LA ALCALDESA
CUENTO RUSO
Un campesino volvía de la asamblea de la aldea.
—¿A quién eligieron alcalde? —le preguntó su mujer.
—A nadie todavía —contestó él.
—Entonces, deben elegirme a mí —dijo ella, hablando muy en serio.
Sucede que ésta era una mujer decidida y de carácter fuerte. Harto de ella, el marido decidió darle una lección. Volvió a la asamblea, contó lo que había pasado y convenció a todos de que eligieran alcaldesa a su mujer.
La mujer enseguida se sintió muy a gusto en su puesto. Se dedicó a beber en la taberna con los hombres, a dar órdenes sin pies ni cabeza y a pedir sobornos.
Pero cuando llegó la fecha de entregar los impuestos al enviado del zar, ella no se había ocupado de recaudarlos. Vino un cosaco a llevarse el dinero y preguntó por el alcalde. La mujer ya había corrido a esconderse en su casa.
—Marido, maridito, ayúdame —dijo la alcaldesa—. Méteme en una bolsa como ésa, donde están guardados los granos.
El marido la metió en una bolsa y la dejó entre otros sacos de trigo que había por allí.
—¡Conque se escondió el alcalde! —dijo el cosaco cuando llegó a la casa.
Y sin dudar ni mucho ni poco, la emprendió a latigazos con esa bolsa de cereal de forma tan rara.
—¡Ay, que renuncio! ¡Ay, que ya no quiero ser alcaldesa! ¡Nada de alcaldesa! —gritaba la mujer.
El cosaco se fue cuando se le cansó el brazo.
A la mujer se le quitaron las ganas de mandar, ya no quiso ser alcaldesa y desde ese día se mostró muy sumisa con su marido.
***
Muy merecidamente, este cuento ha hecho las delicias de la crítica feminista. El desprecio hacia la capacidad de la mujer en todo sentido es tan brutal que exime de comentarios. Como suele suceder en los cuentos rusos, todo se soluciona con una buena paliza.