enérgicamente para evitar que las mujeres se den cuenta de que se los puede sustituir tan fácilmente.

En la fantasía masculina, el sexo de la mujer es inmenso, desmesurado, es un hueco infinito donde siempre hay lugar para otro hombre, una boca siempre abierta que pide más y más.