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El valor de la ciencia

 

De entre sus muchos valores, el mayor debe ser la libertad de duda

 

 

 

En Hawai, Feynman aprende una lección de humildad mientras visita un templo budista: «A todo hombre se le da la llave de las puertas del cielo; la misma llave abre las puertas del infierno». Ésta es una de las piezas más elocuentes de Feynman, donde reflexiona sobre la relevancia de la ciencia para la experiencia humana y viceversa. También da una lección a sus colegas científicos acerca de su responsabilidad en el futuro de la civilización.

 

 

De cuando en cuando, la gente me sugiere que los científicos deberían prestar más consideración a los problemas sociales; especialmente que deberían ser más responsables al considerar el impacto de la ciencia en la sociedad. Supongo que esta misma sugerencia se la hacen a muchos otros científicos, y parece que está muy extendida la creencia de que se obtendrían grandes éxitos si los científicos se dedicasen solamente a estos difíciles problemas sociales y no perdieran tanto tiempo engañándose con problemas científicos menos vitales.

Mi impresión es que los científicos pensamos sobre estos problemas de cuando en cuando pero no les dedicamos un esfuerzo continuo, por la sencilla razón de que nosotros sabemos que no tenemos ninguna fórmula mágica para resolver problemas, que los problemas sociales son mucho más difíciles que los científicos y que normalmente no llegamos a ninguna parte cuando pensamos sobre ellos.

Creo que, cuando considera problemas no científicos, un científico es tan torpe como el vecino de al lado; y cuando habla sobre un tema no científico, suena tan ingenuo como cualquiera que no esté instruido en el tema. Puesto que la cuestión del valor de la ciencia no es un tema científico, esta charla puede servir de ejemplo para demostrar mi tesis.

La primera forma en que la ciencia tiene valor resulta familiar para cualquiera. Se trata de que el conocimiento científico nos permite hacer todo tipo de cosas y construir todo tipo de cosas. Por supuesto, si hacemos cosas buenas no es sólo mérito de la ciencia; también es mérito de la elección moral que nos condujo a un buen trabajo. El conocimiento científico es un poder que capacita para hacer cosas buenas o malas, pero no incluye un manual de instrucciones sobre cómo utilizarlo. Semejante poder tiene un valor evidente, incluso si el poder puede ser invalidado por lo que uno hace.

Aprendí una manera de expresar este problema humano común en un viaje a Honolulú. Allí, en un templo budista, el hombre que lo cuidaba explicó algo de la religión budista para los turistas, y luego terminó su charla diciéndoles que él tenía algo que decirles que nunca olvidarían, y yo nunca lo he olvidado. Era un proverbio de la religión budista: «A todo hombre se le da la llave de las puertas del cielo; la misma llave abre las puertas del infierno».

¿Cuál es, entonces, el valor de la llave del cielo? Es cierto que si carecemos de instrucciones claras que determinen cuál es la puerta del cielo y cuál es la puerta del infierno, la llave puede ser un objeto peligroso, pero obviamente tiene valor. ¿Cómo podemos entrar en el cielo sin ella?

Además, las instrucciones no tendrían valor sin la llave. Por eso resulta evidente que, pese a que la ciencia podría producir un tremendo horror en el mundo, tiene valor debido a que puede producir algo.

Otro valor de la ciencia es la diversión o el disfrute intelectual que obtienen algunas personas de leer y aprender y reflexionar sobre ella, y que otras personas obtienen de trabajar en ella. Éste es un punto muy real e importante, y algo que no es suficientemente considerado por aquellos que nos dicen que nuestra responsabilidad social está en reflexionar sobre el impacto de la ciencia en la sociedad.

¿Tiene este mero disfrute personal algún valor para la sociedad en conjunto? ¡No! Pero también es una responsabilidad considerar el valor de la propia sociedad. ¿No se trata, en última instancia, de disponer las cosas de modo que la gente pueda disfrutar de ellas? Si es así, el disfrute de la ciencia es tan importante como cualquier otra cosa.

Pero no quisiera subestimar el valor de la visión del mundo que es el resultado del esfuerzo científico. Nos hemos visto llevados a imaginar todo tipo de cosas infinitamente más maravillosas que las fantasías de los poetas y los soñadores del pasado. Ello muestra que la imaginación de la naturaleza es muchísimo mayor que la imaginación del hombre. Por ejemplo, es mucho más notable el hecho de que todos nosotros estemos pegados —la mitad de nosotros boca abajo— por una misteriosa atracción a una bola giratoria que ha estado flotando en el espacio durante miles de millones de años, que ser llevados a lomos de un elefante sustentado en una tortuga que nada en un mar sin fondo.

He pensado sobre estas cosas tantas veces en solitario que espero que me excusen si les recuerdo algunas ideas que estoy seguro que todos ustedes han tenido —o al menos ideas similares— y que nadie pudo siquiera haber tenido en el pasado, porque la gente no tenía entonces la información que tenemos hoy acerca del mundo.

Por ejemplo, estoy en la orilla del mar, solo, y empiezo a pensar. Están las olas que rugen… montañas de moléculas, cada una ocupándose estúpidamente de su propio trabajo… billones por separado… pero formando espuma blanca al unísono.

Época tras época… antes de que cualquier ojo pudiera ver… año tras año… tronando en la costa como ahora. ¿Para quién, para qué…? en un planeta muerto, sin ninguna vida que mantener.

Nunca en reposo… torturado por la energía… desperdiciada prodigiosamente por el sol… derramada en el espacio. Una pulga hace que el mar ruja.

En lo profundo del mar, todas las moléculas repiten las mismas pautas que cualquier otra hasta que se forman nuevas pautas complejas. Ellas construyen otras semejantes a sí mismas… y empieza una nueva danza.

Creciendo en tamaño y complejidad… seres vivos, masas de átomos, ADN, proteínas… en una danza cada vez más complicada.

Desde la cuna a la tierra seca… aquí está de pie… átomos con conciencia… materia con curiosidad.

De pie junto al mar… maravillado ante las maravillas… yo… un universo de átomos… un átomo en el universo.

 

 

La gran aventura

 

El mismo temor, el mismo respeto y misterio, viene una y otra vez cuando consideramos cualquier problema con profundidad suficiente. Con más conocimiento se hace un misterio más profundo y más maravilloso, que nos seduce para penetrar en él aún más profundamente. Nunca preocupados porque la respuesta pueda mostrarse decepcionante, sino con placer y confianza levantamos cada piedra nueva para encontrar una extrañeza inimaginada que lleva a preguntas y misterios más maravillosos; ¡una gran aventura ciertamente!

Es cierto que pocas personas ajenas a la ciencia tienen este tipo concreto de experiencia religiosa. Nuestros poetas no escriben sobre ello; nuestros artistas no intentan interpretar este hecho notable. No sé por qué. ¿A nadie le inspira nuestra imagen actual del universo? El valor de la ciencia sigue sin ser cantado por los cantores, así que ustedes se ven reducidos a oír no un canto o un poema, sino una conferencia vespertina sobre ella. Ésta no es todavía una edad científica.

Quizá una de las razones es que uno tiene que saber cómo leer la música. Por ejemplo, el artículo científico dice, quizá, algo así: «El contenido en fósforo radiactivo del cerebro de la rata disminuye a la mitad en un periodo de dos semanas». Ahora bien, ¿qué significa eso?

Significa que el fósforo que hay en el cerebro de una rata (y también en el mío, y en el de ustedes) no es el mismo fósforo que había hace dos semanas, sino que todos los átomos que hay en el cerebro están siendo reemplazados, y los que había allí antes se han ido.

De modo que ¿qué es esta mente, qué son estos átomos con consciencia? ¡Patatas de la semana pasada! Eso es lo que ahora puedo recordar que sucedía en mi mente hace un año; una mente que ha sido reemplazada hace tiempo.

Esto es lo que se entiende cuando uno descubre cuánto tiempo se necesita para que los átomos del cerebro sean reemplazados por otros átomos, para advertir que lo que yo llamo mi individualidad es sólo una pauta o una danza. Los átomos entran en mi cerebro, danza a danza, luego salen; siempre átomos nuevos pero ejecutando siempre la misma danza, recordando cuál era la danza de ayer.

 

 

La idea notable

 

Cuando leemos acerca de esto en el periódico, dice: «El científico afirma que este descubrimiento puede tener importancia para la cura del cáncer». El artículo sólo está interesado en el uso de la idea, no en la idea misma. Apenas nadie puede entender la importancia de una idea, es así de notable. Sólo, posiblemente, algunos niños la captan. Y cuando un niño capta una idea como ésa, tenemos un científico. Estas ideas se filtran (a pesar de todo eso que se dice de que la TV reemplaza al pensamiento), y montones de niños adquieren el espíritu, y cuando ellos tienen el espíritu ustedes tienen un científico. Cuando están en nuestras universidades ya es demasiado tarde para que adquieran este espíritu, de modo que debemos intentar explicar estas ideas a los niños.

Me gustaría ahora abordar un tercer valor que tiene la ciencia. Es un poco más indirecto, aunque no mucho. El científico tiene mucha experiencia con la ignorancia, la duda y la incertidumbre, y creo que esta experiencia es de gran importancia. Cuando un científico no conoce la respuesta a un problema, es ignorante. Cuando tiene una intuición sobre cuál es el resultado, él está inseguro. Y cuando está condenadamente seguro de cuál va a ser el resultado, tiene algunas dudas. Hemos descubierto que para progresar tiene una importancia trascendental el reconocer la ignorancia y dejar lugar a la duda. El conocimiento científico es un corpus de enunciados de grados de certeza variable: algunos más inseguros, algunos casi seguros, ninguno absolutamente cierto.

Ahora bien, nosotros los científicos estamos acostumbrados a esto, y damos por hecho que es perfectamente coherente estar inseguro, que es posible vivir y no saber. Pero yo no sé si todo el mundo se da cuenta de que esto es cierto. Nuestra libertad para dudar nació de una lucha contra la autoridad en los primeros días de la ciencia. Fue una lucha muy profunda y muy fuerte. Nos hace preguntarnos —dudar, eso es todo— y no estar seguros. Y creo que es importante que no olvidemos la importancia de esta lucha y con ello perdamos quizá lo que hemos ganado. Aquí hay una responsabilidad hacia la sociedad.

Todos nos entristecemos cuando pensamos en las maravillosas capacidades que parecen tener los seres humanos y las comparamos con sus pequeños logros. Una y otra vez la gente ha pensado que podríamos hacerlo mucho mejor. Quienes vivían en el pasado vieron en la pesadilla de sus tiempos un sueño de futuro. Nosotros, que somos su futuro, vemos que sus sueños, en algunos aspectos superados, han seguido siendo sueños en muchos otros aspectos. Las esperanzas actuales para el futuro son, en buena parte, las mismas que las de ayer.

 

 

Educación, para el bien y para el mal

 

En otros tiempos se pensaba que las posibilidades de las personas no se habían desarrollado debido a que la mayoría de estas personas eran ignorantes. Con educación universal, ¿podrían todos los hombres ser Voltaire? El mal puede enseñarse al menos tan eficazmente como el bien. La educación es una gran fuerza, pero lo es para el bien o para el mal.

Las comunicaciones entre las naciones deben promover el entendimiento: así llegó otro sueño. Pero las máquinas de comunicación pueden ser canalizadas o bloqueadas. Lo que se comunica puede ser verdad o mentira. La comunicación es también una gran fuerza, pero para el bien o para el mal.

Las ciencias aplicadas deberían liberar a los hombres al menos de los problemas materiales. La medicina controla las enfermedades. Y aquí el registro parece ser para bien. Pese a todo hay hombres trabajando pacientemente para crear grandes plagas y venenos. Serán utilizados en las guerras del mañana.

Casi todos desaprueban la guerra. Hoy nuestro sueño es la paz. En la paz, el hombre puede desarrollar mejor las enormes capacidades que parece tener. Pero quizá los hombres del futuro encontrarán que dicha paz puede ser también buena y mala. Quizá los hombres pacíficos se den a la bebida por aburrimiento. Quizá la bebida se convierta entonces en el gran problema que parece apartar al hombre de conseguir todo lo que él piensa que debería sacar de sus capacidades.

Evidentemente, la paz es una gran fuerza, como lo es la sobriedad, como lo son el poder material, la comunicación, la educación, la honestidad y los ideales de muchos soñadores.

Tenemos más fuerzas que controlar que los antiguos. Y quizá lo estemos haciendo un poco mejor que la mayoría de ellos. Pero lo que deberíamos ser capaces de hacer parece gigantesco si se compara con nuestros confusos logros.

¿A qué se debe esto? ¿Por qué no podemos conquistarnos?

Porque descubrimos que incluso las grandes fuerzas y capacidades no llevan con ellas instrucciones claras sobre cómo utilizarlas. A modo de ejemplo, la gran acumulación de conocimiento acerca del comportamiento del mundo físico sólo nos convence de que este comportamiento parece carecer de significado. Las ciencias no enseñan directamente el bien y el mal.

A lo largo de las épocas los hombres han tratado de descifrar el significado de la vida. Han comprendido que si se pudiera dar alguna dirección o significado a nuestras acciones, se liberarían grandes fuerzas humanas. Por eso se han dado muchas respuestas a la pregunta sobre el significado de todas las cosas. Pero las ha habido de todos los tipos diferentes, y los proponentes de una respuesta han mirado con horror las acciones de los creyentes en otra. Horror, porque desde un punto de vista diferente todas las grandes capacidades de la raza estaban siendo dirigidas hacia un callejón sin salida, falso y limitador. De hecho, es gracias a la historia de las enormes monstruosidades creadas por falsas creencias por lo que los filósofos han comprendido las capacidades aparentemente infinitas y maravillosas de los seres humanos El sueño consiste en encontrar el canal abierto.

¿Cuál es, entonces, el significado de todo? ¿Qué podemos decir para disipar el misterio de la existencia?

Si tenemos en cuenta todas las cosas, no sólo lo que sabían los antiguos, sino todo lo que hoy sabemos y que ellos no sabían, entonces creo que debemos admitir francamente que no sabemos.

Pero al admitir esto, hemos encontrado probablemente el canal abierto.

Ésta no es una idea nueva; ésta es la idea de la edad de la razón. Ésta es la filosofía que guió a los hombres que construyeron la democracia en la que vivimos. La idea de que nadie sabía realmente cómo dirigir un gobierno condujo a la idea de que deberíamos establecer un sistema por el que nuevas ideas pudieran desarrollarse, intentarse, descartarse, y formar más nuevas ideas; un sistema de ensayo y error. Este método fue un resultado del hecho de que la ciencia ya se estaba mostrando como una aventura exitosa a finales del siglo XVII. Incluso entonces estaba claro para las personas con preocupaciones sociales que la apertura de las posibilidades era una oportunidad, y que la duda y la discusión eran esenciales para avanzar en lo desconocido. Si queremos resolver un problema que nunca antes hemos resuelto, debemos dejar entreabierta la puerta a lo desconocido.

 

 

Nuestra responsabilidad como científicos

 

Estamos en los primerísimos comienzos de la raza humana. No es irrazonable que tropecemos con problemas. Hay decenas de miles de años en el futuro. Nuestra responsabilidad es hacer lo que podamos, aprender lo que podamos, mejorar las soluciones y transmitirlas. Nuestra responsabilidad es dejar las manos libres a los hombres del futuro. En la impetuosa juventud de la humanidad podemos cometer grandes errores que puedan bloquear nuestro crecimiento durante mucho tiempo. Esto es lo que haremos si decimos que tenemos ahora las respuestas, tan jóvenes e ignorantes; si eliminamos toda discusión, toda crítica, diciendo: «Eso es, muchachos, ¡el hombre está salvado!», y con esto condenemos al hombre por mucho tiempo a las cadenas de la autoridad, confinado a los límites de nuestra imaginación actual. Así ha ocurrido muchas veces antes.

Nuestra responsabilidad como científicos, sabedores del gran progreso y el gran valor de una filosofía satisfactoria de la ignorancia, del gran progreso que es el fruto de la libertad de pensamiento, está en proclamar el valor de esta libertad, enseñar que la duda no debe ser temida, sino bienvenida y discutida, y exigir esta libertad como nuestro deber para con todas las generaciones venideras.