UN HOMBRE HALLÉ ENTRE MIL, NI UNA SOLA ENTRE TODAS LAS MUJERES

CUENTO JUDÍO

Se cuenta que el rey Salomón, inspirado por el Espíritu Santo, dijo así: «Un hombre hallé entre mil, pero ni una sola entre todas las mujeres» (Ecles. 7:28). Cuando los rabinos del Sanedrín lo escucharon, se quedaron asombrados.

—Si así lo desean —les dijo Salomón—, puedo mostrar ante ustedes la verdad de esta sentencia. Busquen a un hombre y una mujer que sean conocidos en la ciudad por ser excelentes personas, apreciados y respetados por todos.

Los consejeros investigaron y encontraron a un hombre muy considerado por sus vecinos, que tenía una mujer hermosa y buena. El rey lo convocó a su presencia.

—Deseo honrarte —dijo Salomón— y convertirte en un gran señor en mi palacio.

—Tu siervo soy —contestó el hombre—. Y como uno más de tus siervos te obedeceré.

—Si eso es verdad —dijo el rey—, te ordeno que esta noche degüelles a tu mujer y me traigas su cabeza. Entonces te daré la mano de mi hija y te pondré por encima de todo Israel.

—Cumpliré tu deseo —dijo el hombre.

Volvió a su casa y encontró a su esposa muy hermosa, y vio a los hijos que había tenido con ella. Sintió que se le rompía el corazón y se echó a llorar. Su mujer intentó consolarlo: le preguntó qué le pasaba, le trajo de comer y de beber. Pero el hombre no tenía hambre y sólo pensaba en la horrible orden que debía cumplir.

—Vete con tus hijos a dormir —le dijo.

Y cuando ella se durmió, sacó la espada para degollarla. Pero entonces vio al bebé dormido entre sus pechos y a su otro hijito con la cabeza apoyada en el hombro de su madre y se dijo:

«¡Un diablo debe haber entrado en el corazón de Salomón! Pobre de mí, ¿qué debo hacer? Si la mato, mis hijitos también morirán. ¡Apártate, Satán!». Y guardó la espada. Pero después lo pensó mejor. «Si la mato, mañana el rey me dará a su hija y grandes riquezas».

Otra vez blandió la espada sobre su cabeza, pero entoces vio su hermoso y largo cabello esparcido entre sus dos pequeños y la compasión entró en su corazón. «Aunque el rey me diera todo su poder y todas sus riquezas, no podría matar a mi mujer». Volvió a enfundar su espada y se acostó junto a ella hasta que llegó la mañana.

Con la luz del día llegaron a buscarlo los enviados del rey y lo condujeron a su presencia.

—¿Lo has hecho? —preguntó Salomón.

—Quise hacerlo. Lo intenté más de una vez —contestó el hombre—. Pero mi corazón no me lo permitía.

Y el gran Salomón declaró ante sus consejeros:

—Hallé un hombre entre mil.

El hombre se fue en paz y el rey no se ocupó más de la cuestión durante treinta días. Entonces hizo traer secretamente a la mujer ante él.

—He escuchado hablar de tu belleza, te he visto y he llegado a amarte tanto que quiero que seas mi esposa. Reinarás sobre todas las princesas del reino y te vestiré de oro de la cabeza a los pies.

—Haré todo lo que desees —dijo la mujer.

—Debemos librarnos de tu marido —dijo el rey—. Mátalo y me casaré contigo.

Pero para asegurarse de que en ningún caso el hombre recibiría daño, Salomón le entregó a la mujer una espada de lata.

La mujer volvió a su casa y a su marido con la espada. Cuando el marido llegó, lo abrazó y lo besó.

—¡Siéntate, mi señor, corona de mi cabeza!

Su marido la escuchaba feliz. Se sentó y comieron y bebieron sin que él sospechara nada.

—¿Qué te gustaría hacer esta noche? —le preguntó a su mujer.

—Me gustaría emborracharte y gozar y alegrarme contigo.

Él se rio con ella alegremente y bebió hasta que se emborrachó y se durmió. Entonces ella blandió la espada que le había dado el rey y alcanzó a cortarle la piel. El hombre despertó de golpe, vio que su mujer estaba tratando de matarlo y la obligó a confesar lo que había sucedido.

Temprano a la mañana vinieron a buscarlos en nombre del rey y los llevaron ante él cuando estaba sesionando el Sanedrín. Ante el rey contó el marido todo lo que había sucedido entre él y su mujer.

—Si la espada no hubiera sido de lata, ya estaría muerto —terminó el hombre—. He tenido compasión de ella, aunque ella no la tuvo por mí.

—Yo sabía que las mujeres no son capaces de compasión —dijo el rey—. Por eso le di una espada de lata.

Y cuando el Sanedrín escuchó esto, dijeron así:

—Hay verdad en las palabras del gran Salomón: «Un hombre hallé entre mil, pero ni una sola entre todas las mujeres».

***

Ésta es la traducción de un texto que se encuentra registrado en el siglo XVI, en el texto de literatura midásica llamado Las parábolas del rey Salomón, pero la historia misma se conoce desde el siglo XI. El cuento pertenece a un ciclo de narrativa misogínica medieval que aparece en muchos libros del período. La natural maldad de la mujer, mucho menos compasiva que el hombre, está explicada en esta frase del Talmud: «Es más fácil aplacar a un hombre que a una mujer. El primer hombre viene del polvo blando, pero la mujer fue creada de duro hueso».