LA REINA Y LA CAMPESINA

CUENTO DE LA INDIA

Un rey y su reina recorrían el país a caballo cuando llegaron a una región muy pobre. El rey se entristeció al ver esa chozas miserables en las que vivían sus súbditos.

—No entiendo a los dioses. Estos hombres trabajan duramente y sin embargo no tienen nada.

—¡Tonterías! —dijo la reina—. Los dioses no tienen nada que ver. ¡Todo es culpa de las mujeres! Te propongo una prueba: quiero quedarme aquí, en una de estas chozas, y que la mujer del campesino ocupe mi lugar en el palacio. Sólo por unos meses.

No fue fácil persuadir al rey, al que la idea no le gustaba, pero la reina tenía sus métodos y lo consiguió.

En la choza, la reina se indignó al ver lo sucio que estaba todo. Lavó el piso, las paredes, las ollas. Esparció bosta de vaca en el piso y cuando se secó, lo adornó dibujando arabescos con polvo de tiza. No le permitió al campesino quedarse tranquilamente sentado en su casa, sino que lo echó afuera con la orden de conseguir trabajo de cualquier tipo.

Todas las tardes, cuando el hombre le entregaba lo que había ganado ese día, la reina ponía una o dos rupias en un pote y usaba el resto para comprar lo que hacía falta en la casa. Después de un tiempo, tuvieron suficiente como para comprar una cabra y así pudieron vender leche.

Al rey no le fue tan bien. La mujer del campesino era maleducada, sucia y peleadora. No se molestaba en averiguar qué prefería comer el rey para ordenarlo en la cocina, ni se preocupaba por la hora en que se servía la comida. Por más que tuviera cientos de servidores, su dormitorio siempre estaba desprolijo.

Cuando el rey la fue a buscar, desesperado por tenerla de vuelta en el palacio, la reina estaba muy satisfecha. No sólo el campesino estaba mucho mejor en todo sentido, sino que había aprendido cómo debe comportarse una mujer. Ahora se ocuparía de que su esposa tuviera la comida lista cuando él llegaba, limpiara como corresponde, ahorrara dinero y hablara con educación.

—Ya lo ves —dijo la reina—. No es cuestión de dioses. Un hogar feliz y próspero depende de la mujer.

***

¡Cuántas cosas dependen de la mujer! También la prosperidad del hogar. En efecto, se atribuye a la dueña de casa la máxima responsabilidad en la economía y el bienestar de la familia. Es muy práctico echarle la culpa de la pobreza a las mujeres: de este modo, la reina libera de culpa a los gobernantes. Este cuento, nada inocente en cuanto a su idea central de achacar la pobreza a los mismos pobres, no tiene en cuenta algunos pequeños detalles. Por ejemplo, ¿estaría el campesino dispuesto a obedecer a su propia esposa con la misma presteza con que obedecía a la reina?