POR QUÉ ESTE LIBRO
Todo sobre las mujeres es mi tercer libro acerca de la imagen de la mujer en este mundo. Todo empezó en 1997, cuando una editorial me encargó preparar una antología de coplas populares. Apenas empecé a investigar, me sorprendió la variedad, cantidad y violencia de las coplas que expresaban el odio y el miedo a la mujer.
La víbora y la mujer
tienen la misma intención:
la víbora da la muerte
y la mujer la traición.
Ese material nunca pudo entrar en mi libro de coplas Como agua de manantial, porque estaba dirigido a los chicos en edad escolar.
Y en cambio fue el comienzo de otro libro sobre la misoginia en la literatura popular (es decir, anónima, de transmisión oral), que se llamó Cabras, mujeres y mulas.
Mucha gente me pregunta cuánto tiempo tardé en encontrar todo ese material. La respuesta es simple: seis meses y veinte años. Los veinte años que llevaba leyendo literatura popular: desde que mis hijas se hartaron de las historias melosas y bien intencionadas que se encontraban en esa época en buena parte de la literatura infantil. Yo ya sabía dónde y cómo encontrar el material que necesitaba: eran esos cuentos que no podía leerles a mis hijas sin darles una explicación muy concreta sobre la situación de la mujer en esa época y en esa cultura.
Cabras, mujeres y mulas fue un éxito y un fracaso. El libro se vendió mucho, pero hubo mujeres que no entendieron el sentido de mi trabajo. ¿No basta con que los hombres hablen mal de nosotras?, me decían algunas. ¿Por qué le hiciste esa traición a tu género?, preguntaban otras. Estamos hartas de que nos acusen sin razón, protestaban. Con ciertas lectoras pasó algo todavía peor. Bajaban la cabeza y decían: Claro, tu libro tiene razón, las mujeres somos así: veleidosas, tontas, complicadas, difíciles, tercas, estúpidas, malas… y seguían los adjetivos, porque a la hora de descalificarnos a nosotras mismas, la lista es interminable.
Yo había intentado mostrar una situación histórica que suponía revertida, formas del prejuicio que, por anticuadas y exageradas, debían resultar cómicas. Pero a muchas mujeres no les hacía ninguna gracia y consideraban el libro como un ataque más contra la mujer. No había tenido en cuenta que la forma injusta y ridícula en que la mujer había sido perseguida estaba todavía tan presente en la sociedad actual. Por supuesto, yo explicaba el tema en mi introducción pero… es una ilusión de los autores pensar que la mayoría de los lectores leen nuestros prólogos.
Por eso, cuando tuve la oportunidad de publicar otro libro sobre el tema, decidí no limitarme a la misoginia. Me propuse dar una imagen mucho más amplia y más completa de la mujer tal como la ve la sabiduría popular. Además de los cuentos, proverbios y canciones misóginas, incorporé elogios a las cualidades femeninas. Y decidí mostrar cómo en todos los pueblos se cuentan también historias acerca de mujeres buenas, valientes, fieles y generosas.
Así nació El libro de las mujeres, donde incluí una importante cantidad de textos que muestran la imagen positiva de la mujer en la literatura popular. Pero además agregué comentarios propios a cada uno de los cuentos, que ayudaran a ubicarlos en su cultura y en su contexto histórico. En muchos casos, ese comentario me sirvió para mostrar cómo un supuesto elogio a ciertas características femeninas se convierte en una especie de bombón envenenado, con el que se pretende, en realidad, fijar a la mujer en determinados roles sociales.
En Todo sobre las mujeres mantengo la misma idea general. Incluyo mucho material nuevo destinado a mostrar la imagen positiva y negativa de la mujer en la sabiduría popular (tan contradictoria, por cierto). La gran cantidad de cuentos que no figuran en los otros libros me permitió afinar la selección y eliminar algunos textos que se repetían con pocas variantes. Agregué, además, citas de personajes célebres que escribieron a favor o en contra de la mujer.
Estas citas ya no pertenecen a la cultura popular, precisamente porque son textos de autor, firmados con nombre y apellido. Sin embargo, lo que se ha escrito en contra de la mujer sigue por los mismos carriles que los proverbios y los cuentos tradicionales, es decir, los del prejuicio. Una vez más se compara a la mujer con animales que se suponen traicioneros y capaces de engañar, como el zorro y la víbora. O estúpidos, como la vaca. Hay una enorme cantidad de opiniones que insisten en asegurar que la mujer es tonta, infantil, inferior al hombre en cuanto a su capacidad mental. Algo que, por lo visto, no es nada evidente, ya que tantos hombres famosos se ven obligados a demostrarlo con sus argumentos una y otra vez. Una asombrosa cita de John McCain, el candidato republicano que enfrentó a Obama en 2008 (McCain tuvo la mala idea de contar ese chiste en plena campaña), reafirma hasta qué punto sigue vigente la idea de la mujer como un ser peligrosamente insaciable en sus deseos sexuales. En cambio, entre los autores modernos no suele aparecer una idea típica de la literatura popular anónima: la mujer como una inteligencia peligrosa, volcada hacia el mal.
Los elogios son un capítulo aparte. En términos generales, todas las alabanzas que sitúan a la mujer en un lugar por encima del hombre contribuyen a confirmar el prejuicio, sacándolas de su lugar de personas.
Las mujeres son buenas y malas, inteligentes y tontas, generosas y tacañas, ni más ni menos que los hombres y en general con un poco de cada cosa. Ni en el bien ni en el mal hay muchos seres humanos que alcancen la perfección. Quien afirma que la mujeres son mejores, por lo general continuará explayándose en que, como son mejores, hay que protegerlas, impidiéndoles que se ensucien con el barro de la vida pública. Quien pone a la mujer en un pedestal, por lo general prefiere que no se baje de allí.
Las diatribas contra la mujer, igual que los elogios dudosos, vienen tanto de hombres como de mujeres.
Cuando la escritora estadounidense Rita Mae Brown (1944) dice: Como mujer, he encontrado que es sumamente embarazoso estar en una reunión y darme cuenta de que soy la única en el cuarto con pelotas, le está atribuyendo a los genitales masculinos cualidades de coraje tan inefables que los hace irreemplazables, incomparables.
Cuando el premio Nobel Rudyard Kipling (1865-1936) afirma que «La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre» está insinuando que en el caso de las mujeres no hay certeza posible. Los elogios a la famosa intuición de la mujer son una suerte de presente griego. Si la mujer «intuye» es porque no «sabe». A medida que aumenta el conocimiento, disminuye la intuición.
Naturalmente, encontramos más opinones en contra de la mujer en autores más antiguos, sobre todo de la Edad Media. Y por supuesto las mujeres que se atreven a hablar, a favor o en contra de sí mismas, pertenecen a los últimos dos siglos.
Hay un ensayista en particular, el neurólogo Paul de Moebius (1853-1907), autor de un delicioso tratado Sobre la inferioridad mental de la mujer que condensa en un solo libro todos los prejuicios misóginos de la raza humana, convirtiéndolos en teoría científica. El libro puede abrirse al azar y se disfrutará de cualquier párrafo. Es una especie de biblia de la misoginia universal.
Aquí va una de estas asombrosas hipótesis «científicas» de Moebius.
No quiero insistir en la prueba de que el cerebro femenino rinde menos que el masculino, pues esto ha sido demostrado en numerosas ocasiones y es evidente para una persona sin prejuicios, sino en el hecho de que la inferioridad del cerebro femenino es útil y necesaria.
Casi setenta años antes, ese genio de la literatura francesa que fue Stendhal (1783-1842), crea extraordinarios personajes femeninos, mostrando, en La cartuja de Parma, la función fundamental que cumplían las mujeres en la vida política de la época. Tan importante que a veces se nombraba ministro al marido, sabiendo que sería la mujer la que ocuparía, en los hechos, un cargo al que todavía no podía acceder legalmente.
Ninguno de los grandes escritores de ficción (poetas épicos, novelistas, cuentistas, dramaturgos), desde Homero (o quien fuera que escribió las obras que se le atribuyen) en adelante, mostró como seres inferiores a sus personajes femeninos. No es posible ser un gran escritor si no se está íntimamente consciente de la humanidad esencial, única, personal y diferente de cada uno de los personajes. Shakespeare creó a Ofelia, a Porchia, a Lady Macbeth y no pretendió que ninguna de las tres fuera la representación de La Mujer. Cada una de ellas es mujer a su manera.
Al final de este libro incluyo, para quien esté interesado, un breve trabajo sobre la imagen de la mujer en la sabiduría popular y una explicación acerca del origen de los textos y mi trabajo de reescritura.
Este libro comienza con un texto atroz, que se consideraba excelente lectura para aleccionar niñas hace apenas cincuenta años: Destino de mujer. Y termina con Las bodas de Lady Ragnell, un cuento medieval tan moderno y tan inteligente que puede contestar una famosa pregunta sobre el género femenino con mucha más precisión que Freud: qué quieren las mujeres.