LA MEJOR NUERA
CUENTO HAN
Zhang Gulao era un campesino que debía su prosperidad a su gran inteligencia. Ya era anciano y tenía cuatro hijos, tres de los cuales estaban casados. Las familias vivían juntas para no tener que dividir la tierra.
Ninguno de sus hijos era tan inteligente como Zhang, y él lo sabía. Los tres mayores se habían casado con tres muchachas bonitas, cariñosas y un poco tontas. La familia corría peligro de arruinarse después de la muerte de Zhang Gulao. La única esperanza del anciano era encontrar una esposa inteligente para su hijo menor.
Un día reunió a sus tres nueras y les dijo:
—Ustedes deben extrañar a sus padres. Vayan a visitarlos.
—¿Y cuánto tiempo podemos quedarnos con ellos? —preguntó, respetuosamente, una de ellas.
—La mayor puede quedarse por tres… por cinco días. La segunda siete, más… ocho días. La tercera quince días. Pero las tres deben irse y regresar juntas.
Las tres nueras asintieron sin pensar mucho en lo que les estaba diciendo, un poco ofendidas y celosas porque no les había dado el mismo permiso a las tres.
—También quiero que me traigan regalos —continuó el anciano.—. La mayor debe traerme algo que parezca un rábano con el corazón amarillo. De la segunda quiero un fuego cubierto con papel. Y la tercera, que venga con una tortuga sin patas.
Las tres prometieron cumplir los deseos del suegro y partieron. Sin embargo, cuando llegaron a la encrucijada donde debían separarse, se acordaron de las órdenes de su suegro y se pusieron a llorar muy confundidas. ¿Cuándo tenía que volver cada una? ¿Cómo harían para cumplir una orden tan difícil? ¿Qué eran esos regalos tan raros? Tanto lloraban, y con tanto sentimiento, que las escuchó Quiaogu, la hija del carnicero Wang, que vendía carne de cerdo en un puesto al lado del camino.
Cuando Quiaogu escuchó el problema les pidió a las muchachas que le repitieran con toda exactitud lo que su suegro les había dicho, palabra por palabra.
—Es fácil —las tranquilizó—. La mayor tiene permiso para quedarse tres por cinco días. Y tres por cinco es quince. La segunda debe volver después de siete y ocho días. Y siete más ocho también es quince. O sea que las tres deben estar de vuelta a los quince días.
Las chicas se sintieron muy aliviadas al descubrir que su suegro no había hecho diferencias entre ellas.
—En cuanto a los regalos —siguió Quiaogu—, un rábano blanco con el corazón amarillo es exactamente como un huevo, y ése es el regalo que pidió Zhang. El fuego cubierto por papel es simplemente una lámpara de aceite o de vela con su pantalla. Y nada se parece tanto a una tortuga sin patas como un buen queso de soya.
Cuando volvieron las tres juntas a los quince días trayendo los regalos que les había pedido, Zhang se quedó muy sorprendido, porque sabía que a ellas nunca se les hubiera ocurrido la solución. ¿Quién las había ayudado a descifrar los acertijos?
Al día siguiente, Zhang fue personalmente al puesto que atendían Wang y su hija a comprar carne de cerdo.
—Quiero comprar varias cosas —le dijo a Quiaogu—. Dame un paquete de piel pegada a la piel, otro de carne que golpea a la carne, y otro de carne sin grasa y sin hueso.
Sin hacer ningún comentario, Quiaogu le preparó tres paquetes de carne envuelta en hojas de loto y se los entregó.
Zhang miró el contenido. En uno encontró orejas (la piel pegada a la piel). En el otro había rabo (carne que golpea a la carne) y en el tercero había hígado (carne sin huesos ni grasa). Muy contento, pensó que esta mujer era la nuera que buscaba.
Pronto envió una casamentera a la casa de la familia Wang y con el acuerdo de todos los interesados se realizaron las bodas entre Quiaogu y el hijo menor de Zhang Gulao. El anciano campesino le entregó a su nueva nuera las llaves de la casa y la puso al tanto de todo lo que concernía a la administración. Nunca se arrepintió, porque la prosperidad aumentó para todos.
Un día Zhang, tranquilo y despreocupado, estaba sentado junto a la puerta pensando en lo bueno que era haberse librado del feo trance de tener que pedir prestado. Contento y conmovido, tomó un trozo de arcilla y escribió en la puerta estas palabras: NO NECESITO AYUDA DE NADIE.
Justamente, ese día pasó por esa calle de aldea el funcionario que administraba toda la región, llevado en su palanquín. Leyó la inscripción y no le gustó nada. Furioso, sintiendo que la frase era un insulto a su alta investidura, hizo comparecer ante sí al pobre Zhang.
—Ya que se jacta de ser tan independiente —le dijo—, le doy tres días para buscar tres cosas. Sin ayuda de nadie. De lo contrario lo castigaré por engañar a un funcionario del emperador.
Zhang estaba terriblemente arrepentido de su tonta idea, pero ya era tarde.
—¿Cuáles son esas tareas, señor?
—Quiero un toro que pueda parir, suficiente aceite como para llenar el mar, y una tela negra que cubra el cielo.
Y se fue, dejando a Zhang transpirando de angustia. Su preocupación era tan grande que ya no podía comer ni dormir.
Hasta que la inteligente Quiaogu logró tanquilizarlo. Ella encontraría la solución.
Tres días después, cuando volvió el funcionario distrital, lo recibió la hermosa jovencita.
—¿Dónde está Zhang Gulao?
—No puede atenderlo ahora —dijo Quiaogu—, está sufriendo mucho con los dolores del parto, a punto ya de dar a luz a su bebé.
—En el mundo, sólo las hembras dan a luz —tronó el alcalde—. Ningún macho puede estar pariendo.
—Y si usted lo sabe, ¿por qué le exige buscar un toro que lo haga?
El alcalde se quedó callado y finalmente contestó de muy mal modo.
—Está bien. Pero entonces, quiero el aceite para llenar el mar.
—Eso es fácil, señor. Por favor, vacíeme el mar para que pueda llenarlo con aceite.
—El mar es inmenso, ¿cómo voy a vaciarlo?
—Si no lo vacía y queda lleno de agua, ¿adónde voy a volcar mi aceite? Se va a desbordar, es demasiado peligroso —contestó la ingeniosa muchacha.
Rojo de vergüenza porque no encontraba una respuesta adecuada, el funcionario vociferó la última condición.
—¡Y dónde está la tela negra que cubra el cielo!
—Ya está lista, no tengo más que cortarla. Dígame las medidas del cielo y la tendrá.
—¡Nadie sabe la medida del cielo!
—Entonces no podré cortar la tela.
Furioso pero sin palabras, el mal hombre dejó de insistir en sus pedidos, subió a su palanquín y se marchó. Desde entonces, Zhang Gulao y su gran familia vivieron muy tranquilos y contentos, siempre prósperos gracias a la inteligencia de la nuera menor.
***
Este cuento chino, de la nacionalidad han, es un típico cuento de ingenio, con preguntas y respuestas en forma de acertijo, como se encuentran en toda la extensión del continente euroasiático. No hay casi ningún pueblo que no los tenga en su acervo cultural. Suelen incluir juegos de palabras intraducibles, pero que tienen equivalentes comparables en todos los idiomas. En este caso, una muchacha supera en inteligencia a todos los varones jóvenes de la casa. Sin embargo, no nos apresuremos a felicitarnos por el reconocimiento de la inteligencia femenina que se da en este tipo de cuentos, en los que aparece con frecuencia una mujer como personaje principal (por ejemplo, «La sabia Catalina» en Italia, o «Vasilisa la sabia» en Rusia). Para reforzar la admiración del oyente o el lector por la inteligencia puesta en juego, se le suele atribuir esa cualidad a alguien de quien no se espera semejante desempeño: así, el sabio suele ser un niño pequeño, un campesino ignorante… o una mujer.