18

Ojos negros, labios finos y apretados, cuerpo demacrado, mirada que desafía el horizonte. En la cubierta de popa del transatlántico Santa Rosa, Nejiko respira hondo el aire del océano. Su pelo suelto ondea al viento. Mira fijamente el espejo del agua, del que brota ese problema que lucha por ocultar. Un joven soldado armado la observa con actitud sospechosa.

Estamos en julio de 1945. Capturada por los americanos en el hotel Kaiserhof de Bad Gastein, en los Alpes austríacos, Nejiko navega con otros ciento cuarenta y seis prisioneros japoneses rumbo a Nueva York, donde serán interrogados: diplomáticos, asesores, personal técnico y militar, cocineros, criados, conductores, artistas o empresarios... Todos estaban allí, en el Kaiserhof, con el embajador Oshima.

En Bad Gastein, los americanos los mantuvieron cautivos en el hotel Soëntgen durante varias semanas mientras el Departamento de Estado encontraba un lugar seguro para darles la bienvenida a los Estados Unidos. Una vez elegida la ciudad de Bedford, en Pensilvania, se informó en plena noche a Nejiko y a toda la delegación de que su salida estaba prevista para tres horas más tarde. Tras viajar en autobús a Salzburgo y luego en tren a Le Havre, embarcaron hace varios días en el Santa Rosa.

Este periodo en el que pasa horas encerrada, postrada, es el más prolífico. No toca. Tiene demasiado miedo de sacar su violín por temor a que los americanos se lo confisquen. Escribe, llena de tinta sus cuadernos. Por primera vez, a su modo, se cuestiona a sí misma. Tiene dudas.

21 de julio de 1945 Mi tentación más constante, aquella contra la que nunca dejo de librar una dura batalla: el egoísmo. El terrible y devorador egoísmo de los artistas.

23 de julio de 1945 Lo más real que hay en mí son las ilusiones que creo con este instrumento y mi música.

25 de julio de 1945 Poco a poco, la música nos separa de los hombres y nos rechaza sin la sombra de un amor.

1 de agosto de 1945 En momentos de ocio se apodera de mí la angustia de no poder alcanzar nunca la perfección con mi violín, un descontento, un odio hacia mí misma. La idea de que no sirvo para nada, que solo mi gran actividad palía mis errores, que solo el trabajo, una y otra vez, me salva.

3 de agosto de 1945 Este barco… Una cárcel dorada. Pero, aun así, una cárcel.

Una cárcel dorada porque toda la delegación japonesa viaja en primera y segunda clase, mientras que los soldados americanos regresan finalmente a su país en tercera.

El 5 de agosto, por primera vez desde que embarcó, Nejiko se cruza con Oga en la cubierta de proa del barco. Él se acerca lentamente, con aspecto cansado, y espera a estar cerca para susurrarle:

—Ahora, después del hotel Kaiserhof, el camarote de lujo de un transatlántico, ¡no podrás decir que el embajador no ha cuidado de ti!

Como siempre, su tono es irónico, neutraliza el drama. Le explica que lo han instalado en un camarote de aislamiento. Por su proximidad con el embajador. Lo acusan de ser el instigador de la alianza entre Hitler y el emperador de Japón.

Nejiko lo presiona para que le dé noticias del mundo y de Japón, y él le cuenta que la guerra ha terminado en Europa. Hitler y Eva Braun se han suicidado, imitados por Goebbels y su esposa Magda, quienes primero envenenaron a sus seis hijos. Alemania se ha rendido. Solo Japón sigue resistiendo.

Ante la mención de Goebbels, Nejiko se estremece. Lo vio muy de cerca, sostenía su violín en las manos.

—No corres ningún riesgo; en absoluto —la tranquiliza Oga—. Te regalaron este violín como un homenaje a tu talento. Diles a los americanos que solo eres una profesora de violín y no te molestarán.

Llamado al orden por su guardia, Oga se aleja de Nejiko para regresar a su camarote. En este momento aún ignora que los americanos han interceptado y descifrado los telegramas que Oshima envió al primer ministro y al emperador de Japón. Roosevelt llamaba a Oshima «el pelele de los alemanes», pero era su principal fuente de información sobre el régimen nazi. Un secreto que quiso preservar, ordenando a las pocas autoridades militares con acceso a los cables diplomáticos que los quemaran inmediatamente después de leerlos. Sin saberlo, Oshima proporcionaba datos decisivos sobre la ubicación de las tropas y submarinos de la Wehrmacht, sobre el nuevo armamento en construcción o sobre el estado moral y psicológico de los dignatarios nazis. En ocasiones compartía información más anecdótica, como en este cable del 23 de febrero de 1943 que encontré en los archivos de la CIA y que se mandó directamente al emperador al día siguiente de la ceremonia de la entrega del violín a Nejiko:

En nombre del Führer, el ministro de Educación Po pular y Propaganda del Reich, Joseph Goebbels, ha entregado personalmente un violín de gran valor a nuestra joven violinista prodigio Nejiko Suwa. En su nombre, me he tomado la libertad de enviar una car ta de agradecimiento a Adolf Hitler para reconocer este regalo oficial, símbolo de la unidad entre nues tros pueblos.