SOBRE LA IMAGEN DE LA MUJER EN LA LITERATURA POPULAR

ESCRITURA Y TRANSMISIÓN ORAL

Esta recopilación no exahustiva intenta dar cuenta de la imagen de la mujer en la sabiduría popular de los más diversos pueblos y culturas del mundo. Se incluyen también algunas citas de autor, pero este comentario está dedicado solamente a la literatura popular, es decir, a los cuentos, poemas, canciones y refranes de transmisión oral, esas palabras que, antes de ser consignada por escrito (y también después), han pasado de boca en boca y constituyen el acervo folclórico de un pueblo. La palabra «folclore» fue un neologismo inventado en el siglo XVIII por un coleccionista inglés, que envió una carta a un diario diciendo que la modernización y el progreso estaban acabando con la cultura tradicional autóctona de los pueblos. Proponía iniciar una urgente tarea de rescate de esos saberes inmemoriales, que consideraba «auténticamente verdaderos» por medio de una ciencia a la que llamó «folklore» (folk: pueblo, lore: conocimiento).

El folclore, ese conocimiento del pueblo, no está en los museos. Está vivo, está en nostros, entre nosotros. Como literatura popular vive, por ejemplo, en las coplas que se corean en las canchas de fútbol y en los chistes que se cuentan en la oficina o se intercambian a través de Internet: hoy los saberes populares ya no se transmiten solamente en forma oral. El esquema se repite a lo largo de los siglos: una creación individual es adoptada por la gente, su autor se desconoce o se olvida, la obra se transforma por el aporte de la creación colectiva, comienzan a surgir versiones y variantes.

En esta antología he elegido atenerme a las colecciones tradicionales de cuentos populares ya recopiladas por folcloristas o antropólogos, y en algunos casos, recreadas por escritores. Muchas historias que expresan odio, miedo o desprecio hacia la mujer están tan vivas que cada una de ella podría cotejarse hoy con algún chiste perfectamente actual acerca de las mujeres. Otras expresan una conciencia tan clara de la condición de la mujer que podrían haber sido escritas por las más esclarecidas feministas.

En cuanto a la misoginia popular, algo ha mejorado este mundo. La función del chiste es hacer reír y, en cambio, durante muchos siglos, la función del cuento popular ha sido parcialmente didáctica. Como parte de la información difusa y contradictoria que suele llamarse la sabiduría popular, la literatura oral (valga la paradoja, ya que littera significa letra escrita) opera en la transmisión generacional de los rasgos de una cultura. El chiste tiene su parte en este proceso, pero de manera menos taxativa que el cuento.

Hay una enorme cantidad de estudios sobre el tema del género y el lugar de la mujer en los cuentos de hadas. Pero llamar «cuento maravilloso» o «cuento de hadas» al cuento popular es una reducción innecesaria. En esta recopilación se incluyen muchos cuentos perfectamente realistas, por ejemplo, los muy tradicionales cuentos de pícaros, donde no hay ningún elemento sobrenatural.

Aunque lo que sobrevive hoy del cuento popular es el cuento infantil, cuando no existían los medios masivos de comunicación, los cuentos eran para grandes y chicos. En Las mil y una noches leemos que el precio de una esclava en el mercado aumentaba en relación al repertorio de cuentos que fuera capaz de recordar, en particular si sabía contarlos con gracia. Entre los irlandeses, hasta avanzado este siglo, se consideraba que un buen narrador itinerante debía conocer como mínimo unas trescientas cincuenta historias, para complacer al público de adultos que se reunía a escucharlo. Los griot, esos trovadores de África Occidental, eran también los custodios de la memoria colectiva. Los mapuches de América del Sur tenían en alta estima al cuitufe o heupive, narrador oral de la tribu, que por una buena historia podía obtener de un cacique un carnero y varias botijas de chicha. Para los indios Pemón, de Venezuela, el que sabía cuentos o historias era llamado Sak, muy respetado, y digno de recibir el mejor hospedaje y alimentación que la tribu estuviera en condiciones de proporcionarle a cambio de sus relatos.

En otras épocas, los cuentos populares se usaban además como se usan todavía los refranes: como prueba para demostrar un argumento en una discusión y hasta en un litigio. La sabiduría popular sigue cumpliendo una función importante en ese sentido: en una reciente película de Scorsese un abogado descalifica el testimonio de una mujer ante el jurado empleando el refrán inglés: «No existe furia en el infierno comparable a la ira de una mujer despechada».

Las historias, coplas, canciones y refranes misóginos reunidos en este libro no son infantiles, aunque muchos de ellos han cumplido, por añadidura, la función de educar a niños y jóvenes de ambos sexos, enseñándoles a temer y desconfiar de ese ser extraño, incomprensible, tan útil y necesario y al mismo tiempo tan difícil de controlar: la mujer. Otros relatos (y proverbios) están dedicados a caracterizar a la mujer ideal y a promover en las niñas la conducta que esa cultura considera correcta en una buena y generalmente abnegada esposa, madre o hija. Y también hay, en todas los pueblos del mundo, cuentos protagonizados por mujeres fuertes, inteligentes, valerosas, dignas de admiración. La diferencia es que estas mujeres se consideran siempre como casos aislados y no como paradigmas de su género. Mientras que los cuentos en que se exhiben los horrores que ciertas mujeres son capaces de cometer, suelen presentarse como ejemplos de características que definen y descalifican lo femenino en términos generales.

SABIDURÍAS, CONTRADICCIONES

Una de las características de la sabiduría popular es la de ser profunda y esencialmente contradictoria. Cada refrán tiene su contrarrefrán que lo desmiente. Las colecciones de cuentos populares de la Edad Media están reunidas, en muchos casos, con la excusa y el marco de una discusión en el que cada uno de los contendientes cuenta un cuento que sirve como refutación de los argumentos de su rival y como comprobación de los propios. Todos los cuentos son igualmente populares y sirven para probar conceptos opuestos.

Así, aunque en la literatura euroasiática hay una fuerte corriente de misoginia, con cuentos que sirven para demostrar, sobre todo, que las mujeres son peligrosas y poco confiables, sería ridículo negar que también aparecen las mujeres ensalzadas de todas las maneras posibles. Y en este caso no se trata de la idealización que es contracara de la demonización de la mujer en el pasaje de la misoginia al amor cortés. No se trata de la oposición absoluta Eva-Virgen María. La literatura popular de la que se han extractado estos textos no es la épica, donde el símbolo por excelencia de la mujer es la lejana y deseada Helena de Troya, sino el cuento popular que tiene como sustancia la trama de la vida cotidiana.

En esas historias, que aparecen como contracara de la misoginia, aparecen mujeres buenas, inteligentes, sabias, generosas, leales a sus compañeros, heroicas, abnegadas, confiables y veraces. Esto sucede en el Talmud, en Las mil y una noches, en las colecciones de cuentos populares rusos, alemanes, italianos, chinos, hindúes y también fuera del ámbito euroasiático, en los cuentos africanos, de aborígenes australianos o de indígenas americanos. El caso de Las mil y una noches es un ejemplo de la paradoja que existe en las colecciones medievales que intentan ser un compendio de todo el saber, en este caso, de todos los cuentos disponibles. Se incluyen en el libro muchos cuentos de un grado de misoginia que eriza los cabellos. Pero en otros aparecen lo que su traductor, Cansinos Assens, llama «las antidalilas», mujeres ejemplares, extraordinarias, admirables. Y por supuesto también hay una enorme cantidad de cuentos en que las mujeres se muestran simplemente como seres humanos. Pero además todos esos cuentos están relatados por la mejor de las mujeres, Scherezada, la genial princesa capaz de postergar su muerte cuento a cuento, la esposa cuya fidelidad desmiente las razones del odio que su marido, el sultán, siente por todas las mujeres.

El hecho de que exista una fuerte corriente misógina, no significa que todo el corpus de la literatura y de la cultura popular pueda ser acusado de misoginia. El odio/miedo a la mujer es sólo una de las posibilidades de la cultura.

La diferencia, en todo caso, entre unos y otros cuentos, es que las historias de mujeres excelentes se presentan como casos individuales, como excepciones, mientras que, con frecuencia, las mujeres malas pretenden ser arquetípicas, símbolos de la Mujer o ejemplos peligrosos de los que todo hombre advertido debería cuidarse y que toda mujer debería evitar si quiere ser buena. Por su estructura, el desarrollo de su trama, la presencia o ausencia de moraleja, las historias de mujeres extraordinarias suelen ser cuentos de entretenimiento, mientras que los cuentos misóginos suelen cumplir una función didáctica.

Los proverbios son un caso aparte. Sin duda, hay muchísimos proverbios que enseñan a desconfiar de la mujer, a despreciarla, odiarla o temerla, mientras que son muy pocos los que encuentran el modo de alabarla. Muchos de los refranes que defienden a la mujer aconsejan optar por el mal menor (a pesar de todo, es mejor casarse, incluso con una mujer fea o vieja, que estar solo). La gran mayoría destaca la importancia de una esposa en el hogar. Y todos coinciden en la absoluta perfección de las madres.

Es necesario aclarar de todas las formas posibles que el hecho de que un pueblo incluya en su acervo folclórico cuentos que expresan el miedo o el odio a la mujer no significa que ése sea un pueblo misógino, y mucho menos que sus mujeres sean castigadas, despreciadas o maltratadas por los hombres, sino que existen formas o corrientes de misoginia en su cultura. Es necesario conocer a fondo una cultura y manejar un corpus muy amplio de sus relatos anónimos, desde sus mitos cosmogónicos hasta sus cuentos populares, para conocer realmente cuál es el lugar de la mujer en el imaginario de ese pueblo. Más adelante consideraremos el problema de la búsqueda y selección de los textos.

LAS MUJERES, ESOS ANIMALES RAROS

En los refranes de todo el mundo, las mujeres se comparan sobre todo con animales, y también con objetos y con plantas. De Proverbio, una revista virtual de la Universidad de Tasmania dedicada a la investigación del refranero universal, ha publicado recientemente una comparación de los refranes que equiparan a la mujer de un modo peyorativo con animales, plantas y objetos en dos culturas tan radicalmente distintas como la inglesa y la yoruba.

En todos los pueblos y culturas reaparece una y otra vez el mismo tema. Siempre al margen de lo netamente humano, cuando se la considera posesión del varón se compara a la mujer con animales domésticos: cabras, ovejas, mulas, vacas, gallinas. Un refrán etíope que ensalza la importancia de una mujer en el hogar lo dice con toda claridad: «Una casa sin mujer es como un establo sin ganado». Y un refrán de los Masai asegura que para vivir bien se necesita «una esposa, una vaca, una oveja, una cabra y un burro». Cuando se la considera amenaza, se la compara sobre todo con animales a los que la tradición considera astutos, traicioneros, hábiles en las artes del engaño: cocodrilos, víboras, zorros y otros de la fauna local de cada pueblo.

La recurrencia de comparaciones con animales tozudos en particular trae a primer plano una de las acusaciones más frecuentes contra la mujer: su terquedad, su porfía, su deseo de dominio, su insistencia en discutir las decisiones de los hombres.

La terquedad, como la voluntad de mando, es una característica plenamente humana. No tiene nada de notable que las voluntades de dos o más hombres choquen entre sí. Que un hombre esté en desacuerdo con otro hombre no es motivo de refranes, de apólogos, de fábulas ni de comentarios de ningún tipo. Que un hombre le lleve la contra a su mujer no es sintácticamente posible en el universo lógico del cuento popular: el postulado previo indica que el hombre es el que tiene la razón o el que está autorizado para dar las órdenes. Pero un hombre es un ser humano pleno. Y la mujer ¿qué es? Según un proverbio cosaco, «Una mujer no es una persona de la misma manera en que un pollo no es un pájaro».

El hombre es amo de una variedad de animales domésticos: todos son útiles y necesarios para su vida, pero no todos le responden de la misma manera. Los perros son fieles y obedientes sin discusión: en la comparación con las mujeres, siempre salen ganando. Las vacas van donde el vaquero lo decide. Los caballos pueden resultar difíciles de domar y es en este punto en que se compara con ellos a las mujeres: la relación entre el caballo y su amo aparece como referencia constante a la relación mujer-hombre. Las mulas y las cabras son difíciles de manejar, se empacan, se niegan a avanzar por determinados caminos, retroceden aunque el dueño no lo quiera, es decir, presentan una característica francamente irritante: tienen voluntad propia. Es ese rasgo intolerable, la voluntad, lo que hace tan complicado al hombre el trato con mujeres, cabras y mulas, y las iguala una y otra vez en el refranero y el cancionero popular.

A la mujer y a la cabra, soga larga.

La mujer ha de ser como la mula, la boca sangrienta.

Estos dos refranes españoles, tan contradictorios en su propuesta de solución, resultan idénticos en la formulación del problema, en tanto dan cuenta de la misma dificultad: cómo tratar con bestias que se resisten a obedecer, cómo manejar posesiones que se rebelan a la voluntad de su dueño. En un caso se recomienda dejarles cierto grado de libertad para que sientan lo menos posible la soga que las ata, en el otro caso se aconseja tenerles la rienda corta, manejarlas a fuerza de tirar del freno, aunque haya que lastimarles la boca. En todas las culturas que conocen la mula (o el burro, igualmente tozudo), el tema se repite:

Mi mujer es mi mula.

(proverbio montenegrino)

Una mujer, un asno y un nogal dan más fruto cuanto más les pegas.

(proverbio inglés)

Cuatro cosas tiene el mundo

que son las más testarudas:

las ovejas y las cabras,

las mujeres y las mulas.

(copla popular argentina)

El tema de la intolerable voluntad propia en las mujeres reaparece una y otra vez como problema central del que se derivan los demás. Su vigencia aparece confirmada en todos los tiempos: por una parte, lo encontramos en los cuentos que expresan la idea de que la mujer perfecta es aquella que carece (o finge carecer) de toda voluntad que no sea la de su dueño. Por otra parte, hoy, en los avisos con que ofrecen sus servicios las prostitutas en los diarios de España, el adjetivo «sumisa» es tan común y parece tan apreciado por los clientes como el de «rasurada». Al parecer, aquella maravillosa sumisión que aparece como ideal en el cuento popular, y que alguna vez debió ser parte real o fingida de toda mujer en su relación con los hombres, todavía es motivo de nostalgia y deseo. De hecho, a la actual rebelión de la mujer tradicionalmente sometida se atribuye, en parte, la ola de violencia doméstica en España.

Si antes la mayor parte de los hombres tenían que lidiar como parte de su trabajo con cabras y mulas, hoy tienen problemas parecidos con las computadoras. No es extraño, entonces, que se reitere la comparación, tantos siglos después, exactamente por las mismas razones. Así compara a las computadoras con las mujeres uno de los tantos chistes misóginos que circulan por Internet.

¿EN QUÉ SE PARECE UNA MUJER A UNA COMPUTADORA?

Una y otra vez se repiten los mismos argumentos que servían para aleccionar a los ciudadanos del medioevo: la mujer es una posesión del hombre, incómoda por su tendencia a tener voluntad propia, incomprensible y peligrosa.

Si la comparación de las mujeres con animales es una constante en todas las culturas (ellas son como gatas, perras, zorras, víboras, caballos, mulas, gallinas, asnos, arenques, monos, gansos, etc.), cuando se trata de denigrar a los hombres, simplemente se los compara con mujeres. Es llamativo que aun en las culturas en que se acepta la homosexualidad como una conducta normal (en la antigua Grecia o en el ámbito del Islam medieval tal como se presenta en Las mil y una noches), se critica duramente al hombre que se comporta como una mujer. Homosexuales sí, afeminados no, parece ser la regla aun en los casos de extrema libertad sexual. El hecho de que en la actualidad las niñas se insulten entre sí llamándose «mariquita» señala de manera casi cómica la enorme desvalorización implícita en la imagen tradicional de la mujer. Aun los travestis quieren ser mujeres fuertes, independientes, agresivas, en cierto modo masculinizadas en relación con aquella imagen depreciada.

Que la mujer debe estar orgullosa de su voluntad propia y tiene derecho a ejercerla, no es un descubrimiento del movimiento feminista. Un cuento popular tan antiguo que Chaucer usó como fuente en el siglo XIV para Los cuentos de Canterbury, expresa esta necesidad de manera tan actual que podría haber sido escrito hoy por una autora políticamente correcta. Es el cuento con el que termina esta recopilación, la historia de Lady Ragnell, brillante mujer bajo cuya advocación pongo este libro.

LOS TEXTOS MISÓGINOS: EL ODIO/MIEDO A LA MUJER

Los cuentos, refranes y poemas seleccionados para mostrar la misoginia tal como se expresa en la literatura popular, tienen en común el ser violenta y groseramente contrarios a la mujer. En buena parte, son cuentos ejemplares que cumplen una función didáctica y tienden a demostrar que la mujer es un ser maligno en diverso grado.

Renunciando a toda sutileza, se han dejado de lado los cuentos que pueden interpretarse como misóginos. Por ejemplo, todos los cuentos clásicos en que madrastras malvadas torturan activamente a sus hijastras/os (Cenicienta, Blancanieves, Hansel y Gretel, etc.)… mientras los pobres padres inocentes no hacen más que negarlos, abandonarlos o ignorar su existencia. Tampoco se incluyen cuentos de brujas, a pesar de que la caza de brujas fue una circunstancia íntimamente relacionada con la misoginia medieval. (De hecho, también hay cuentos de brujos y de ogros). Por la misma razón no se consideran los refranes en que se compara a la mujer con cosas, plantas o animales cuando esa comparación no resulta peyorativa (ej., mujer-guitarra).

El material misógino reunido en este libro expresa de manera brutal y directa el odio y el miedo a la mujer. Ejemplos extremos son quizá los cuentos rusos en los que todo empieza con un capricho y termina con una buena paliza. Un esquema tradicional del cuento misógino euroasiático, probablemente con raíces antiquísimas en la literatura persa, pero que en la colección de los Cuentos Populares Rusos de Afanasiev aparece reiterado una y otra vez de manera notable.

En el cancionero popular de España y América Latina el odio contra la mujer aparece exacerbado, sin la habitual contraparte característica de la contradictoria sabiduría popular. Cuando las condiciones de vida son muy duras, la injusticia social que hace del marido el único proveedor de su familia, parece despertar en el hombre una particular inquina contra la mujer que lo esclaviza a través de los hijos. Son constantes en este ámbito las acusaciones contra la mujer interesada, a la que sólo le importa el dinero, que está dispuesta a explotar al hombre de todas las maneras posibles.

Sin embargo, es necesario aclarar que la literatura popular no da cuenta de la opiniones de los hombres sobre las mujeres, sino de la misoginia presente en todos los estratos de la cultura. Estos cuentos, versos, canciones de tradición oral han sido parte del repertorio de las narradoras, han sido transmitidos como modelos o antimodelos de comportamiento por las madres a sus hijas, por las abuelas a sus nietas, además de servir de aprendizaje a los varones en cuanto a los peligros de este mundo.

Si todas las mujeres son malas, algunas son peores. Entre las mujeres odiadas y vilipendiadas, las viudas, las suegras y las viejas se llevan la palma y tienen un lugar especial como personajes de la literatura popular. Recordemos que además de la natural fragilidad masculina (en situaciones equivalentes, las mujeres viven un promedio de diez años más que los varones), desde la noche de los tiempos la humanidad se libra periódicamente de buena parte de sus jóvenes machos enviándolos a la muerte en la guerra. Las viudas, suegras y viejas (cuyo sustento raecae muchas veces sobre los yernos) han sido una parte mucho más sustanciosa de la humanidad que sus relativamente escasos equivalentes masculinos.

ESTEREOTIPOS DE GÉNERO

La cuestión del papel de la mujer en los cuentos populares y en particular en los cuentos de hadas, se ha trabajado en general a partir de un corpus menos obvio, sin la virulencia de los textos elegidos para esta antología. Es interesante consignar algunas de esas interpretaciones, a veces polémicas.

La investigadora Brittany N. Maggiore resume con claridad los elementos de los cuentos populares que colaboran a perpetuar la subordinación de la mujer. Las mujeres «buenas» suelen ser calladas, pasivas, sin ambición, hermosas, fértiles y ansiosas por casarse. Los cuentos advierten a las niñas sobre los problemas que podrían causarles un comportamiento considerado poco femenino. Se trataría de enseñarles que es inmoral tener metas que vayan más allá de su hogar o tratar de obtener poder. Los cuentos de hadas asocian femineidad con pasividad, debilidad y desborde emocional.

Muchos trabajos enfatizan el hecho de que las protagonistas «positivas» suelen ser pasivas y se limitan a sufrir desventuras diversas hasta que son rescatadas por un hombre. Las mujeres fuertes y activas, las que provocan el conflicto y por lo tanto la narración, suelen ser, en cambio, malvadas: las madrastras, las brujas. Sin embargo, esta interpretación deja de lado, precisamente, a las hadas (caprichosas a veces, pero no malas) y en general a los poderes mágicos femeninos utilizados para el bien. Cenicienta quizá sea pasiva, pero su hada madrina no lo es. En la versión de los hermanos Grimm, el papel de hada madrina está en manos de su madre muerta, que la protege con su magia, ciertamente muy activa.

Hoy existen tantos ensayos al respecto que muchos autores se dedican a analizar o recopilar las distintas posturas feministas acerca de los cuentos de hadas. (1) La aproximación feminista va dejando de lado ciertas nociones trilladas, ese lugar común que acusa al cuento popular de perpetuar estereotipos. En cambio, se ha producido en los últimos años una revalorización del cuento tradicional, que tiene muchas protagonistas femeninas capaces de dar excelentes respuestas a las situaciones de conflicto, siempre en relación con su época y su medio.

¿TONTAS O PELIGROSAS?

Muchos grandes (y pequeños) hombres a lo largo de la historia de la humanidad han sentenciado acerca de la estupidez de la mujer. Tama Starr, en La inferioridad biológica de la mujer, propone citas que van desde varios siglos antes de Cristo hasta nuestros días, en las que escritores, educadores, políticos, legistas, prueban y comprueban que las mujeres son idiotas, tan fehacientemente como probó Descartes la existencia de Dios.

Curiosamente, la sabiduría popular desmiente esas opiniones individuales de algunos hombres. Para la misoginia folclórica la mujer no tiene un pelo de tonta. Es cruel, vengativa, rencorosa, charlatana, mentirosa, desleal, infiel, poco confiable, amenazadora, insaciable, descontrolada, terca, porfiada, desobediente, curiosa, indiscreta, celosa, insatisfecha, pero no tonta.

Si fuera tonta, no podría ser tan peligrosa como se pretende describirla. Si fuera tonta, nada más fácil para el hombre que manejarla a su antojo. Por el contrario, la mujer aparece como una inteligencia peligrosa, puesta al servicio del mal y con una altísima capacidad intelectual que le sirve para engañar, mentir y atrapar en sus redes al hombre de todas las formas posibles. En comparación a esta imagen femenina poderosa y temible, el hombre aparece como simple, ingenuo, incauto, bondadoso, a veces un poco tonto, y en ningún caso más inteligente que la mujer.

Lo mismo sucede con los refranes. A las mujeres hay que pegarles para dominarlas, dice el refranero popular, hay que cuidarse de sus palabras falsas y de su lengua venenosa. En cambio, son relativamente pocos los proverbios que señalan su estupidez. («Pelo largo, seso corto», refrán popular en varios países occidentales; «Cuando un burro trepe una escalera de pared, encontrarás sabiduría en una mujer», refrán inglés.)

En el ámbito euroasiático circulan tres tipos de cuentos de tontos: el tonto individual (cuya estupidez a veces está xenofóbicamente justificada por su origen extranjero; v. gr., los belgas para los franceses, los polacos para los norteamericanos, etc.), el tonto proverbial (Simple Simon o Silly Jack para los anglosajones, Pelle para los escandinavos, Jean Sot para los franceses) y la estupidez colectiva del pueblo de los tontos (Abdera en Grecia, Lepe en España, Gotham en Iglaterra, Schildburg en Alemania). En ninguno de esos casos se eligen mujeres como representantes de la estupidez humana.

En cambio, en la actualidad el chiste popular misógino se centra en el bajo coeficiente intelectual de la mujer. Cientos de miles de cuentos de rubias tontas y otros que prueban o se divierten con la natural estupidez de la mujer, cruzan constantemente la World Wide Web. Al parecer, ahora que las mujeres dejaron de ser un obstáculo para la salvación de sus almas, los hombres se sienten amenazados en otros campos. Por suerte, sobre todo en las sociedades desarrolladas (o en los sectores desarrollados de la sociedad), muchas mujeres estamos ya en una posición que nos permite compartir las risas. Como concesión al folclore misógino vigente en la actualidad, propongo esta breve gracia:

«¿Cómo se distinguen al nacer los bebés inteligentes de los estúpidos? Muy simple: el médico los cuelga boca abajo, sosteniéndolos por los pies y les da un golpecito en las nalgas. A los estúpidos se les cae el pene».

COSMOGONÍAS

Estamos acostumbrados a la idea (presente en la Antigua Grecia y también en la tradición judeo-cristiana-musulmana) de la creación del hombre como representante de la humanidad y la creación de la mujer como un hecho posterior y una suerte de «regalo» de Dios al hombre (porque no es bueno que esté solo). En realidad, en el libro del Génesis, parece haber una refundición de dos textos, ya que primero se afirma que «Creó, pues, Dios, al hombre a imagen suya: los creó varón y hembra» (Gen. 1:27) y después se da la otra versión: «De la costilla que había sacado a Adán formó Dios una mujer» (Gen. 2:22) Un mito mapuche relata la creación de la mujer como un valioso y envidiado regalo de Nguenechén, el Creador, al hombre, en agradecimiento por su colaboración en la tarea de Creación. También Pandora, la maldita mujer que traerá al mundo todos los males que aquejan a la humanidad, es un regalo de los dioses a Epimeteo, el primer hombre: en este caso, un verdadero presente griego.

Pero este concepto no es una marca que defina toda cultura humana, sino solamente las sociedades patriarcales. Muchos pueblos tienen una idea femenina de la divinidad creadora. La tierra suele concebirse siempre como Madre y dadora de vida, como la Pachamama en la cultura quechua. El sol, también asociado con la vida, es femenino para muchas religiones. Para algunos pueblos de la China, el sol es una tímida doncella que hiere los ojos con sus rayos a fin de defender su rostro de las miradas curiosas. Algunas tribus de aborígenes australianos consideran que la Creación fue obra de Yhi, la Diosa Sol, que tocó con sus rayos benditos la tierra oscura, haciendo crecer la vida a su paso.

Muchos mitos africanos hablan de una Madre de la humanidad, una suerte de intermediaria de Dios en la tarea de la Creación. Para los Ibibo, de Nigeria, hubo una divinidad madre, Eka-Abassi. En África Oriental se cree que una virgen, Ekao, cayó a la tierra desde el cielo y fue la madre del primer hombre. Para los Akposso de Togo, Dios hizo primero una mujer y engendró en ella al ser humano. En un mito de los tutsi (de Ruanda), la primera pareja humana vive en el Paraíso, pero es estéril. Escuchando sus ruegos, Dios mezcla arcilla con saliva, forma una pequeña figura humana y le explica a la mujer que debe ponerla en una olla donde vertirá leche todos los días durante nueve meses. En todos los casos, la mujer comparte con Dios los secretos y misterios de la vida y el nacimiento. También hay muchos mitos africanos que hacen de la mujer la descubridora o inventora del fuego y de la cocción de los alimentos.

TEMA DEL VALIENTE Y LA BELLA

Las personas tenemos una sola vida, pero no nos alcanza. Quisiéramos vivir muchas, vivir todas. Los cuentos, las novelas, las películas de aventuras nos permiten jugar con el peligro sin peligro, nos permiten ser valientes, fuertes, invencibles por un rato. Hay una sola aventura de la que todos tendrán experiencia alguna vez: es el amor. Y en la mayoría de los cuentos populares es la causa y el premio de todas las otras aventuras.

En general, las aventuras son pruebas que el Héroe tiene que pasar para conquistar o salvar a la Hermosa Muchacha. Ríos de tinta feminista han corrido acerca del papel pasivo de las princesas que funcionan como trofeo en los cuentos tradicionales de amor y aventuras. Sin embargo, si se analiza rigurosamente el corpus disponible del cuento popular, se observará que las Princesas no siempre cumplen la misma, monótona función. En cierto modo, sucede todo lo contrario. El Héroe siempre es joven, valiente, esforzado y dispuesto a soportarlo todo. Es casi el mismo personaje que pasa de un cuento al otro, es más una función del relato que un personaje con personalidad propia. En cambio, de la Hermosa Muchacha se puede esperar cualquier cosa. Hay algunas francamente malvadas, como las que mandan a cortar la cabeza de sus pretendientes si fracasan en pasar ciertas pruebas. Otras son una simple función pasiva, el premio que aguarda al matador del dragón, y nada más se sabe de ellas. Pero también, en los cuentos de todos los pueblos y de todas las épocas, hay Hermosas Muchachas tan aventureras como los Héroes, que comparten los riesgos y las emociones. En todo caso, hay mucha más variedad en la personalidad propia que muestran los personajes femeninos, que en el riguroso estereotipo del héroe masculino. Hay mujeres fuertes y valientes que colaboran con su pareja, a veces luchando hombro a hombro, a veces aportando su inteligencia para favorecer la acción de hombres buenos y hasta heroicos, pero de pocas luces.

VIRTUDES FEMENINAS

Muchas historias y proverbios están dedicados a ensalzar aquellas virtudes que la sabiduría popular y tradicional consideró importantes en la mujer. Por un lado, aparece el temible tema de la mujer perfecta, que exige la abolición de los caracteres que la acercan a las cabras y las mulas: la voluntad, el deseo, la personalidad. Ab-negación es lo que se pretende: negación de la personalidad, ignorancia o anulación de toda voluntad propia.

Pero también se elogian en los cuentos virtudes que tienen que ver con las características de la esfera femenina en el mundo campesino y con las tareas que competían a la mujer: el ahorro, la buena administración del hogar, la limpieza, la capacidad de hilar, coser, tejer, bordar hábilmente. En este sentido, hay muchos cuentos que elogian y reivindican la capacidad artística de las mujeres, con personajes femeninos que se destacan por estas cualidades. Grandes bordadoras, tejedoras geniales, mujeres capaces de hacer brotar de sus manos encajes extraordinarios son ensalzadas con toda justicia.

La maternidad es obviamente alabada. Pero también hay refranes de los más diversos pueblos y culturas que le recuerdan al hombre la necesidad y la gloria de contar con una esposa. Si hay pocos refranes que elogien a la mujer en otros aspectos, hay muchísimos que recuerdan la importancia de una mujer en el hogar. Tampoco faltan en los cuentos populares las hijas abnegadas, capaces de sacrificarse por sus padres. En respuesta a la idea deformada de la belleza femenina como peligrosa tentación, muchas historias relatan la terrible decisión de mujeres valientes que quieren ser apreciadas por otros valores y están dispuestas a destruir cruelmente su propio rostro.

LA DONCELLA GUERRERA O EL «ETERNO» FEMENINO

Las mujeres decididas a luchar junto con los hombres, por lo general travestidas, no solamente han sido tema de innumerables cuentos y poemas, sino también una realidad histórica. Además de infinidad de casos que nunca trascendieron, hay muchos otros debidamente documentados, por ejemplo, la Monja Alférez, como se conoció a Catalina de Erauso, un curioso personaje de la América española en el siglo XVII. O nuestra Juana Azurduy, capitán del ejército de Güemes. Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, relata dos casos de mujeres piratas, Mary Read y Anne Bonnie, que actuaron en el siglo XVII. Disfrazadas de hombre, lucharon codo a codo con sus compañeros de piraterías. Aparentemente las dos eran heterosexuales. Cuando los barcos a cuya tripulación pertenecían fueron apresados (ellas nunca se conocieron), su diferencia biológica se transformó en su destino. Porque mientras los varones que habían luchado junto a ellas fueron colgados, ellas salvaron la vida porque estaban embarazadas. Mary murió en la cárcel de tuberculosis pero Anne logró escapar con su hijo.

En los cuentos tradicionales del continente euroasiático aparece una y otra vez el motivo de la doncella guerrera, disfrazada de hombre, que intenta resarcir a su padre de la desgracia de haber tenido sólo hijas mujeres. En todos los casos, la decisión del personaje es aplaudida y se ensalza su valor y su gracia: una mujer tan extraordinaria es casi tan buena como un hombre. De la doncella suele enamorarse un príncipe que trata desesperadamente de descubrir su identidad. Para lograrlo, intenta primero una serie de pruebas que tiene que ver con lo que su cultura considera femenino y masculino, y sólo como último recurso acude a la prueba final, indiscutible: fracasado el intento de clasificarla en un género, la invita a bañarse juntos, para conocer su sexo.

Como las pruebas de género no son las mismas en todos los cuentos, se puede hacer una interesante enumeración de lo que cada época y lugar consideraba femenino o masculino. Utilizando como fuentes «Fanta Ghiró, persona bella», de los cuentos populares italianos recopilados por Italo Calvino, «Vasilisa Popovna» de la colección de cuentos populares rusos de Afanasiev, el Romance de la Doncella Guerrera y las pruebas a las que debe someterse Huckleberry Finn, disfrazado de mujer, en el libro de Mark Twain, es posible señalar algunos elementos que se repiten aún hasta hoy y otros que han cambiado.

Por ejemplo, desde los cuentos medievales hasta Mark Twain, cuando se les arroja algo en el regazo, los hombres juntan las rodillas, porque usan pantalones, y las mujeres las separan para atrapar el objeto en la falda. Ese gesto automático (que nuestras doncellas guerreras son capaces de controlar) sólo se modificó en los últimos cincuenta años, con el cambio en la moda femenina.

En términos generales, se supone que, en un jardín, sólo las mujeres se sentirán atraídas por las flores. Si tienen que elegir, una mujer tomará una rosa o una violeta y se la prenderá en el pecho; un hombre elegirá un jazmín y se lo pondrá detrás de la oreja.

A los hombres les interesan las armas, a las mujeres les interesa la ropa, y quizás eso no ha cambiado tanto para la mayoría de la población. En el medioevo, un hombre tiene en su mente espadas, puñales y lanzas, una mujer piensa en husos y ruecas. Para cortar el pan, una mujer se lo apoya en el pecho, un hombre lo sostiene en el aire. Esas pruebas corresponden a costumbres que ya no existen.

Vasilisa Popovna actúa como un hombre desde el principio de la historia y no sólo para enorgullecer a su padre. Viste ropa masculina, monta a caballo y dispara con escopeta. Pero sobre todo, suele emborracharse con vodka, lo que no se considera nada femenino. Una de las pruebas a que la someten consiste en mezclarle perlas con las legumbres: una mujer las guardaría en el puño. Ella las tira con masculino desprecio debajo de la mesa. Vasilisa Popovna no se enamora. Es la única de estas heroínas que se limita a escapar del baño, sin excusas, burlándose del zar que la pretende.

Este párrafo de Huckleberry Finn es una síntesis de lo que el siglo XIX considera masculino y femenino (algo que la práctica de deportes para las mujeres ha logrado cambiar, al menos en parte):

Haces de muchacha bastante mal, pero quizá podrías engañar a los hombres. Que Dios te ayude, niño, cuando te pongas a enhebrar una aguja, no vayas a sostener el hilo quieto y luego arrimar la aguja hacia él; mantén la aguja fija y empuja el hilo hacia el ojo, así es como lo hacen las mujeres, pero los hombres lo hacen al revés. Y cuando le tires con algo a una rata, levántate de puntillas y alza la mano por encima de la cabeza tan torpe como puedas, y falla el tiro por dos metros o más. Tira con el brazo estirado, desde el hombro, como si éste tuviera un pivote en que girar, como lo hace una muchacha; no tires como un muchacho, con un movimiento de la muñeca y el codo, con el brazo de lado…

LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Muchos recopiladores o folcloristas que trabajan en la actualidad, tienden a expurgar sus colecciones de aquellos cuentos que expresen ideas consideradas políticamente incorrectas.

En algunos casos, se trata de personas interesadas en el conocimiento y la difusión de la cultura de un pueblo que corre peligro de desaparecer, de perder su identidad. Estas personas temen que la presentación de ideas que la sociedad occidental considera negativas podría hacer que los lectores se formasen una mala opinión de ese pueblo al que están tratando de proteger o defender.

En otros casos, se considera preferible no seguir difundiendo ideas que han demostrado ser dañinas para la humanidad. Se elige, peligrosamente, borrar del pasado aquello que hoy no se considera aceptable, y modificar la historia de acuerdo a nuestras necesidades actuales. Esta variante es una puesta en práctica de la Regla Número 1 de Homero Simpson: «Finge que no existe y desaparecerá».

Es aceptable que no se incluyan cuentos misóginos (o xenófobos, o racistas) en colecciones de cuentos folclóricos dedicadas a los niños. Pero sería mejor todavía que pudieran incluirse con un comentario que los acompañara: negar la historia conduce a repetirla. La intención, por supuesto, es buena: se trata de evitar que los cuentos infantiles «contaminen» a los niños, llevándolos a repetir patrones de conducta que cristalizan el estereotipo de género.

Autoras llenas de buenas intenciones se han lanzado a inventar cuentos símil-tradicionales, cuentos de hadas feministas que integran nuevas colecciones publicadas sobre todo en Estados Unidos, pero también en Europa. En primer lugar, es bueno recordar que la literatura tradicional tiene suficientes textos en que las mujeres aparecen como personajes capaces de atravesar el examen del feminismo más sensible. Y, por otra parte, las colecciones en que todas las protagonistas son mujeres están destinadas solamente a las niñas y al excluir a los varones, vuelven a instaurar el cerco del que la mayoría de las mujeres quisiéramos salir.

CONCLUSIONES

No es intención de este libro extraer conclusiones sociológicas sobre la imagen de la mujer en la literatura popular, sino, simplemente, presentar un grupo de textos interesantes, atractivos, divertidos, para que el lector común saque sus propias conclusiones o para ser utilizados por estudiosos o investigadores del tema femenino.

Esta selección incluye exclusivamente literatura popular, es decir, anónima, de tradición oral. Son cuentos, canciones, poemas, proverbios y unas pocas leyes o fragmentos de escrituras religiosas de distinto origen. Algunos de los cuentos españoles han sido reescritos a partir de los enxiemplos del Conde Lucanor, que son a su vez versiones escritas de literatura oral.

«Griselda», de Charles Perrault, que forma parte de su libro Los cuentos de la Madre Oca, es lo bastante importante como para merecer un comentario aparte. Está tomado de fuentes populares y aparece con variantes en distintas recopilaciones europeas, pero Perrault le añade su prosa exquisita y carga las tintas en el horror de su grotesca sumisión, además de otorgarle, en el prólogo, una función claramente didáctica: «Griselda» debe servir para enseñanza y para ejemplo de tantas jovencitas díscolas. Su mensaje es tan desaforadamente misógino, el sometimiento que exige de la esposa es tan absoluto, la relación que propone entre marido y mujer es sadomasoquista de una forma tan obviamente patológica que resulta una perla de la educación femenina francesa (y europea) en el siglo XVII (y subsiguientes). No me atrevería a modificar la prosa de Perrault, pero sí me he tomado el atrevimiento de resumir sus descripciones y eliminar un florecimiento lateral del cuento que no hace a la historia central.

En los demás casos, las versiones de los cuentos populares han sido reescritas, buscando acercarme a un hipotético relato oral y mantener sin modificaciones la esencia del cuento, optando por la amenidad para placer y alegría de los lectores y cuidando de no intervenir ni mucho ni poco en el tema central que los reúne. He resistido con prudencia la tentación de exagerar en los cuentos misóginos (acción completamente innecesaria en la mayoría de los casos) y la de recargar de virtudes a los personajes femeninos en aquellos que dan una imagen positiva de la mujer.

La clasificación que propongo es, como toda clasificación, completamente arbitraria. Hay muchos cuentos que podrían formar parte de más de una sección. Podrían abrirse otras secciones con temas diferentes (por ejemplo, hay varios cuentos que muestran cómo el interés mueve a la mujer por encima del amor). El tema de la enferma imaginaria, en una versión peruana y otra rusa, aparece en dos secciones distintas, ilustrando por una parte los engaños de los que son capaces las mujeres, y por otra las propiedades curativas de una buena paliza.

La mayor parte de estos cuentos son comunes a todo el ámbito de Oriente y Occidente. Traídos y llevados por los cruzados, los viajeros, los mercaderes de esclavos, los colonizadores, los soldados, han cruzado Asia y Europa, han entrado en África y en América Latina. El mismo tema central puede encontrarse desarrollado con variantes locales en un cuento chino, español, brasileño, marroquí, hindú o ruso. Sólo en los pueblos que han permanecido aislados durante mucho tiempo se encuentran historias y temas francamente diferentes, como en los cuentos de indígenas americanos, aborígenes australianos o de aquellas tribus africanas que no tuvieron íntimo contacto con la cultura árabe.

LA CONDICIÓN DE LA MUJER

Para mi sorpresa, comentando ante otras mujeres mi intención de reunir esta colección, he tenido la oportunidad de escuchar asombrosas ratificaciones de que la misoginia sigue muy presente y no como parte de la cultura masculina sino de la cultura en general.

«Por supuesto, las mujeres somos más malas que los hombres», dicen unas. «Somos más mentirosas», dicen otras. «Somos falsas, somos chismosas, no sabemos guardar secretos», aseguran muchas.

Y cuando expresé mi intención de buscar cuentos en que las protagonistas fueran buenas, valientes, inteligentes o generosas, muchas mujeres me advirtieron sobre el esfuerzo que me costaría encontrarlos. No porque conocieran la propensión a la misoginia del cuento tradicional, sino porque les resultaba difícil descubrir esas virtudes en la mujer, en sus madres, en sus amigas, en ellas mismas.

Influidas por muchos siglos de propaganda en contra, las mujeres solemos asumir buena parte de los defectos que nos endilgan. Bajamos la cabeza, pensamos en nuestros pecados como si fueran femeninos y no humanos y nos convencemos a nosotras mismas de que «por algo será».

En efecto, hay razones. La constitución del género en función del lugar que hemos ocupado durante siglos en la sociedad nos hace diferentes. Como sucede con cualquier otro grupo social, nuestros particulares defectos y virtudes están en relación directa con los límites y las necesidades de nuestra situación en el mundo. La gran novelista norteamericana de principios de siglo Edith Wharton lo expresa con mucha inteligencia cuando dice que las mujeres son hábiles en el engaño y la mentira, las artes del esclavo.

Por suerte, el mundo está cambiando. Y este libro es un aporte a ese cambio. A Lady Ragnell le hubiera gustado: los dejo con ella.

1 Por ejemplo, el trabajo de Stone, Kay F., «Feminist approaches to the interpretation of Fairy Tales». O el libro de Haase, Donald, Fairy Tales and Feminism, New Approaches, Wayne State University Press, 2004.