LA MUJER TESTARUDA
CUENTO RUSO
Un campesino estaba casado con una mujer gruñona, malhumorada y terca como una mula. Siempre quería salirse con la suya. Pero además tenía la fea costumbre de apoderarse de cualquier animal que se acercara a su corral, diciendo que era suyo.
Una vez entraron en el corral unos gansos ajenos.
—Son los gansos del conde, tendríamos que avisar a la gente del castillo.
—¿De quién dijiste que son estos gansos? —gritó furiosa su mujer.
—Del conde.
—¡No, no y no! ¡Son nuestros! ¡Ay, que me muero por culpa de tus mentiras! ¡Ay, ay, ay! —y la mujer se tiró al suelo quejándose y retorciéndose.
—¿Qué te pasa, mujer, por qué te quejas?
—¿De quién son esos gansos?
—Del conde —repitió el hombre, desconcertado.
—Me muero —aseguró la mujer—. Llama al pope corriendo.
El marido mandó en busca del pope. La mujer se confesó, le dieron la extremaunción y el pope se fue.
—¡Pero, por favor, mujer, dime qué te ocurre!
—Y tú dime de quién son los gansos.
—Del conde.
—Me muero. Que preparen el ataúd.
Vino el carpintero, le tomó las medidas y preparó un ataúd.
—El ataúd está listo, mujer.
—¿De quién son los gansos? —preguntó ella.
—Del conde.
—Bueno, ya estoy muerta del todo. Que me metan en mi ataúd.
La metieron en el cajón y llamaron otra vez al pope.
El marido se inclinó hacia ella y le dijo en voz baja:
—Mujer, por favor, mira que ya llevan el ataúd a la iglesia para el responso.
—¿De quién son los gansos? —susurró ella.
—Del conde.
—Que me lleven a la iglesia.
Levantaron el ataúd, lo llevaron a la iglesia, terminó el responso… El marido volvió a acercarse al supuesto cadáver.
—Te llevarán al cementerio. ¿Quieres que te entierren viva?
—¿De quién son los gansos?
—Del conde.
—Entonces estoy muerta.
Llevaron el ataúd al cementerio. Antes de que lo cerrasen y lo bajaran a la tumba, se acercó el marido.
—Mujer, es tu última oportunidad. Van a bajar el ataúd a la fosa y te echarán tierra encima. ¡No estás muerta!
—¿De quién son los gansos? —contestó ella.
—Del conde.
—Que bajen el ataúd y le echen tierra encima.
El ataúd reposó en el fondo de la fosa y lo cubrieron de tierra.
Así fue cómo los gansos del conde terminaron de una vez para siempre con la mujer porfiada.
***
Mientras que otros defectos femeninos se pueden curar con una buena paliza, el vicio de la porfía parece ser mucho más grave, porque una y otra vez en los cuentos populares aparece castigado con la muerte. De vez en cuando, hay que admitirlo, aparece algún hombre porfiado, pero únicamente en discusiones con otro hombre, jamás con su mujer.