LA ESPOSA DE RABÍ AKIVA
RELATO JUDÍO
Cuando supo que su hija Raquel se casaba con un pobre pastor ignorante que no sabía ni una letra de la Torá, el suegro de Rabí Akiva la desheredó. Pero la joven amaba y respetaba a su marido y no le importaba compartir con él la pobreza más extrema.
Akiva y su mujer vivían en un pajar. Raquel no tenía ni siquiera un cepillo para peinarse. Pero él le quitaba la paja de sus cabellos y le decía: «Ojalá fuera rico, para hacerte una corona de oro». Su mujer un día le propuso:
—Ve a estudiar. Yo trabajaré y te esperaré.
Doce años duró la ausencia de Rabí Akiva. Y por fin volvió un día, seguido por doce mil discípulos. Al pasar por su casa, escuchó que alguien se burlaba de su mujer por haberse casado con un ignorante que la abandonó.
—Doce años no es nada —contestó ella—. Ojalá permaneciera lejos doce años más, si fuera para aprender y estudiar la Ley.
Sin darse a conocer, Akiva se volvió con sus maestros.
Doce años después volvió con veinticuatro mil discípulos. Su nombre era famoso y honrado por todo el pueblo de Israel.
Raquel fue a verlo y se echó a sus pies. Los discípulos trataron de apartarla. Pero Rabí Akiva la alzó y les dijo:
—¡Déjenla! Todo se lo debemos a ella.
Su suegro, avergonzado, les entregó la mitad de su fortuna. Rabí Akiva le dio a su mujer todo su amor. Y mandó hacer para ella una corona de oro.
***
Rabí Akiva es un personaje histórico cuya vida se encuentra rodeada de leyenda. Este relato del Midrash está destinado a elogiar la confianza y la paciencia de una esposa que lo merece todo por haber estado dispuesta a soportar nada menos que veinticuatro años de soledad y abandono. Al lado de semejante cifra, los siete años que esperó Catalina (la que estaba sentada junto al laurel) parecen pocos. Durante esos veinticuatro años, la esposa del Rabí Akiva no existe más que para la espera. En un grado de abnegación absoluta, sólo logra trascender negándose a sí misma para enaltecer a su marido.