LOS CUENTOS DE SENDEBAR

CUENTO DE ORIGEN PERSA, HEBREO, HINDÚ O GRIEGO

El rey Bibar tenía ocho mujeres y cada una solía acostarse con él durante una semana. Sin embargo, no tuvo hijos hasta la edad de ochenta años.

La alegría del rey con el nacimiento de su heredero no tuvo medida. Hizo llamar ante sí a los siete sabios más sabios de todo su reino y les pidió que estudiaran el horóscopo de su hijo.

Todos coincidieron en que el niño viviría y heredaría el reino, siempre que lograra superar cierto peligro mortal, que se iba a presentar alrededor de los veinte años.

El más sabio de los siete sabios se llamaba Sendebar. A él le fue confiada la educación del niño. Y en verdad logró transmitirle toda su inteligencia y toda su sabiduría.

Cuando el príncipe tenía veinte años, el rey pidió a Sendebar que lo trajera ante su corte para demostrar a todos que ya estaba en condiciones de gobernar el reino.

Esa noche, Sendebar y el príncipe observaron las estrellas para conocer su suerte. Y así supieron que si el joven abría la boca en los siguientes siete días, moriría en el acto. El príncipe se presentaría ante el rey, pero no podría mostrarle nada de su sabiduría: debía permanecer callado.

El muchacho se presentó ante el rey. Los nobles se acercaron y lo interrogaron. Pero él no contestaba nada.

—Quizás Sendebar encontró que tu hijo era tonto y por eso no le pudo enseñar nada —dijeron los envidiosos al rey—. Quizá le dio un bebedizo para despejar el entendimiento y era tan fuerte que se ha quedado mudo.

Cuando el rey escuchó esto, dio un grito grande y amargo, se rapó la cabeza y rasgó sus vestiduras.

Entonces se presentó la favorita del soberano. Una bellísima joven a la que amaba más que a todas sus mujeres.

—Ya que tanto me amas, oh rey, déjamelo a mí. Yo sabré abrir su corazón con mis palabras.

Y el rey lo permitió. Entonces ella lo llevó a su habitación y le dijo:

—¡Habla! Sé que callas por astucia. Durante tu adolescencia me amaste más que a tu madre. ¡Háblame ahora!

Pero el muchacho no contestaba. Ella lo besó y lo abrazó mientras seguía hablándole. Abrió sus vestidos y descubrió su carne ante él.

—¿Has visto a una mujer tan hermosa como yo? Háblame y acuéstate conmigo. Tu padre es un anciano de cien años: lo mataremos. Tú serás rey y yo seré tu esclava.

Cuando la mujer vio que el príncipe se tapaba los ojos para no tentarse con su desnudez, se dio cuenta de que él estaba actuando con gran astucia. Tuvo mucho miedo. «Si no logro que lo maten», pensó, «puede denunciarme y el rey ordenará que me maten a mí».

Entonces rasgó sus vestidos, se desordenó el cabello y poniéndose las manos en la cabeza se presentó gritando ante el rey.

—¿Qué te pasa? —preguntó él.

—¿No dijiste que tu hijo estaba mudo? ¡Era mentira! Está actuando. Es falso y malvado. Vino conmigo y cuando traté de hablarle me agarró, quiso yacer conmigo y luchamos.

El rey se enojó muchísimo al escuchar sus palabras y gritó, ardiendo de ira:

—¿Acaso éste puede ser rey? ¡No es apto para reinar!

Y ordenó a sus servidores que le cortaran la cabeza.

Pero los seis sabios consejeros se dieron cuenta de que el muchacho era inocente.

—Es esa maldita que miente. Si el rey lo mata, se arrepentirá y se volverá contra nosotros por no haberlo disuadido de su enojo. Debemos librarlo del verdugo.

Uno de los sabios se presentó ante el rey y prosternándose con el rostro en tierra dijo así.

—Oh, mi señor, no debes obrar a la ligera. No te apresures a matar a tu hijo por las palabras de una mujer, pues muchos son los engaños de las mujeres.

Y para demostrarlo, el sabio le contó al rey un cuento en el que demostraba los perjuicios de actuar sin reflexionar. Durante siete días los sabios y la mujer estuvieron intentando obtener para sí la voluntad del rey. Con sus historias, la favorita lograba persuadirlo de que debía matar a su hijo. Y los sabios, mostrándole de una y mil maneras los engaños, falsedades y maldades de que son capaces las mujeres, volvían a torcer su voluntad.

Pasados seis días, viendo que no lograba que el rey tomara la decisión final, la mujer disolvió unos polvos mortales y los bebió. Pero el rey se apresuró a darle de beber un antídoto y la salvó. Después mandó matar a su hijo sin demora. Sin embargo, los consejeros consiguieron que postergara su decisión un día, sólo un día más.

Y así se cumplieron los siete días y llegó por fin la hora en que el joven pudo hablar.

Abrió su boca, habló con sabiduría y ciencia y ningún misterio ofrecía para él dificultad. El rey y los nobles le preguntaron por lo que había pasado con la mujer, y él les contó todo lo que ella había dicho, cómo había tratado de seducirlo y convencerlo de que mataran a su padre.

La opinión de los sabios era matarla, pero algunos dijeron:

—Cortémosle las manos y los pies.

—Arranquémosle los dientes —decían otros.

—Dejémosla ciega —proponían otros.

Pero el príncipe solicitó del rey y sus consejeros perdón para su falta y que no se la ejecutara. El rey, los nobles y todo el pueblo se alegraron por el perdón.

El rey ofreció grandes regalos al sabio Sendebar, que había dado tanta sabiduría a su hijo.

—Lo único que te pido —contestó Sendebar— es que no hagas a tu prójimo lo que a ti te sea odioso, y que lo ames como te amas a ti mismo.

Siguió el rey Bibar el consejo de Sendebar, vivió ciento treinta años y murió. Su hijo reinó en su lugar y fue más sabio que todos los sabios de la India bajo la guía de Sendebar.

***

La colección de relatos conocida como «Los cuentos de Sendebar» fue muy popular en la Edad Media y circuló en tantas versiones y en tantos idiomas que resulta hoy muy difícil establecer su origen. Con algunas variantes, aparece en Las mil y una noches y en español en el Libro de los engaños y ensañamientos de las mujeres. Circuló también con el título de «Los siete sabios de Roma». En el marco de la lucha entre los sabios y la mujer por ganarse la voluntad del rey, se engarzan una serie de cuentos ferozmente misóginos de los cuales reproducimos algunos en esta selección.