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Sábado, 29 de junio
Sé que no lo aprobarías, pero, ¿qué puede importarme ya? Ayer, a la hora de cenar, colgué mi diario en el foro de un chat, y esta mañana, cuando me levanté, comprobé que lo habían leído treinta y cinco personas. Una de ellas me respondió con un párrafo alusivo de Eduardo Galeano. Dice así:
En la isla de Vancouver, cuenta Ruth Benedict, los indios celebraban torneos para medir la grandeza de los príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes. Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y sus huevos de salmón, y desde un promontorio echaban al mar sus mantas y vasijas. Vencía el que se despojaba de todo. T.
Eso arrojó una nueva luz sobre tu decisión. Pensé que, siendo como eres una mujer original, quizá había llegado a ti esa leyenda y habías decidido destruir tus bienes. ¿Acaso no soy yo uno de tus bienes?
Con la segunda copa de Armagnac tuve la certeza de que, igual que una princesa de Vancouver, habías decidido medir tu grandeza destruyéndome.
Pero ¿por qué? Oh, Dios, ¿por qué? Yo no soy una canoa, aunque es posible botar cien carabelas en mi cuerpo y hacerlas navegar por territorios ignotos. Hay ensenadas donde la puesta de sol es tan bella que el corazón se convierte en un pájaro y las costillas en una jaula de madera verde. Y algunas veces, cuando el timonel es experto, puede internarse por grutas misteriosas, y contemplar las formaciones calizas y las escenas de caza que han pintado allí hombres y mujeres de otras épocas.
Tampoco soy aceite de pescado, aunque es cierto que soy materia combustible y que mi presencia, en condiciones óptimas de presión y temperatura, es capaz de avivar el fuego.
No soy, en fin, como los huevos de salmón, aunque me parezco bastante a las mantas y a las vasijas. Sin ir más lejos, puedo contener una infinitud de cosas, y mi cuerpo abriga más que las mantas de piel de nutria...
Todo esto escribí mientras tomaba Armagnac sentada en tu butaca. Ahora, cuando eche esta página al foro, seguramente habrá alguien que se apiadará de mí. Alguien que me regalará unas palabras de Eduardo Galeano o de Pierre Louÿs, o de Alejandra Pizarnick. Pero, a estas alturas de la noche, no tengo claro que con eso resulte suficiente.