El quincuagésimo cumpleaños, aun teniendo presente lo que de puramente simbólico tiene esta fecha, es desde luego un día melancólico. Con toda la mesura debida en vista de la grave situación reinante en el Este no podía pasarlo por alto, pues al fin y al cabo me he convertido ya, junto con Göring, en un pedazo de la historia de la revolución nacionalsocialista. A primera hora de la mañana, el coro de las Juventudes Hitlerianas y de la Liga de Muchachas Alemanas en casa —recibimiento en las oficinas del partido, en el Ministerio—. Visita de todas las personalidades mínimamente destacadas. Pero sobre todo: conmovedoras cartas llegadas de todos los sectores del pueblo. Muchos miembros del partido, a los que tal vez no resulte muy agradable mi temperamento, puede que pensaran en la lucha que dentro de poco hará veinticuatro años que llevo librando y en el trabajo que entre unas cosas y otras llevo hecho y que resultaría un tanto histriónico por mi parte repudiar como algo insignificante. Sobre todo me ha emocionado la nota del Führer escrita de su puño y letra.1 Los dos sabemos cuán diferentes somos; él está al corriente de que a muchos individuos, a los que deja actuar en primer plano por motivos de la más alta razón de estado, yo los considero verdaderos parásitos. Pero en determinados momentos el Führer me ha demostrado a mí también siempre su aprecio. Lo que me decía ha sido lo más hermoso de este 12 de enero de 1943. Poco No solo el reconocimiento objetivo, sino sobre todo la valoración personal.
Le he respondido que ahora puedo decirle que en todos estos años no he vacilado nunca en mi fidelidad a él y a su trabajo y que me el mayor honor de mi vida ha sido poder luchar a su lado.2
Por la noche ofrecí un estofado a doscientos invitados en el salón de lo que antes había sido la residencia del emperador de Rusia, y luego del embajador soviético.3 Vinieron todos los antiguos Gauleiter, etc. Con algunos estuvimos luego en el Künstlerhaus hasta altas horas de la noche.
Hace casi tres años llegué a un acuerdo con Keitel acerca de la formación ideológica de la Wehrmacht.4 La cosa no ha dado mucho de sí, primero porque naturalmente se esperaba acabar la guerra antes, y luego seguramente por resistencias de tipo confesional. Por mi departamento han pasado desde luego los textos de petate, he dado algunas conferencias, etc., pero no se ha llevado a cabo ninguna labor intensiva. Ahora han dado comienzo nuestros cursos: varios en localidades del extranjero, doce en Berlín para oficiales al mando de divisiones y de regimientos. Los conferenciantes previstos fueron reunidos en mi oficina y se les dieron las directrices oportunas. Por la noche hablé con los generales y coroneles del OKW. Estaban extraordinariamente satisfechos con el desarrollo del asunto. Hablaron de Stalingrado, de las cartas de los soldados allí cercados. Cartas de despedida plenamente conscientes. Nadie que se mostrara desesperado. Decían que sabían en aras de qué iban a morir ahora. Se despedían de sus mujeres y de sus hijos. Según decía un oficial: solo espero tener fuerzas y la posibilidad de usar la última bala... Las cartas se guardarán de momento, hasta que acabe la tragedia. Una heroicidad de una dimensión tan grande como no ha habido otra, una verdadera prueba para el frente y para la patria, un símbolo de la gravedad histórica, y el punto de partida de la victoria.
La entrevista preparada con Himmler en Poznan. Le dije que después de dos décadas de nacionalsocialismo unos cuantos Reichsleiter se habían destapado. No podían permitirse una cosa así ante la historia, si es que querían, ellos y sus colaboradores, tener un papel en la lucha. La diversidad del trabajo estaba muy clara en los territorios más importantes, allí donde actuáramos juntos había que encontrar lealtad. H.[immler] subrayó lo mismo, haciendo referencia a la lucha id.[eológica] después de la guerra. Ninguno de los dos habíamos titubeado ideológicamente en estos veinte años y debíamos seguir adelante. Yo subrayé que esta próxima lucha contra una institución de dos mil años de antigüedad tenía que llevarse a cabo con gran sobriedad. Los dos teníamos que sofocar conjuntamente a los pequeños alborotadores. H. tenía que actuar en el territorio estatal, y yo tenía que consolidar y dirigir la postura del movimiento.
Acordamos instar a nuestros colaboradores a perseverar en su lealtad, y rechazar los «éxitos» que no se consiguieran de esa forma. Avisé a H. del «trabajo» insoportable del profesor Wüst en Múnich contra la H.[ohe] S.[chule], especialmente contra el director de mi filial. H. me preguntó si me pronunciaría en contra de que alguna universidad del Este fuera asumida por el «Ahnenerbe».6 Los demás centros del «A.[hnenerbe]» del Reich serían asumidos después.
Con esas premisas no puse ninguna objeción. H.[immler] todavía quería hablar con Rust.
La conversación pasó entonces a tratar del Este. Manifesté mi satisfacción por el hecho de que H. me hubiera pasado a Berger como secretario de Estado. Aseguré que lo había encontrado un hombre leal y eficaz, y que espero que en el futuro pueda hacer todavía muchas cosas. H.: Le costaba mucho trabajo cederme a B., pero como no había ninguna vacante, que buscara la de otro. Quizá Kasche; la consecuencia, si no, serían nuevas fricciones. Dijo que en lugar de Heydrich vendría Kaltenbrunner, que me haría una visita inmediatamente después de que se produjera su nombramiento.7 H. se mostró de repente bastante generoso con Koch, al que valoraba como «motor», aunque no creía que el Führer lo dejara caer. Yo desde luego tenía un montón de objeciones que hacer respecto a Koch. Su megalomanía no era propia de la política alemana y ya había causado unos daños extraordinarios.
La entrevista duró unas tres horas. A la mañana siguiente entregué a H. el borrador de una declaración para los pueblos del Este.8 Dio su conformidad, pero se mostró escéptico solo respecto al Dr. L.[eibbrandt], cuya postura a favor o en contra de una cosa, según él, no era objetiva, sino que con el corazón estaba del lado de los ucranianos. Y eso no era recomendable.
El Dr. L.[eibbrandt]: conversaciones sobre comisiones de prisioneros y cuestiones escolares en el Este.
Dr. Runte: carta del ministro de Finanzas del R.[eich] sobre cuestiones de economía[.] Consideraciones sobre los deseos de los negociados (técnicos), peligro de la excesiva proximidad de los C.[omisariados] del R.[eich] respecto a esos organismos. Redactar una respuesta clara. Indicación por mi parte sobre un discurso imposible del director del Negociado de Finanzas ante la prensa econ.[ómica].
El c.[omisario] general Litzmann, de Reval, entrega un nuevo memorándum sobre el reforzamiento de la administración regional. ¡Reclama el título de ministro y el desmantelamiento de los comisarios municipales y de distrito!
El Obergrup[pen]f.[ührer] Berger solicita permanecer al margen de la ejecución de la reorganización del M.[inisterio] del Este hasta que haya asumido los asuntos propios de un secretario de Estado. Le describo lo que está previsto, cosa que le parece absolutamente importante. Hace hincapié en que acude a mí movido por una lealtad personal. Se lo ha dicho a menudo también a Himmler. A partir de ahora se sentirá mi soporte. Nos despedimos con mucha camaradería.
El Dr. Stellrecht me presenta algunas recomendaciones sobre planes de cursos de formación. Informe de un oficial de Stalingrado: pasa ante un soldado que está colocado al cargo de una ametralladora. Es que tiene que disparar. El pobre hombre dice que ya se pasa todo el tiempo disparando, y mueve el dedo en el aire junto a la ametralladora. Alucinaciones motivadas por el hambre y el agotamiento.
El Prof. Reinerth informa sobre la continuación ilegal del servicio de los museos de Prehistoria de Rostov a través del «Ahnenerbe y sus comisiones en Ucrania, encargadas de efectuar compras y excavaciones (!).9 Si H.[immler] no erradica esos métodos de una vez, no habrá paz. Le haré llegar un aviso a través de Berger.
Hasta ahora el Negociado de Prehistoria ha revisado y puesto en orden alrededor de ochocientos veinte museos y centros de investigación.
Hoy me visitó el general Hellmig, al mando de las Legiones de los Pueblos del Este.10 Me dio las gracias ante todo por la buena armonía y colaboración con el M.[inisterio] del Este y planteó luego la cuestión que preocupa desde hace meses a todos los soldados, a saber, si no sería posible dar a los rusos, etc., una idea política que los estimulara. Según él, algunos combaten de un modo excelente, por ejemplo los del Turquestán en Stalingrado. Enumeré a H.[ellmich] las dificultades de prometer simultáneamente a los rusos y a los demás pueblos su libertad nacional. Por lo menos ha ido bien, según dice, que no haya dejado entrar en el Este a ningún emigrante zarista: habrían propagado enseguida otra vez la idea de una Rusia integral. Los prisioneros actuales y los nativos del país quieren sobre todo tener tranquilidad, tierras y una patria. Sin embargo, también los generales Vlásov y Shilenkov, que habían elaborado la nueva proclama, culpaban a Stalin de haber vendido Murmansk y Bakú a los ingleses: una clara prueba más de dónde se sitúa también para estos generales el objetivo final.11 Por lo demás, el general H. sabía que hasta ahora el Führer había declinado hacer unas promesas más amplias. Cree que a este respecto yo habría debido preparar hace ya tiempo un proyecto de declaración. A la primera ocasión que tuviera debía presentárselo al Führer.
Por la tarde visité el un centro de clasificación de mi equipo de intervención. Es asombroso comprobar qué objetos tan valiosos procedentes de toda Europa se han guardado aquí. Obras de literatura, manuscritos de Diderot, cartas de Verdi, de Rossini, de Napoleón III, etc.12 Y a ello hay que añadir toda la calumniosa literatura judía y jesuita contra nosotros.13 Se ha sacado provecho aquí de una ocasión histórica única con un número de colaboradores ridículo por su escasez.
Dr. Meyer. Problemas de los precios en el Este. Antigua disposición del c.[omisario] de p.[recios] restablecida en general. Desechadas las objeciones de Pleiger.
Dr. Reischle.14 T.[eniente] de una sección de intervención motorizada en Stalino. Informa acerca de un ruso, un tal profesor Brostshorkov, al que se han llevado al Cáucaso.15 Ha inventado el generador de antracita. Se han hecho incluso pruebas con tractores agr.[ícolas]. Por parte alemana hasta ahora no se había encontrado la solución al problema.
Reischle achaca al rendimiento de la política agraria entre otras cosas el fracaso de la economía industrial. Los treinta y cinco o cuarenta tipos de automóviles son una desgracia. Los motores son desmontados y llevados a Bélgica para su reparación. En este campo se ha dejado demasiado espacio al capricho de unos y de otros. Los rusos habrían planteado mejor las cosas.
Las tropas rumanas en retirada: aisladas, sin armas, andrajosas, pero siempre conduciendo las reses robadas que habíamos dejado a los campesinos para su sustento en general. Nadie que se las quite.
Dr. Runte. Borradores de decretos: organización del Ministerio, para los c.[omisarios] del R.[eich]: su posición similar a la de los comisarios de defensa.
Invento de nuestro negociado de veterinaria: piel curtida del pericardio de vaca. Prueba adjunta.
Presentación del botín del Comando de Operaciones del Reichsleiter Rosenberg (ERR) en Estonia, 2 de febrero de 1943. [USHMM Photo Archives, CD 0395, WS 38651]
Malletke se queja del AA [Ministerio de Asuntos Exteriores], que obstaculiza cualquier conversación con los daneses.
Propuesta de decreto sobre nombramiento de extranjeros germ.[anos] en puestos no políticos de la Administración Civil.
El golpe de estado po del trono y el altar en Roma contra Mussolini ha expuesto todos los problemas con claridad para todos.16 Mussolini había querido conseguir a toda costa para la nación italiana territorio y pan. Y había sobrevalorado en exceso las fuerzas que tenía para ello su pueblo. La aventura de Abisinia había oscurecido un poco esta realidad, pero determinados acontecimientos de la guerra de España habían demostrado que no era posible cargar sin más con algunos pesos demasiado grandes (Guadalajara).17 Ciertas pasiones y ostentaciones externas habían influido demasiado a algunos en Alemania. Yo no había valorado más de lo debido todo ese histrionismo y sobre todo me había mantenido al margen de tanta peregrinación a Roma por parte de nuestras autoridades precisamente porque estoy convencido del estudio de las razas. No obstante, la alianza con el fascismo estuvo muy bien hecha, pues solo así podía romperse el cerco al que estábamos sometidos, y sin ella tampoco habría sido posible la anexión de la Marca Oriental. Pero todo ello tuvo precisamente consecuencias cuando Italia entró en la guerra en 1940 para llegar a tiempo en calidad de socio a la recogida de frutos en el oeste. Luego la huida del Don, el barrido de los rumanos y los húngaros, que al cabo de veinte minutos de tiroteo salieron corriendo.18 Stalingrado fue el precio más alto que hubo que pagar por la ayuda italiana. En su huida los italianos vendieron sus ametralladoras por diez marcos en el mercado de Kiev, robaron todo lo que pudieron y luego fueron devueltos a casa. Y en vez de fusilar a cien oficiales, los recibieron como a héroes. Y lo mismo en África y en Sicilia. Aquello acabó con los nervios de Rommel. En Sicilia, todos salieron corriendo, los oficiales se encasquetaron deprisa y corriendo trajes de paisano y huyeron con la maleta en la mano al encuentro de los americanos. La población se rindió de la misma manera. En la Italia meridional nuestros soldados de infantería marchan en orden rigurosísimo hacia el sur... y por el mismo camino sube el «ejército» italiano sin armas hacia el norte. A la población aterrorizada del sur de Italia tampoco puede culpársele de que Mussolini no reuniera fuerzas suficientes para fusilar a los altos mandos por cobardes, y eso es lo que tiene que pagar ahora. Los detalles del golpe de estado del Vaticano y la monarquía se han conocido hoy: típicos de un principado anacrónico. Pero la iglesia del amor ya ha respondido en Roma a través de su prensa odiosa... La evolución en estos momentos se vuelve dramática, la faceta revolucionaria de nuestra lucha no ha hecho más que empezar.
Esto me lleva a pensar también en la situación política interna en nuestro país. Durante las últimas semanas ya he hablado de ella primer con mis colaboradores y otras cuantas personas de confianza. A raíz de una protesta en Suabia contra los planes de crear las viviendas de unidad familiar de Ley pasamos a hablar de la faceta colectiva de nuestro desarrollo: viviendas de unidad, espíritu de unidad, cada vez más restricciones organizativas, y encima toda esa palabrería a todos los niveles como lo de Ley, o la propaganda interna inaguantable de Goebbels, que no tiene más que un único tema de conversación: «Yo sobre mí mismo». (Sobre eso he escrito una carta a Göring, también al propio Goebbels, y para otro con suficiente claridad.)19
En todas las reuniones de formación he venido hablando desde comienzos de 1940 acerca del señorío bueno y malo. He explicado detenidamente que una guerra de treinta años no dejó tras de sí más que señores y siervos, y que Prusia no pudo salvar la sustancia germánica más que a través de una dura disciplina. Pero la pequeña burguesía de los 360 «estados» y la estrechez de territorio tras el restablecimiento biológico actuaron negativamente de cara a la disciplina del entorno. Por fin hoy se ha dado la posibilidad de desarrollar los viejos auténticos instintos de la gran época imperial. Señorío sin frases presuntuosas, sin falsos histrionismos, señorío como obviedad, como actitud firme y generosa. La obsequiosidad y la arrogancia nacerían ambas de una misma fuente: el espíritu de súbdito. Esto no lo comprenderán nunca ni Ley ni Koch ni Goebbels. Pero en el partido sí que lo han entendido. Durante los últimos nueve meses he estado en 18 regiones (Gauen) y durante los fines de semana me he empeñado en hacer cuanto ha estado en mi mano por acerar los caracteres en ellas, algo que nuestra «propaganda» ha sido incapaz de conseguir. Sobre todo dos discursos: una gran disertación pública sobre el sentido de la guerra, y una reunión a puerta cerrada para las autoridades de la región correspondiente. Si la formación, que tiene ya bastante mala fama, ha vuelto a conseguir crédito, ha sido gracias a la labor de mi Negociado, y en esa labor tiene un mérito especial del Dr. Stellrecht.
A ello hay que añadir los cursos permanentes que se dan en mi centro de formación de Dahlem sobre política eclesiástica o los temas del Reich programados por mí. Luego está la formación de la Wehrmacht, que ahora progresa constantemente. Un problema igualmente destacado, pues a estas alturas los mandos más altos siguen sin ser revolucionarios nacionalsocialistas, sino en parte adversarios. En esto me ayuda mi comunidad docente del R.[eich]. En poco tiempo ha habido que organizar novecientas conferencias.
He estado también en Núremberg (en el A. Hitler-Platz), en Múnich (en el Circo Krone), en Augsburgo (en el Rathaus-Platz), en Dresde (Zwinger), en Poznan, Stuttgart, Düsseldorf, Münster, Colonia (probablemente el último orador que ha hablado en el Gürzenich),20 Hagen/Dortmund, Luxemburgo, Tréveris, Weimar, Frankfurt, etc. Y además varias veces conferencias en las ceremonias ideológicas en Berlín. Varias recepciones de oficiales, conferencias introductorias a los cursos y veladas de camaradería con los participantes. Si a ello le añado el trabajo en el Este y las conversaciones diarias en las oficinas del partido, y el estudio de los expedientes de ambos negociados por la noche, puedo afirmar sin ningún género de duda que he estado hasta arriba de trabajo. Pero el sentido de todo ello no era la hiperactividad, sino el esfuerzo por la estructura interna, la representación de la grandeza de nuestra lucha, la advertencia sobre todo de que la ley de la guerra es muy exigente, lo que hoy es necesario no es el ideal de estado. No se puede llegar al punto de que doscientas mil personas manden y ochenta millones obedezcan. No es por eso por lo que habríamos luchado. Habríamos venido a dirigir al pueblo a.[lemán], pero no a dominarlo. Algo que muchos «organizadores» no pueden entender. ¡Precisamente lo que falta es dirección! El Führer está ausente en el c.[uartel] g.[eneral] del F.[ührer], siempre ocupadísimo con cuestiones militares y de política exterior; sobre los asuntos del interior solo puede ser informado de forma muy parcial. Se le mantiene alejado en la mayor medida posible de lo desagradable y tampoco va a hacer cambios. Así pues, el Dr. G.[oebbels] hace el paripé él solo en toda clase de imágenes especulares, hace sonar por lo demás esa música de negros y pone las películas de entretenimiento puramente plutocráticas de una industria cinematográfica metropolitana. El sujeto no puede absolutamente actuar de otra forma, pues es exactamente lo mismo que sus productos. Que aquí no va a cambiar nada lo nota el partido con resignación y todos se preguntan si es que no el Führer no siente el rechazo verdaderamente físico que despierta el comportamiento del Dr. G. ¿En esta casa nuestra tiene que romperse toda la porcelana antes de que suceda algo? ¿Por qué no se hace algo a tiempo?
En Italia vuelven a aparecer todos los políticos que habían ido a la bancarrota. Todos quieren tener otra vez «libertad plena» para refundar sus partidos, para ir al grano, como si en veinte años no hubiera pasado nada. El gobierno Badoglio parece echar el freno, y como no se sabe hasta qué punto van a salirle bien las cosas a la larga, tiene que ser cauto.21 Al fin y al cabo solo el fascismo de Mussolini salvó a Italia del bolchevismo. Él fue, asimismo, el que hizo retroceder todavía más al marxismo a través de las reformas en materia de política nacional. Al margen de que en los detalles la dirección haya tenido suerte siempre o no, Italia tiene todos los motivos del mundo para estar agradecida a Mussolini y la historia lo comprobará un día, incluso aunque tenga que reconocer que la musculatura de los italianos no era lo bastante fuerte como para desempeñar los cometidos históricos que se les habían asignado. Farinacci ha llegado a A.[lemania] vestido de paisano. En el c.[uartel] g.[eneral] del F.[ührer] es comprensible que nadie diga nada y la gente se reúne solo con aquellos que tienen algo que ver directamente con el nuevo complejo. En Roma se hace hincapié en la forma casi constitucional de la crisis y de su solución, pues el Gran Consejo del Fascismo se ha pronunciado supuestamente a través de una gran mayoría a favor de una entrega del poder sobre al rey.
El clerical Don Sturzo ha publicado una entrevista desde Florida y habla de «nostalgia» y de poder volver cuanto antes a su patria siciliana.22 El odio contra Mussolini se comprende por sí solo en este preparador del marxismo.23 El Vaticano sigue revolviendo celosamente el asunto. Su emisora en lengua española afirma: «El dominio de un solo hombre no se compadece con el sentir del pueblo. El papa condena a aquellos que se atreven a poner el destino de toda una nación en manos de un solo hombre que, que como todos los demás seres humanos, es presa de sus pasiones, sus errores y sus fantasías». Los señores del Vaticano deberían añadir solo lo siguiente: todavía peor es, sin embargo, querer atribuir de manera absolutamente desquiciada a un solo hombre, el papa, el derecho a la infalibilidad. Por lo demás Franco puede tener bien claro por esas palabras que con la iglesia la revolución falangista no podrá llegar nunca a buen fin. Tener un papa español propio en Toledo, como dijo Primo de Rivera, ese sería el único objetivo posible, para poner gradualmente fuera de juego la nefasta intromisión del eterno desintegrador de todo crecimiento orgánico.
El soez discurso de Roosevelt contra Mussolini pone de manifiesto el bajísimo nivel que tiene hoy día Estados Unidos. Pone de manifiesto además que debe hacerse todo lo que haga falta para rebatirlos de una vez. El caso de Mussolini solo puede significar para nosotros un refuerzo frente a este planteamiento de o lo tomas o lo dejas. Pero nos obliga también a llevar a cabo un ejercicio de introspección. Es evidente que entre nosotros hay demasiadas cosas reglamentadas; tampoco cabe duda de que alguna gente, en muchos casos por debajo de la media, lleve a cabo una censura intelectual. Hace poco yo mismo he certificado con toda claridad las triquiñuelas que han usado contra el Dr. H.[ans] Günther en la C.[omisión] de P.[ruebas] del P.[artido para Protección de las Publicaciones Nacionalsocialistas]. Cualquiera que aspire a tener una situación sólida y al mismo tiempo comportarse con generosidad puede comprobar que entre nosotros ha proliferado enormemente el histrionismo. Con razón había considerado Platón que la teatrocracia era un signo de decadencia.24 La forma en la que desde hace años son puestos de relieve nuestros actores cinematográficos es insana, si se compara con la forma en que son tratadas otras contribuciones intelectuales originales. Las críticas contra intelectuales atrasados han ido absolutamente ligadas al menosprecio por los estudios alemanes. Como el Führer disfruta más con artistas que con profesores, la ciencia ha sido menospreciada aquí por nuestras autoridades estatales. Que estaba llevándose a cabo un contramovimiento en este terreno —exigido también por mí— lo ha proclamado incluso el Dr. G.[oebbels] y de ese modo él, que en realidad se ha burlado de los «intelectuales», ha intentado buscar conexiones también en este campo y ha convocado a todos los rectores para que se congregaran como borregos en Heidelberg. Al principio, con el fin de repartir a los investigadores cruces de caballero de la Orden del Mérito de Guerra en una asamblea de estudiantes (!),25 y cuando esto fue prohibido, para pronunciar un discurso «fundamental». Este discurso, al que se dio tanto bombo, carecía en sí por completo de contenido, como todos los suyos; en esencia contenía solo el debido llamamiento a los sabios para que no se arredraran ante las exigencias políticas del presente. Entre otras cosas decía también que si el pueblo a.[lemán] supiera todo lo que tiene que agradecer a los investigadores en materia de invenciones, se postraría «de rodillas» (!) para expresarles su agradecimiento. De nuevo esas expresiones radicales. De un modo plásticamente igual de repulsivo que su anterior comparación, nos «colgaríamos de los faldones de la levita» de Churchill. Como si seríamos fuéramos chuchos. Por lo demás G. hizo que le renovaran el título de doctor. Una medida incomprensible, que también llevó a cabo únicamente para poder salir a escena de cualquier manera una vez más. También eso es teatrocracia, y tanto peor por cuanto aquí no se trata de un actor especializado, sino de un hombre que desempeña el papel de ministro.
El Dr. St.[ellrecht] planteó de nuevo el tema que a todos nos tiene preocupados desde hace tiempo, a saber, que no tenemos gobierno. Es evidente que el Führer solo se ocupa de lo más urgente (y ya solo eso está por encima de las fuerzas de un hombre); pero además es evidente que a menudo hay cosas importantísimas que reciben solo un tratamiento parcial, que no pueden alcanzarse como es debido decisiones objetivas, que es imposible despachar los asuntos corrientes imprescindibles, y que por tanto el pueblo echa de menos una autoridad firme y permanente. De por sí Göring tendría la posibilidad de hacer lo necesario para la defensa del Reich a través del Consejo de Ministros. Pero también él está casi siempre en su alojamiento de campaña o convierte las reuniones en verdaderas asambleas. A su alrededor debería formarse un núcleo de personalidades del partido y del estado bajo la correspondiente consulta de los negociados interesados, en el que pudieran decidirse todas las cosas de tal modo que los asuntos más importantes fueran estudiados en todas sus facetas antes de ser presentados al Führer. Como lugarteniente del Führer, G.[öring] debía trasladarse luego a los territorios atacados y después hablar de vez en cuando al pueblo en forma equilibrada. Como a pesar de las numerosas críticas que se oyen ese pueblo sigue viendo en él a un hombre, G. podría recuperar muchas cosas que ha dejado que se le escapen. Por eso se forman ahora muchas camarillas que acuerdan tomar medidas relativamente comunes, grupos de individuos que recuerdan a los diádocos..., pero ningún gabinete de guerra. Por mucho que numerosas ciudades sufran las peores devastaciones, que mueran en la patria a manos de las bombas enemigas más personas que en el frente, la gente no siente que las autoridades se interesen por ella, no se percibe ninguna mano rectora, solo la propia ayuda, los Gauleiter, el NSV, etc.
El OKW me pide dirigir todas las operaciones que faciliten la evacuación de alrededor de veinticinco mil rusos (de la comarca de Orel).26 Se ha hecho; una nueva carga. La Waffen-SS por su parte quiere disponer de un centro de adiestramiento de tropas en Letonia. Muy necesario, sin duda, pero hay que desplazar y buscar alojamiento para ocho mil letones. He ordenado que se razone la motivación de semejante acción: ¡Con ese mismo fin en el Gau de Brandemburgo ha habido que desplazar solo a tres mil campesinos alemanes! De modo que no se trata de ninguna «expulsión» de los letones, como seguramente se diría allí.
Recibí al ten.[iente] coronel Von Burgsdorff, lugarteniente de Lohse.27 Le expliqué con claridad la situación política en el Este, concretamente como ejemplo de la falta de idoneidad de Drechsler frente a Waldmanis y sus colegas. B.[urgsdorff] no parecía muy al corriente de las cosas, pero enseguida lo entendió todo. Me ha dado una impresión muy buena. Ahora marcha al encuentro de Lohse, para mantener una conversación preliminar.
El Oberg[ruppen]f.[ührer] de las SS Berger informa al Dr. St.[ellrecht] de las medidas tomadas en el noroeste de Italia... También acerca de determinados pasos dados por el papa... Ya hablaremos de eso más tarde; escribir algo ahora podría ocasionar todavía algún que otro disgusto desagradable.
El Dr. Wagner me elaboró el informe final sobre Winniza.28 Las democracias neutrales han quedado todas anonadadas. No se trataba en este caso del fusilamiento de los dirigentes de un pueblo enemigo (Katyn), sino del asesinato del propio pueblo.29 Declaraciones más detalladas de los testigos que se han presentado ahora han permitido averiguar los nombres de los delatores judíos y de los comisarios también judíos. De todos los contornos a una distancia de cien kilómetros acuden ahora muchas ucranianas llorando e intentan identificar a sus maridos desaparecidos. Todos son gente sencilla: fueron campesinos y obreros los que aquí cayeron víctimas de la sed de sangre de los judíos. Pero todos los intelectuales de Europa pueden —o podrían— decirse que si A.[lemania] no construyera ahora el muro oriental de Europa, cientos de miles de personas seguirían ahora el mismo camino hacia las fosas comunes que las víctimas de Winniza.
Allwörden ha vuelto de Hamburgo y me ha informado inmediatamente de la situación existente.30 Objetivo, pues realmente no hay palabras para describir lo ocurrido. La actitud de la población, sin embargo, ejemplar. Entre la mayoría predomina un solo grito: ¡Venganza!
Ante esta aniquilación de las grandes ciudades me parece que se ha presentado una oportunidad de cara al futuro de volver a descubrir lo rural como no había existido nunca. Debemos comprender este guiño del destino y no dar cabida nunca más a la construcción de semejantes metrópolis. Ya he escrito sobre eso en El mito, aunque desde 1933 daba la impresión de que la evolución seguía el camino contrario. Nuestros alcaldes querían «incorporar en una sola entidad» el mayor número posible de localidades, para así engrandecerse. A pesar del hincapié hecho en lo rural el nacionalsocialismo ha sido un fenómeno mayoritariamente metropolitano: el DAF prevaleció sobre la idea «Sangre y Suelo», y la KdF va camino de convertirse en una colectivización insoportable. Ante una asamblea de campesinos he tenido que explicar hace poco: la ciudad ha oprimido al campo, el campesinado es demasiado débil para imponerse al poder de la gran industria concentrada. Aquí solo puede servir de ayuda un poder ideológico-político distinto: el NSDAP. Pero este debe ver primero como es debido cuál es su misión. Yo en todo caso me encargaré con todas mis energías de que no vuelvan a surgir más metrópolis con todos sus patios traseros: la aviación es la mayor presión a favor de esta idea: la técnica superdesarrollada obliga una vez más a volver al campo, se manifiesta en contra el edificio de pisos. Hamburgo resurgirá, más hermosa de lo que era, con quinientas mil personas superará todas las tareas que se le impongan.
A lo largo de los años, junto a todas las cosas grandes ha habido también mucha cotidianidad gris. Incompatibilidades humanas, triquiñuelas mezquinas, muchos abusos de confianza, etc. Naturalmente yo también la he vivido, pero me he esforzado por adoptar una actitud recta y por educar a mis colaboradores en ese sentido. Recientemente, sin embargo, me he sentido herido en lo más vivo. Un acontecimiento en apariencia nada sobresaliente me ha mostrado hasta qué punto ha conseguido imponerse con éxito y sin el menor escrúpulo incluso entre nosotros la vieja forma histórica de la camarilla cortesana. El director de la Cancillería del Partido tras la marcha de Hess, Bormann, es un hombre de mentalidad práctica, fuerte y decidido. Además tras la incapacidad de Hess era muy bienvenida una dirección de los asuntos que fuera enérgica con el partido, y comenzó así el ensayo para ver la idoneidad de Bormann para esa tarea. Es decir, para comprobar si en su coloquio diario con el Führer le presentaría los problemas actuales con rectitud e imparcialidad. Que haya iniciado una cierta política personal y que en cuestiones como por ejemplo la sucesión de un Gauleiter quiera imponer lo que a él le resulte más de su agrado es incluso comprensible humanamente. Pero no ha tardado en ponerse de manifiesto otra cosa muy distinta. Durante los tiempos de lucha B. no ha defendido ninguna idea ni como orador ni como escritor, y por supuesto no ha traído al mundo ninguna. Tampoco ha creado ninguna organización. Anteriormente dirigió la Caja de Socorros del NSDAP, su mujer es la hija de [Walter] Buch. Llegó con Hess como jefe de Estado Mayor, a menudo acompañaba al Führer, y luego construyó —en su calidad de inspector de fincas— las huertas, cuadras, etc., del Obersalzberg, y los demás grandes edificios del lugar, y sin duda el Führer lo tiene siempre a mano para numerosos asuntos prácticos. El Führer se había acostumbrado a él y lo necesitaba cuando quería hacer llegar una orden inmediata a algún ministro del R.[eich], a algún Gauleiter, etc.
Por fin Bormann había llegado al poder, pues nadie que recibiera un escrito suyo podía distinguir si se trataba de una orden personal del Führer o de una opinión de B. Y luego estaban los complejos propios de una naturaleza como la de B.: determinados hombres eran demasiado grandes para él. Entre ellos, uno de los primeros soy yo. Un incidente en concreto debió de ser el pretexto. B. se había Me metido en el terreno de la ideología y había comunicado a un Gauleiter el punto de vista del nacionalsocialismo sobre el cristianismo y luego se había visto obligado a enviar esa carta a los demás Gauleiter. A mí no me había informado de nada, como habría sido lógico que hiciera. Yo solo oí hablar de ese escrito, que y solicité que se me facilitase. Me encontré entonces con un trabajo totalmente inadecuado y torpe, incompatible con la dignidad del NSDAP. (Como pude saber después, su autor era el Dr. Krüger, de la Cancillería del Partido, aunque algunas expresiones muy concretas quizá fueran del propio B.)31 Comuniqué a B. que no consideraba muy afortunada su forma y le presenté un borrador de tipo elemental de cómo me habría expresado yo en la eventualidad de tener que dar alguna aclaración sobre el problema, añadiendo que era del parecer de que la distribución de trabajos de ese tipo es hoy por hoy inadecuada. La diferencia entre uno y otro producto quedó clara también para B. En una conversación me dijo que por supuesto no había querido iniciar con aquello una cosa grave, que yo soy naturalmente el único que puede formular estos problemas, etc. Quizá en aquel momento pensara así en serio. Pero en cualquier caso luego emprendió a todas luces la tarea de torpedear mis negociados del partido, los compañeros de la Cancillería del P.[artido] que no podían negar la gran labor realizada por mi sección hacían todo lo posible para asignar sus tareas a otros, y chicos jóvenes que todavía no habían prestado ningún servicio importante, empezaron a criticar en tono condescendiente a mis colaboradores. Luego, en las cuestiones relacionadas con el Negociado de Publicaciones no ha conseguido aleccionar lo bastante bien al Führer para quitarme sigilosamente este servicio y asignárselo a Bouhler. A este le ha disminuido el trabajo de la Cancillería del Führer y ha querido tranquilizarlo de cualquier manera. Me llegaron entonces dos cartas en las que con toda claridad, supuestamente por deseo del Führer, se aseguraba que la misión en el Este me ocupaba por completo como si fuera la misión de mi vida, y que por tanto podía ceder tranquilamente a Bouhler mi Negociado de Publicaciones. Por supuesto B. sabía perfectamente que el Negociado de Bouhler estaba muerto, carecía por completo de ideas. Pues bien, después de cosas como esta llega ahora el asunto Hugo Wittrock.
Contra W.[ittrock] se había formado en Riga una oposición por parte de los carcas de Lübeck, que se han percatado con perfecta claridad de su debilidad a raíz de la llegada del viejo cabeza de hierro. En segundo lugar les resultaba incómodo por la vieja amistad que tenía conmigo, pues temían que mantuviéramos conversaciones privadas. No tardaron en ganarse a Lohse, que por desgracia todavía no estaba a la altura del cargo de c.[omisario] del R.[eich]. (Me pregunto si lo estará ya.) Como todo aquello no había servido de nada y la debilidad del c.[omisario] gen.[eral] de Riga y de s[us] colaboradores era cada día más clara, es evidente que un par de individuos presentaron quejas en la Cancillería del Partido contra aquel báltico reaccionario, que, según ellos, pretendía seguir adelante con una política anticuada e intolerante. De momento eran solo unas cuantas acusaciones personales. B.[ormann] me escribió entonces una carta, en la que no dejaba a mi arbitrio la realización de una investigación, que es lo que habría sido lo leal y lo correcto, sino que se identificaba con los ataques y expresaba su deseo de no designar oficialmente a W. jefe de administración. En la entrevista con el Dr. Lammers y B. del 24 de junio en Berchtesgaden indiqué de palabra a B. algunas inexactitudes inmediatas de la notificación. Ahora B. se ha procurado nuevas «informaciones» —a través del SD y de gentes del entorno de Drechsler—, ha incluido una lista de los bálticos de nacimiento distinguidos por W. (con el fin de demostrar su política particularista), se declara de nuevo solidario y añade que debe insistir en la destitución de W. y que tiene el convencimiento fundado de que, llegado el caso, también el Führer decidiría en este sentido (!).
O sea, una injusticia de lo más primitivo, un ejemplo de la más miserable política de gabinete. W. no ha solicitado nada, yo he sido el que lo ha traído al puesto que ocupa, para que hiciera de contrapeso precisamente en Riga a un intento de congraciamiento que yo veía venir. Como la pandilla de oriundos de Lübeck no ha podido enemistarlo conmigo, pues hasta el momento no les ha sido posible demostrar una falta de idoneidad objetiva por parte de W., ahora quieren llevar adelante su intento a través de la antecámara del Führer. Y con un éxito total: la cosa ha llegado inmediatamente a oídos de B., que empieza a «reunir material» contra una persona a la que ni siquiera conoce. Pero es una cosa que a muchos no les gusta: los bálticos no son muy del agrado de las altas instancias, como anticolectivistas han representado una actitud de identidad frente a un tratamiento en parte estúpido. Ahora resulta demasiado cómodo impartir órdenes, intimidar a los subordinados, y calificar de acto de arrogancia y antipopular cualquier desobediencia. Se ha tenido mucho cuidado de que esos incidentes en parte increíbles no atraviesen el cerco que rodea al Führer en una época en la que, como es tanto lo que está en juego, ni siquiera yo he podido exponer en mi discurso ese tipo de detalles.
Ahora le toca a W. Se le ataca a él, pero en quien se piensa es en mí. Es terrible la indecencia de B., que evidentemente se siente ya muy seguro de que su discurso ante el Führer, lo que a él le parezca bien comunicarle, es ya tan decisivo que yo no voy a tener nada que hacer, y que recibiré una decisión del Führer del estilo de la que ya me ha hecho llegar él.
Según dice la experiencia, las cosas le resultan a uno más fáciles cuando ha descargado su cólera... aunque solo sea por escrito. Lo que haré ahora será solicitar al c.[omisario] del R.[eich] Lohse que envíe a W. a Berlín para que exprese personalmente su postura frente a los cargos que se le imputan: el derecho más primitivo que tiene un inculpado es ser escuchado. Que B. no quiera reconocer esto, que es el mandamiento más simple de la decencia, que pase por alto sin más la vida honorable que ha llevado una persona, pone de manifiesto una mentalidad cuya corrección se ha impuesto precisamente como misión el nacionalsocialismo. Si estos métodos de B. salieran ganadores, todo el trabajo de mi vida habría sido en vano. Difamar y liquidar a hombres de honor sin darles la posibilidad de ser escuchados valiéndose del poder comprado con la sangre derramada por millares de víctimas por medio de una camarilla cortesana, a la larga es algo que no puede soportar ni un NSDAP decente ni un pueblo a.[lemán]. Los métodos de B., por no hablar de la «propaganda» del Dr. Goebbels, no se corresponden con la decencia de nuestras ideas y de nuestra lucha. Pero no cabe esperar decir a la cara una cosa así al Führer —lo tomaría como un ataque a unos colaboradores de valía comprobada, cuando no como prueba de la envidia de un «teórico» frente a unos «hombres prácticos».
A B. le comunicaré que yo mismo investigaré atentamente esos cargos. Si fuera posible plantear nuevas aclaraciones, tendrá que especificarme a mí confidencialmente los puntos que, a su juicio, harían culpable a sus ojos a W. Le informaría de los resultados de la investigación. Lo fundamental, la intolerable intromisión de B. en una cuestión que depende solo de mi jurisdicción, se lo señalaré, pero quiero hacerlo de palabra. Me alegraría de que B. se diera cuenta de lo insostenible de su conducta. De palabra ya he podido convencerle de muchas cosas; al menos durante algún tiempo. Quizá vuelva a hablar la parte mejor de él; o quizá mejor el mero reconocimiento de que su osadía ha ido demasiado lejos.
Pero como síntoma el incidente es vergonzoso. Y como después de veinticuatro años he desarrollado un instinto para los síntomas, me siento en el deber de actuar contra esa grave enfermedad del carácter.
Las conversaciones sobre las normas de ejecución de la declaración de 3 de junio de 194332 llegan por fin a término. Koch, que, siempre que le es posible, se opone a cualquier orden central, había introducido la consigna de que pretendíamos hacer una «ley de mayorazgo ucraniana», dar más tierras en propiedad a los ucranianos que las que tenían los campesinos alemanes, que no podíamos comprometernos jurídicamente de esa forma y cosas por el estilo. Los señores del cuartel general del Führer, que no tenían el más mínimo conocimiento de la situación real, se mostraban escépticos: que si yo era políticamente un imprudente, que si estaba fuera de lugar, etc. Total, como ahora el Führer solo puede estudiar cuestiones militares, la entrevista con él acerca del problema ha sido aplazada. Luego, cuando a Himmler, a Bormann y a los otros se les aclaró de qué iba la cosa, salieron con que «Bueno, en tal caso...». Después hemos redactado un preámbulo explicativo, en definitiva hemos mantenido nuestro anteproyecto, que Koch recibirá otra vez el lunes. Siento curiosidad por saber si de nuevo insistirá en aguardar a una decisión del Führer. ¡Ya se han perdido cinco semanas con toda esta palabrería! El pedido de otoño se nos echa encima, y la ejecución práctica de la declaración aceleraría especialmente las cosas. Además de que en los estados autoritarios no es fácil tomar decisiones. En sí está muy bien que participen en las conversaciones el mayor número posible de personas: de ese modo se exponen muchos puntos de vista y la consecuencia es la introducción de algún añadido. Pero eso está bien cuando la decisión final sigue estando fundamentalmente en manos de aquel que es responsable de la ley. Todavía no ha desaparecido el tipo de consideración absolutamente primitiva que se tiene del Este a pesar de los dos años de guerra y todas las experiencias acumuladas. La edición de las directrices para el tratamiento de los trabajadores del Este ha aparecido al cabo de más de un año en la misma forma en que la exigimos desde el primer momento. Pero la Policía y tal tenían miedo de perder «solidez y dureza» si dejaban hablar a la mera razón política. La frivolidad de la palabrería oficial de 1941 ha seguido vigente. Ahí abajo las peroratas iniciales de Koch todavía no han sido superadas. Esos «señores» tan primitivos siguen causando muchos desastres, como tengo ocasión de comprobar una y otra vez cada quince días.
Por eso la cuestión del señorío bueno y malo sigue siendo un tema acuciante, ahora igual que antes.
Análogamente, lo contrario es falso. El OKWWPr [Negociado de Propaganda de la Wehrmacht del OKW] había enviado a los oficiales de Vlásov a Bruselas y París para asistir a unos discursos propagandísticos. Una vez allí, presidieron los actos las principales personalidades de la emigración rusa. ¡Prácticamente todos monárquicos! O sea, ha sucedido precisamente lo que yo hasta ahora33 pretendía evitar. De ese modo el general Vlásov queda totalmente comprometido ante el Ejército Rojo. Pues aunque los actuales hombres de Vlásov están contra Stalin, también son desde luego antizaristas. He escrito a Keitel una carta de lo más enérgico. ¡Ahora resulta que los señores del OKWWPr lo han montado todo a nuestras espaldas con la anti-Komintern! Esta dice, al verse acorralada, que había dado su beneplácito a los viajes con la condición de que los oficiales de V.[lásov ] no coincidieran con la emigración. ¡Como si fuera posible! He informado a Lammers del asunto en relación con el intento de Goebbels de influir en la política del este con el pretexto de la propaganda.
Entre el primitivismo de las mentalidades de sargento como la de Koch y la promoción de los oficiales no políticos del OKW hay que imponer una línea firme y mantenerla: promoción de los instintos campesinos para obtener el máximo de las cosechas por medio de mano de obra voluntaria, rechazo de los objetivos de la Gran Rusia, llamamiento a todos los pueblos del Este, trato personal fuerte y realmente justo y —cosa que todavía no está clara, pues el Führer se muestra muy reservado al respecto—, subsunción de los HiWis34 según su nacionalidad en los «ejércitos de la libertad» creados con fines propagandísticos. Por muy fuertes que sean, la existencia de una zar centro resulta siempre contagiosa para los correspondientes pueblos integrados en el Ejército Rojo. Por ejemplo, después de permanecer mucho tiempo callado como un muerto, Stalin ha reaccionado contra Vlásov publicando un folleto furibundo: ¡Y dice que V. ya había sido comprado por los alemanes en 1937! ¡O sea, el caudillo del ejército de 1941 y el «salvador de Moscú»! Él Ahora St.[alin] sobrevalora el papel que desempeña hoy día V. para nosotros. He hecho saber al OKWWPr que debían aprovechar la ocasión y elaborar una réplica. Cuanto más ocupados estén esos con la idea de que V. no es ningún traidor, sino el representante de una nueva idea, tanto mejor. La declaración de propiedad debería darse a conocer de forma todavía mucho más intensiva detrás del frente ruso tras el establecimiento de sus directrices.
Los últimos quince días no han estado tan llenos de trabajo como ha acostumbrado a ser el caso. Las cosas en general se han encarrilado de tal forma que el embate de los problemas se ha calmado un poco. A modo de recordatorio, he aquí una pequeña muestra representativa de lo tratado.
El 2 de agosto leo el informe que el representante del AA [Ministerio de Asuntos Exteriores] en Ostland, el agr.[egado] Windecker, dirige al AA. Basándose en su conocimiento personal se manifiesta positivamente a favor del gen.[eral] Vlásov. Muchas citas de Dostoyevski; por lo demás observaciones mediocres. A Wildecker le gustaría que le asignaran alguna misión activa en el Este. En la última visita que me hizo dijo que en el AA contaban con verme a mí allí como jefe después de Neurath. Le respondí que aquello me habría animado mucho, pero que estaba tan enormemente agobiado desde el punto de vista ideológico ante toda la situación, que la cautela habría hecho parecer necesario prescindir de mí. Pero que ahora me había venido estupendamente.
El cuidado de los HiWis heridos debe ser asumido por nosotros. Ante la falta de colaboradores el Führer nos ha autorizado expresamente la concesión de los treinta y tres solicitados. Estos asistentes deben observar debidamente a los lesionados de todos los pueblos del este, educarlos y examinarlos, por si son utilizables.
El s.[ecretario] de Est.[ado] Muss del difunto Ministerio de las Iglesias está otra vez aquí, con su antigua tendencia a «tranquilizar» a los círculos eclesiásticos[.]35 Concretamente, a través de una autorización de concesión de papel para la publicación de los boletines oficiales. Hace hincapié en el excelente eco internacional que ha tenido mi discurso de Weimar (sobre la tolerancia en materia de creencia en la inmortalidad). Propone de nuevo un decreto del Führer. Yo le he explicado que estoy en contra de esa política de pequeñas puntadas; si no se puede abordar el problema en su totalidad, habrá que limitarse a los casos realmente claros, de los que pueda hacerse cargo la Policía. Por lo demás el Vaticano tendría un único deseo: que los alemanes y los rusos se desangren mutuamente hasta la extenuación, para que queden lo más quebrantados y listos de nuevo para la «misión». Lo mismo desean nuestros señores cardenales y obispos. Sus discursos son exactamente iguales que en 1917-1918. Pero le dije que ya volveríamos más tarde sobre eso. Por lo demás remití a Muss a Bormann para los asuntos actuales de carácter policial o político.
Sch.[lotterer] se queja de las relaciones demasiado estrechas de Mende con Kedia, un emigrante del Cáucaso.36 Se hablará más del problema del Cáucaso.
Luego escuché la alocución del Dr. Goebbels en el Ministerio de Propaganda...
Durante los días siguientes: cuestiones sobre la remodelación de Halbstadt.37 Kinkelin desarrolla unas ideas muy interesantes sobre la necesidad de instituir una granja del Führer en cada pueblo. Debe ser un modelo de explotación y ser administrada por el alcalde. Según él, estaría en la tradición a.[lemana] más acreditada. Si además recibiera 30-60 ha. sería tres veces más grande que la granja del alcalde.
Paso los días de Navidad invitado por el Gauleiter de Hessen-Nassau38 en una antigua fortaleza provista de foso. Silencio y soledad; ha sido muy relajante. Pero una y otra vez la radio traía las atroces noticias de la temible guerra, dos nuevos ataques contra Berlín.
Los espectáculos que se han visto y todavía se habrán de ver en las casas y en los sótanos de nuestras ciudades bombardeadas serán descritos por los dramaturgos del futuro como la prueba más terrible a la que puede someterse a un pueblo. Durante siglos la destrucción de Magdeburgo por Tilly39 constituyó uno de los actos más crueles de la historia. Hoy día eso es lo que se pierde en un solo día. Las veinte grandes ciudades a.[lemanas] que hoy han sido convertidas en su mayor parte en ruinas han enterrado ya bajo sus escombros a unos cuantos centenares de millares de mujeres y niños. No venirse abajo a pesar de todo eso es mérito del movimiento nacionalsocialista, de la valentía que hoy día se ha convertido en una virtud de toda la nación.
Cuando el 23 de noviembre por la noche tuvo lugar el ataque, lo pasamos en el refugio de mi casa, ya destruida. La repentina incursión no nos pareció ni de lejos tan fuerte como en realidad fue. Cuando acabó la alerta: cielo completamente rojo como una llamarada, pero lo mismo había sucedido ya con anterioridad como consecuencia de los numerosos incendios. Así que me marché de Dahlem con mi mujer y mi hijo y me trasladé al hotel Kaiserhof, donde ya pasaba la noche desde finales de agosto. En la Hubertusburger Allee se veían numerosos incendios; antes de llegar a la Königsallee casas en llamas a derecha e izquierda. En el Kurfürstendamm al principio oscuridad, pero luego también aquí sale a la luz la devastación ardiendo. En la Gedächtniskirche se ha declarado un incendio y todo a su alrededor es fuego. No nos arriesgamos a girar por la Budapester [Strasse], donde el zoo estaba envuelto en llamas, sino que seguimos adelante por la Tauentzienstrasse, y luego por la Nürnberger Strasse. No había forma de pasar: una lluvia de chispas y una humareda espesísima. Giramos por la Kurfürstenstrasse. No puede verse casi nada, chocamos varias veces con la acera. Por el camino masas oscuras de gente. Pero todo envuelto en un silencio absoluto. Cuando no teníamos más remedio que tocar el claxon, habitualmente nos abrían paso. Por no sé qué calle40 llegamos luego a la Corneliusbrücke, a derecha e izquierda llamaradas gigantescas y una auténtica lluvia de chispas procedente de las casas convertidas en antorchas ardientes. La Tiergartenstrasse intransitable: un montón inextricable de ramas y de árboles destrozados cortaba el paso. También la Hofjägerallee era un caos, pero pudimos pasar. En la Rotonda ardía un ómnibus envuelto en un enorme fulgor. En la Charlottenburger Chaussee reinaba una confusión terrible de dispositivos de camuflaje; en unos cuantos sitios cráteres de explosiones. También aquello estaba inundado de más gente todavía. La Puerta de Brandemburgo: la embajada de París intacta, justo al lado la embajada británica envuelta en llamas.
La antigua Cancillería del Reich, sede del Congreso de Berlín: el entramado del tejado ardiendo. Por fin llegamos al Kaiserhof. Enfrente, una lucha alrededor del Ministerio de Transporte. Una y otra vez crecían hacia lo alto las llamaradas lamiendo las paredes, una y otra vez se elevaban espesas nubes de humo cuando el agua se precipitaba sobre ellas. A la izquierda un vendaval cada vez más fuerte levantaba el hollín procedente de un manantial de fuego invisible al otro lado del Ministerio de Finanzas.
Imposible la comunicación telefónica desde el hotel. Hacia la una de la madrugada se presenta Stellrecht. Negro de hollín, socarrado, con casco de acero y uniforme de las unidades de defensa antiaérea: mis oficinas del partido quemadas por completo. En los edificios adyacentes afectados por el incendio eran arrojados por la ventana constantemente bultos llameantes. Cualquier esfuerzo de hombres y mujeres no habría servido de nada. La hermosa sede, acabada apenas en 1940, había desaparecido para siempre. Solo el sótano había aguantado. Algo había podido salvarse en él. Enfrente, las labores de defensa han sido en vano: rodeado por un cielo de círculos de llamas rojas, ya está ardiendo el Ministerio de Transporte.
Suena una segunda alarma. Me imagino lo que puede estar pasando ahora en las calles y en los sótanos de Berlín. Centenares de millares de personas sin techo por ahí, los sótanos llenos a rebosar, madres desesperadas que quieren llevar a sus hijos de cualquier manera a algún lugar seguro. Por fortuna no arrojan más bombas, poco después se oye el aviso de fin de la alarma.
A la mañana siguiente sigue ardiendo Berlín. No es posible ver el cielo, un hollín espeso rodea las casas y se deposita en las calles formando una capa viscosa. Voy a mi oficina. Una ruina total. Entre los escombros humeantes yacen abatidas las cajas acorazadas. Al sótano solo puede accederse por un pequeño hueco. Pero garabateado en la entrada puede leerse: «Punto de encuentro, Goethestrasse 11». Nos dirigimos allí. La Bismarckstrasse es barrida por un vendaval de hollín y suciedad. Se pega en los ojos; casi no es posible hablar. Las mujeres, con toallas gruesas sobre la cara. También en la Goethestrasse hay muchas cosas destruidas. Enfrente sigue ardiendo una casa. En las habitaciones algunos colaboradores. Doy algunas indicaciones y comunico dónde se me puede localizar: en el Ministerio de la avenida Unter den Linden. Allí han apagado el incendio durante la noche. También allí han caído docenas de bombas incendiarias. Hay que agradecérselo todo al valeroso esfuerzo que ha permitido que se conserve el edificio histórico que lo alberga.
Enfrente, el Ministerio del Interior casi ha desaparecido; al lado, se ha quemado todo. El peligro ha venido sobre todo del edificio colindante por la parte trasera del palacio del obispo católico de Berlín. Solo con mucho esfuerzo y dándole de lo lindo a la bomba del agua ha sido posible impedir que prendieran las llamas cuando empezaban a atacar de nuevo localment [sic]. El obispo, sus colaboradores y las monjas han encontrado refugio en el búnker de mi Ministerio, que en su época fue construido por el embajador soviético. De la gente piadosa solo han ayudado unos pocos. Uno que se ocupaba de la bomba del agua no hacía más que preguntar si realmente estaba asegurada la retirada.
Las ventanas estaban casi todas rotas, las habitaciones sucias, pero ya habían dado comienzo las labores de limpieza y se habían mandado llamar operarios para que aseguraran con clavos las ventanas. De las habitaciones del Min.[isterio] habían caído a otras casas una tercera parte de ellas, y además se habían quemado los ficheros personales.
La noche siguiente nueva alarma, nuevo ataque fortísimo y nueva devastación. Estamos en el sótano de la Cancillería del Reich. Cuando salimos vemos llamas en el primer piso del Kaiserhof: un contagio del incendio que está asolando la iglesia de la41 Strasse. La gran bomba iba destinada al búnker recientemente acabado y había caído en él; había abierto un socavón, pero la techumbre había aguantado. En el Kaiserhof no hay personal suficiente, y sobre todo no hay mangueras. El fuego ahora lo devora todo, desde el techo hasta el suelo. Subo a nuestra habitación, guardo rápidamente todo lo que está a mano en un maletín y vuelvo a bajar. Pronto está ardiendo el hotel entero con todo lo que tiene de valor formando una sola hoguera. Pasamos la noche en unas camillas en el búnker del Führer.
Al día siguiente me voy con el coche por la Tiergartenstrasse a Dahlem: media hora más tarde saltan por los aires dos minas allí mismo, junto a la H.[ermann] Göringstrasse. Si hubiera pasado solo un poco más tarde, habríamos estado perdidos. Solo ahora puede apreciarse la envergadura de la destrucción. Toda la Tiergartenstrasse es un campo de ruinas; a ambos lados del Kurfürstendamm, escombros. Los días sucesivos tomo otros caminos. El Lützowplatz arrasado, toda la Schillstrasse y la Nettelbeckstrasse son un montón de escombros. Enterradas y reducidas a cenizas todas las tiendas de antigüedades. Daños terribles en la Kurfürstenstrasse, media Bismarckstrasse ha desaparecido. Ocho Ministerios destruidos y diez sedes diplomáticas aniquiladas, ochocientas mil personas sin techo. Al cabo de tres días las calles están llenas de cascotes. ¡Berlín vuelve a trabajar!
Otro ataque lleva a los bombarderos a la Plöner Strasse. La presión del aire hace añicos los cristales y las puertas de la pequeña vivienda de mis tías,42 donde pasamos el día. En fin, también aquí intentos de restaurarlo todo. En mi terreno, donde yacen por el suelo tirantes de hierro, vigas, etc., varias bombas incendiarias han prendido fuego a toda la madera, y en los barracones del vecino centro de formación se han quemado las piezas de tarima y otros materiales valiosos.
Por Navidades me invitó el G.[au]-L.[eiter] Sprenger al tranquilo castillo de Romrod. Una antigua fortaleza con foso del siglo XIII. Maciza... y fría. Pero los troncos de madera de haya dan calor. Todo alrededor hayas hermosísimas. Pinos. Bosques de abetos y amplias superficies. Unos días de reposo nos sientan bien. Por la noche pasan volando sobre nuestras cabezas las escuadrillas de los británicos: dos veces; con destino a Berlín.