Desde siempre, los seres humanos hemos buscado la fórmula mágica de la eterna juventud. Aunque es una aspiración casi imposible de alcanzar, sí que hemos logrado vivir más años y con una mejor calidad de vida.
Nuestro genoma solo ha cambiado un uno por ciento con respecto al primer homínido. El norteamericano Bruce Lipton, doctor en biología celular y uno de los máximos exponentes de la epigenética, señala en su libro La biología de la creencia que un dos por ciento de las enfermedades tienen su origen en la genética; el resto, en la epigenética (ciencia que estudia los cambios genéticos que no producen una modificación en la secuencia del ADN).
Según esta afirmación, es clave darle un papel protagonista a la influencia del ambiente en el que vivimos, a la comida, al clima, a la actitud ante la vida…, al margen de la selección natural. Una idea que reafirmó el naturalista británico Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución, al manifestar que se puede dar el caso de unos gemelos homocigóticos, con genes iguales, en el que uno de ellos desarrolle celiaquía y el otro no. En este mismo sentido, el doctor Lipton explicó que podemos transformar nuestro cuerpo solo con introducir cambios en nuestro modo de vida o nuestras ideas.
Otra de las variables que cabe considerar para evitar un prematuro envejecimiento del organismo es el mantenimiento de la masa muscular. Esta empieza a perderse alrededor de los cuarenta años o, incluso antes, si el estilo de vida no es el adecuado. Siempre hay formas de mantenerla: haciendo ejercicios que combinen la fuerza con la resistencia, y descansando después. Una buena alimentación es otra de las máximas, sobre todo si el consumo prima, entre otros, los alimentos con baja carga glucémica, las grasas saludables como omega-3, proteínas, vitamina B12 y C, y ácido fólico. Contar con el asesoramiento de un preparador físico y un nutricionista puede ayudar a llevar a buen puerto todas estas recomendaciones.
Para entender mejor y reforzar todas estas teorías, basta con echar un vistazo a dos estudios relativamente actuales. El primero, el llevado a cabo por el gerontólogo Gregory N. Stichinava, realizado en Abjasia (Georgia), durante la década de los setenta, para conocer por qué sus habitantes vivían más de cien años. El segundo tiene como autor al investigador y educador norteamericano Dan Buettner, que expone sus conclusiones sobre las seis culturas más longevas del mundo: en Japón (la isla de Okinawa, que es el ejemplo más claro de epigenética), en Costa Rica (la península de Nicoya), en Estados Unidos (la comunidad de adventistas en Loma Linda, California), en Italia (en la zona del altiplano de la isla de Sicilia), en Perú (en Huancavelica) y en Grecia (en la isla de Icaria).
Estas son sus conclusiones:
1. La alimentación
Siguen una dieta basada en las frutas y verduras de hoja verde y de raíz que cultivan ellos mismos, no suelen importar nada. Toman productos de temporada, que concentran más vitaminas y minerales. Consumen una gran cantidad de proteína vegetal (tofu, semillas, frutos secos…) frente a la de origen animal; solo comen carne en ocasiones muy especiales. El arroz, la quinoa o la patata dulce son alimentos que toman a diario; han eliminado de su dieta productos refinados como la harina, el azúcar o la sal. Utilizan especias como la cúrcuma, el cilantro, el orégano, etc., con propiedades antiinflamatorias y antioxidantes para condimentar sus comidas y también las toman en forma de bebida. El agua fresca de manantial es su bebida principal, aunque también incluyen el té (negro y verde, por sus propiedades antioxidantes), el vino, en ocasiones, y algún licor artesanal.
En Okinawa, por ejemplo, es común tomar pescado azul crudo o poco cocido, alimentos fermentados como el miso y las algas que favorecen un buen funcionamiento del organismo. En esta zona también ponen en práctica el «Hara Haci Bu» que consiste en dejar de comer antes de sentirse saciado. Se cree que esta limitación en el consumo de calorías aumenta la esperanza de vida.
2. El ejercicio físico
No lo practican tal y como nosotros lo haríamos, pero tampoco son sedentarios; más bien todo lo contrario. Suelen caminar, montar en bici, cuidar de la huerta, pescar… Pasan todo el tiempo que pueden al aire libre para absorber la vitamina D y así mantener fuerte el organismo. Los abjasos, por ejemplo, trabajan durante toda su vida; en Okinawa practican la danza y las artes marciales.
3. Su postura ante la vida
Casi no sufren estrés porque para ellos la vida tiene un fin y un sentido concretos. Durante la investigación que el doctor Buettner llevó a cabo en Okinawa, se encontró con el caso de una mujer de ciento dieciséis años que comentó que se sentía libre porque nada limitaba su pensamiento ni su libertad. También en Estados Unidos, en Loma Linda, comprobó que seguir unos hábitos a lo largo de la vida (no comer carne y sí verdura, frutas, granos…) los ayudaba a mantenerse más jóvenes.
4. Trabajo y sociedad
La familia es el núcleo principal de su sociedad, así como lo es el respeto por las personas mayores. No conciben vivir asilados, pues eso significaría la muerte. Compartir, hablar, reírse con todos y de uno mismo son las claves de su vida en común.
La mayoría trabaja en el campo y no existen ni la palabra jubilación ni las prisas. Eso no quiere decir que no tengan sus momentos de descanso y de ocio. Siguen una vida sencilla, con un objetivo y unas ilusiones que les hacen seguir adelante.
Para ellos la espiritualidad es un denominador común. Viven en contacto directo con la naturaleza y, sobre todo, valoran las pequeñas cosas, la familia. Cuentan con un extraordinario apoyo del resto de su sociedad.
En general, se trata de consumir alimentos variados en la cantidad que nuestro tipo de vida y nuestras condiciones nos demanden. También hay que considerar los gustos, las creencias, las costumbres de cada individuo y de su sociedad. Esto nos conduce a afirmar que no hay una dieta única ni ideal. Pero lo que sí es fundamental es no dejarse arrastrar por las modas. Tomar el ejemplo de los hábitos de las culturas antes expuestos junto con el sentido común y la práctica del ejercicio nos pueden llevar a superar el reto de cómo vivir más y mejor.
Algunos relacionan la ingesta de gluten con la mejoría de muchas enfermedades, sobre todo las de carácter autoinmune (como la endometriosis), las digestivas (como el colon irritable) o, incluso, se estudia la relación entre la sensibilidad al gluten y la infertilidad. Aunque la enfermedad celíaca es la reacción más grave al consumo de gluten, en ocasiones, hay individuos que dejan de tomar gluten aunque no muestran intolerancia. Es el caso, por ejemplo, de algunos deportistas de élite que han visto cómo se reforzaba su capacidad física al eliminarlo de su dieta.
El gluten, cuando entra en contacto con el intestino de una persona celíaca o sensible, produce una inflamación y daña el revestimiento de este órgano. Las consecuencias son la mala absorción de los nutrientes (proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas y minerales); se abre la puerta a alimentos que no han sido bien digeridos o que son tóxicos, y de organismos dañinos. Antes de tomar cualquier decisión, conviene consultar con un profesional de la salud y hacer pruebas para descartar la celiaquía, eliminando el gluten dos o tres meses para comprobar cómo está entonces el sistema digestivo, si desaparece el dolor, si se recupera la energía…
Si se es celíaco, no hay más remedio que dejar de consumir gluten, pero es básico seguir una alimentación adecuada que vele por el organismo y por la salud. Pero tanto si solo se padece una intolerancia como si nos planteamos eliminarlo para fortalecer nuestro organismo, son variables que deberemos valorar personalmente.
Este libro ofrece una serie de herramientas para utilizar en cualquiera de los casos mencionados; además da unas pautas para vivir más años con una buena calidad de vida.