NO HAY NADA PEOR QUE UNA MUJER
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A las mujeres no sólo se las ha considerado simplemente malas. Se las acusa, además, de ser el origen de todo mal. La tentación sexual, que en realidad aflige (o alegra) a ambos sexos por igual, parece encarnarse en la mujer, la gran tentadora por «naturaleza». Y por culpa de la tentación hecha mujer, el castigo de los dioses se descarga sobre los seres humanos.
En la mitología griega, Prometeo pone en manos de los hombres el fuego y con él, la técnica: el conocimiento que les permitirá poseer la naturaleza, adueñarse del mundo. Con esa acción desafía a Zeus para beneficiar a los hombres.
Curiosamente, en la Biblia, Eva y la serpiente cumplen esa misma función.
Sólo que el dominio de la técnica, el trabajo de la tierra, el adueñarse del mundo, la posibilidad de separarse de la naturaleza, aparecen en el génesis como un castigo que Dios impone a los hombres.
¿Pero es en realidad un castigo?
El castigo que Zeus decide para los hombres, que todavía no lo son enteramente, es Pandora, su belleza, su curiosidad peligrosa. Pandora lleva a la humanidad la pasión, la vejez, la enfermedad, el dolor…O mejor dicho, conduce a la conciencia de todos esos males, que en rigor son parte de toda naturaleza. El temible regalo de Zeus, ¿no es, una vez más, lo que hace del hombre un ser cultural, aquello que lo aleja de la animalidad?
Pero, además de ser las culpables de todo daño, las mujeres aparecen en innumerables historias y refranes como seres malvados, crueles, dispuestos a matar o hacer sufrir a los hombres de todas las maneras posibles.
La tradición popular afirma que los hombres matan por impulso, en un rapto de emoción, mientras que las mujeres son capaces de planear fríamente los asesinatos más crueles. Los hombres matan a golpes o a tiros, las mujeres envenenan lentamente. Suponiendo que la estadística confirmara ese concepto tradicional, sería lógico suponer que cada sexo utiliza las formas de violencia que se encuentran más fácilmente a su alcance.
Lo cierto es que durante muchos siglos se ha afirmado que la maldad natural de la mujer es mucho mayor que la del hombre. A partir de la afirmación del rey Salomón «Un hombre hallé entre mil, pero no hallé una sola entre todas las mujeres», la tradición judeo-cristiana-islámica, en particular en la Edad Media, condenó en bloque a la mujer, que, después de todo, no tuvo alma hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI.
Frente a hombres ingenuos, bondadosos, confiados, dispuestos a olvidar rápidamente cualquier ofensa, las mujeres aparecen como acendradas en el rencor, sofisticadamente crueles, vengativas y dispuestas a arriesgar cuantas vidas humanas sean necesarias para satisfacer sus caprichos.
Aunque la traición podría considerarse una variante del engaño y no de la crueldad, en el cuento popular cuando la mujer perpetra una traición, suele acompañarla de un alto grado de regodeo sádico. El engaño y la mentira pueden tener su disculpa o su costado humorístico. Las historias de traición que aquí se cuentan, cargadas de odio y de maldad, son aquellas que permiten comparar una y otra vez en tantas culturas a la mujer con la víbora. Para vergüenza de la víbora, por supuesto.