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Daily Los Angeles: «La primera estrella de la música clásica en pisar suelo americano desde la firma del tratado de paz».

California Post: «La más grande violinista japonesa de todos los tiempos».

The New York Times: «Una artista excepcional».

L. A. Story: «Un talento increíble. Estelar».

Pegada a la ventana de la Pan American, Nejiko observa el ala del avión que se recorta contra el cielo. Una azafata retira su taza de té vacía. Esta es la primera vez que coge un avión: qué sosiego en el aire, qué agradable sensación de balanceo, de calma y de tranquilidad. Falta poco para aterrizar. El avión pierde altura, ligeras turbulencias, algunas sacudidas entre las nubes, masas de aire y, por fin, la tierra se hace visible: inmensas llanuras desérticas, el océano extendiéndose hasta donde alcanza la vista y, poco a poco, una mancha urbana, enorme, ancha. «Los Ángeles, prepárense para el aterrizaje». Nejiko cree que no hay nada tan hermoso como sobrevolar el mundo. Piensa en los bombarderos ingleses y sus pilotos. ¿Qué debían sentir al apretar el botón? Aquí todo es tan hermoso, tan tranquilo, tan alto, tan lejos de la gente, tan mágico. El avión se acerca al suelo y despliega con estrépito el tren de aterrizaje. Treinta metros, ya se ve la pista. Veinte metros, la torre de control, los edificios del aeropuerto. Diez metros, Nejiko apoya la palma de la mano derecha en el asiento delantero. Cinco metros, la pista de aterrizaje. Tres metros, un metro, las dos ruedas traseras tocan el suelo y luego todo a la vez: el estruendo del motor y los frenos en la pista para reducir la velocidad, la presión en la mano derecha y, por último, la sacudida hacia atrás, el alivio, unas cuantas vueltas y el avión se detiene.

Un comité de bienvenida espera a Nejiko a la salida del avión con un enorme ramo de flores de parte de los organizadores del evento. Dos funcionarios del Gobierno dan un paso atrás, pero permanecen vigilantes. Un pequeño grupo de periodistas la rodea rápidamente.

* * *

Transcripción de la conferencia de prensa de Nejiko Suwa tras bajar del avión, en la pista del aeropuerto de Los Ángeles, 13 de septiembre de 1951 (archivos de Los Angeles Times)

—Señora Suwa, ¿su presencia en este concierto es un símbolo del restablecimiento de la amistad entre nuestros dos países?

—¡Sí, por supuesto! Pero ante todo soy violinista. Vengo a tocar música, y la música transmite sentimientos universales, incluida la aspiración a la no violencia y la paz.

—¿Quien la ha invitado?

—El general MacArthur me hizo el honor. Es un amante de la música, hasta el punto de ordenar que retransmitieran Beethoven en los aviones B-59 que so brevolaban Tokio…

—¿Va a tocar Beethoven mañana por la noche?

—No. He querido volver a mis primeras inspiraciones. Mendelssohn, un compositor judío alemán a quien me han prohibido tocar durante demasiado tiempo.

—Señora Suwa, está en Hollywood. ¿Le gusta el cine? ¿Tiene pensado visitar los estudios?

—Me encanta el cine. Voy siempre que puedo. En Tokio vivo cerca del cine Hibiya. Cuando vivía en París ya frecuentaba asiduamente sus salas.

—¿Cuál es su actor americano favorito?

—¡Gary Cooper, sin duda alguna!

—Señora Suwa, ¿a quién considera el más grande compositor del momento?

—Es una pregunta difícil. No quisiera ofender a nadie...

—No nos oye nadie, señora Suwa. ¡No lo publicaremos!

—En ese caso, dudaría entre Igor Stravinski y Dimitri Shostakóvich. Pero ¡sé que lo publicarán!

—¿Es cierto que tiene familia soviética?

—Mi tía Anna huyó de la revolución bolchevique. Le gustaría poder regresar a su país, pero ahora es imposible. Probablemente esto explica mi sensibilidad hacia la escuela rusa.

—¿Cuál es la mejor escuela para una violinista?

—No hay una que sea mejor que las demás. Me influyó la escuela rusa, pero también la franco-belga cuando completé mi formación en París. Y la escuela alemana con el maestro Furtwängler. Ahora forman un todo coherente en mi universo musical.

—Señora Suwa, ¿es cierto que la encarcelaron en Bedford con una delegación de japoneses? ¿Culpa a los americanos?

—No siento rencor. Me trataron con mucho respeto y humanidad. Pero no me gusta hablar de la guerra, es el pasado. La música armoniza mejor con el aire de los tiempos; es el movimiento, la vida. A medida que tocas, cada nota crea otra y se unen para formar una melodía interior y colectiva.

Los oficiales americanos se acercan a Nejiko y la invitan a seguirlos mientras empujan cortésmente a la multitud de periodistas para abrirse paso. Se presentan: Jim Tomson y Bill Hodges, del Gobierno americano, encargados de acompañarla a todas partes durante estos tres días.

Los dos hombres cogen sus maletas —pero no el estuche donde guarda su violín, que ella conserva firmemente a su lado—, y los tres se acercan al Chrysler negro que los está esperando para dirigirse hacia la Grand Avenue, en el Downtown, donde se encuentra el hotel Biltmore que, con sus once plantas, es el establecimiento más lujoso de la ciudad.

La desmesura del hall impresiona a Nejiko. Una recepcionista se apresura a darle la bienvenida. En recepción ya la esperan varios mensajes. Uno es de su tía Anna, para animarla. Otros son peticiones de entrevistas.

Las formalidades se despachan rápidamente. Un botones la acompaña a su suite. Nejiko le escucha comentar el origen de los frescos que va viendo por el camino, los murales, las fuentes, las columnas de mármol tallado, las paredes artesonadas de roble, las barandillas de bronce, los tapices bordados, las lámparas de araña de cristal de Murano…