LA CALLE DE LA QUEMADA
LEYENDA COLONIAL DE MÉXICO
En una calle de la ciudad de México llamada hoy la Quinta Calle de Jesús María vivían un caballero español de alcurnia y de dinero y su bellísima hija, Doña Marina. No sólo por su belleza era famosa la joven, sino por sus muchas virtudes espirituales y su gran generosidad. Por supuesto, tenía muchos pretendientes, pero sólo uno de ellos consiguió ganar su corazón.
Se trataba de un valiente hidalgo español, Don Martín, que se había destacado en las campañas de Flandes. Por su apostura y su gentileza, Don Martín fue inmediatamente correspondido. Pero el amor de la dama no era suficiente para él. Los celos lo corroían de una manera insidiosa y brutal. Por más convencido que estuviera de la fidelidad de Doña Marina, no podía soportar la idea de que otros amaran a su amada. Apostado en la calle donde ella vivía, no permitía que ningún caballero pasase siquiera por allí. Con frecuencia los retaba a duelo por la muy dudosa ofensa de pretender pasar bajo el balcón de Doña Marina. Lo cierto es que más de un joven impetuoso aceptaba medirse con su espada. Don Martín era un excelente espadachín y siempre salía vencedor.
A causa de la locura de los celos, las relaciones entre Don Martín y Doña Marina se habían convertido en un infierno. Ningún juramento bastaba, ni la conducta impecable de la dama era suficiente para tranquilizar al celoso. Pronto llegaron a oídos de Doña Marina las noticias sobre las consecuencias de los duelos que desencadenaba el delirio de su amado.
Fue entonces cuando tomó su trágica decisión. Encomendándose a Santa Lucía, la santa que se arrancó los ojos, Doña Marina decidió terminar con la fuente de tanta desdicha: esa belleza que ahora odiaba más que nada en el mundo. Tomó un braserito de plata y hundió la cara entre los carbones enrojecidos. Con el rostro destruido por la horrible quemadura, se desvaneció sobre su cama.
En cuanto supo la noticia, Don Martín corrió a su lado. No temió levantar el velo negro que cubría esa cara ensangrentada, destruida. Doña Marina había supuesto que su fealdad los libraría a ambos del tormento del amor y de los celos. Pero Don Martín seguía amándola como siempre, más que nunca.
Un año después, se llevaba a cabo una extraña ceremonia nupcial. Una dama con la cara cubierta por un velo blanco, largo y espeso, contrajo matrimonio con un noble español.
Cuenta la leyenda que durante el resto de su vida nada turbó la serenidad del amor que se profesaba la pareja. Como recuerdo de su enorme belleza, conservó ella el brillo de los ojos, el color de los labios y el sonido cristalino de su voz.
Desde entonces, como recuerdo de la mujer capaz de tan terrible sacrificio, esa calle se llamó para siempre la Calle de la Quemada. Una calle con ese nombre sigue existiendo hoy en la colonia Narvarte de México DF.
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Una y otra vez aparece en la literatura popular la idea de la belleza femenina como fuente de tentación y por lo tanto de males. El velo de la mujer árabe, el chador iraní, la burka afgana intentan paliar el problema. Cuando Ataturk en su afán de modernizar Turquía prohibió a las mujeres usar el velo islámico, el escándalo fue grave: ¿cómo podrían resistir los hombres la vista de una boca femenina desnuda? Aunque Occidente no exige a las mujeres ocultar su rostro, Doña Marina es ensalzada por la heroica decisión de desfigurar su belleza. La misma decisión que, del otro lado del mundo, llevará a la monja budista japonesa Ryonen a deformar su cara con cicatrices. En cambio, no existen relatos acerca de hombres dispuestos a dañar su cuerpo para no tentar a las mujeres. Ni se conoce ninguna cultura dispuesta a alabar semejante decisión.