EL JURAMENTO

CUENTO DE ORIGEN PERSA, HEBREO, HINDÚ O GRIEGO

Un hombre muy religioso tenía una mujer hermosa. Cuando él partía para comerciar, ella traía a su amante y se acostaba con él.

Cierta vez, el mercader volvió de uno de sus viajes y vio que la pared estaba llena de escupitajos de hombre.

—Un hombre ha entrado aquí y se ha acostado contigo —le dijo, furioso, a su mujer.

—No diga tal cosa, mi señor —contestó ella—. Desde el día en que te fuiste, no me ha tocado ningún hombre ni siquiera con el dedo meñique.

El marido no le creyó.

—Estoy dispuesta a hacerte un juramento en el templo, como lo manda la religión.

El hombre aceptó: un juramento no era cosa sencilla. Nadie se atrevía a mentir cuando juraba por la religión, porque la pena para la mentira era la muerte.

Antes de salir hacia el templo, ella le envió un recado a su amante diciéndole que viniera a su encuentro trayendo un cuenco de arcilla, que debía dejar caer antes de que ella pasara.

El amante fue caminando en dirección contraria. Dejó caer la vasija con agua. La mujer pisó el suelo mojado, fingió resbalar y el hombre la sostuvo para evitar que cayera.

Después todos siguieron su camino.

Llegaron ante el libro santo y ella hizo el siguiente juramento:

—Juro sobre este libro que desde el día en que partiste de viaje no me ha tocado ningún hombre, excepto el que hoy me ayudó a no caer cuando resbalé en el piso mojado.

El marido le creyó y volvieron a su casa en paz.

***

En «Los cuentos de Sendebar», el rey está a punto de matar a su hijo, a quien su favorita acusa de intento de violación. Para disuadirlo, sus consejeros le cuentan historias como ésta, en la que se enseña a no confiar en juramentos de mujeres, capaces de engañar sin necesidad de mentir. Me llama la atención la aguzada inteligencia de la protagonista de este cuento y su curioso temor a jurar en falso.