Extracto de Die Spur des Juden im Wandel der Zeiten («La huella del judío a lo largo de la historia»), Deutscher Volks-Verlag, Múnich, 1920, obra reeditada en 1937 por la casa Franz Eher Nachfolger —principal editorial del NSDAP— e incluida en Alfred Rosenberg, Schriften und Reden, vol. 1: Schriften aus den Jahren, 1917-1921, Hoheneichen-Verlag, Múnich, 1944, pp. 125-322.
En esta época, confundida hasta la locura, son muchos los que se sienten sobrepasados. Perciben movimientos en apariencia muy distintos entre sí; observan que el mundo se desintegra, literalmente, y, en último término, no encuentran sino desfiguración, desmembramiento, caos. El ser humano actual tiende con demasiada facilidad a juzgar lo que acontece desde el punto de vista de su experiencia personal y a negar todo aquello que no ve ni oye. Ha perdido la capacidad de reconocer la unidad en medio de la multiplicidad; una capacidad que, sin embargo, hoy en día es más necesaria que nunca si no queremos desorientarnos en medio del barullo.
El presente es hijo del pasado y, como es lógico, las fuerzas que hoy están saliendo a la superficie llevan largo tiempo obrando en secreto. Si se consigue demostrar sus efectos en el pasado, también se arrojará una luz más clara sobre el presente y se facilitará así su interpretación. Ese es el criterio con el que he elaborado el presente libro, en el que pretendo ilustrar, en un espacio mínimo, la naturaleza del pasado judío y lo irremediable de unos acontecimientos que, marcados por el carácter del judaísmo, se repiten una y otra vez. Por eso he renunciado a analizar el presente, esto es, a exponer pormenorizadamente la acción que los judíos están llevando a cabo en la actualidad en Alemania —en el caso de los judíos de los estados aliados, me he limitado a subrayar únicamente lo más importante—. También he renunciado a presentar la historia más antigua y a mostrar cómo fue evolucionando el judío en el pasado. Para todo ello, me remito definitivamente a Wellhausen y a Chamberlain. Por consiguiente, solo expondré los efectos que ha provocado en todos los estados el contacto de los judíos con los europeos ... Espero que nadie eche en falta la necesaria objetividad histórica. En cualquier caso, es cierto que, a la hora de examinar el presente, y allí donde ha sido preciso, me he permitido prescindir de cualquier frialdad forzada en mi forma de expresarme: hoy los alemanes pueden manifestar abiertamente su opinión en un sentido u otro y no debemos enterrar para siempre la esperanza de que el Reich alemán vuelva a ser, al fin, y después de tanto, tanto tiempo, la Tierra de los Alemanes,2 en lugar de un campo de juego para las ansias de poder de los extranjeros, de los judíos.
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10. El judío y el alemán
En la frialdad intelectual del carácter judío cabe diferenciar dos momentos: el del estímulo racional y el de la naturaleza más sentimental. Del primero forma parte una innegable persecución de los intereses personales y nacionales, así como la ponderación de los mismos a la hora de intervenir en la política de los estados; en la segunda, se incluye la pasión del odio hacia otros pueblos, que a menudo se abre paso en medio de tales cálculos.
Una vez que ganó influencia, el judío dejó de mantener constantemente la actitud de un frío hombre de negocios o de un político. Con frecuencia lo asaltaba una avidez desmedida, que acababa acarreándole las consecuencias más amargas. Si hubiera impulsado la explotación y la usura con menos avidez, si hubiera puesto menos de manifiesto su arrogancia religiosa y nacional, se habría ahorrado mucho sufrimiento. Pero la idea básica del judío, que pasa por depauperar a todos los pueblos, como ya reconocieron Dostoyevski, Fichte, Goethe y otros grandes, esa idea que brota de la más profunda negación hacia todo lo que no es judío, siempre termina convirtiendo a alguien aparentemente frío en un redomado rencoroso. Ese odio es tan antiguo como el propio pueblo judío y sale a la luz por todas partes, según el camino que se le abra. La época actual es un campo de juego para las pasiones judías apenas dominadas, que se han asociado con una política internacional orientada conforme a determinados intereses y ejecutada por hombres inmensamente ricos. El odio judío se dirige fundamentalmente contra dos pueblos: el ruso y el alemán.
Hoy en día, solo un niño o un comerciante judío puede pasar por alto, con una sonrisa, estos hechos constantes, que brotan de todas las páginas del bosque de la prensa judía y que resuenan en los labios de los políticos judíos, aunque solo de forma encubierta.
Pero vayamos al fondo del asunto: ningún pueblo del mundo menosprecia tanto la mística, el presentimiento de un secreto difícilmente expresable con palabras, como el pueblo judío. Y, sin embargo, sus miembros no consideran que la ausencia de este3 constituya una carencia. Antes al contrario, la contemplan como una señal de que poseen un extraordinario don y se jactan de no contar ni con mitología ni con parábolas (las consecuencias necesarias de cualquier mística). Basta con echar un vistazo a la historia de las religiones para constatarlo ... En Europa no existe ninguna nación que se haya consagrado4 a seguir el rastro del secreto interior del ser humano y que lo haya glorificado tanto como la nación alemana. Por eso, en lo más profundo de su ser, esta nación representa el polo opuesto del judío. Y si alguien cree que esto no tiene efectos sobre el modo de proceder, está completamente equivocado. Porque aquellos elementos que se oponen en el nivel más profundo (ley y religión, esquema y fantasía, dogma y símbolo) también se muestran como opuestos en la superficie de la vida, la mayoría de las veces de un modo inconsciente, pero no por ello menos claro. Y quien haya seguido algo de cerca el alma rusa, habrá percibido en ella sonidos5 parecidos a los alemanes, que, aun cuando casi nunca se deciden a constituirse en una síntesis, no por ello se oponen en menor medida a la disposición de los judíos ...
El pueblo judío odia al pueblo alemán desde tiempos inmemoriales. Aunque tampoco es que ame mucho6 a los franceses y anglosajones, lo cierto es que se siente mucho más cerca de ellos y encuentra más puntos de conexión con estos pueblos que con el alemán.7 El francés, vanidoso y cada vez más superficial, y el anglosajón, sensato pero, al mismo tiempo, inclinado a la superstición beata: ambos, que se alejan cada vez más de su raza originaria,8 son caracteres mucho más accesibles para el judío que lo que el alemán pueda llegar a serlo, por más que aquel se afane en lisonjearlo. Por eso, desde los tiempos más remotos se observa que los judíos alemanes son los más acérrimos enemigos del pensamiento alemán. Cuanto más lo buscan y se nutren de él, más claramente se aprecia el antagonismo ...
Esta oposición insalvable entre las almas de los pueblos constituye la principal causa del odio judío. Su activación es secundaria. Los judíos de Rusia no deberían haber odiado al pueblo ruso, sino solo al zarismo, dado que bajo el Antiguo Régimen los rusos no sufrieron menos que los judíos; antes al contrario, lo padecieron en mayor medida, y hasta tendieron fraternalmente su mano a los judíos tan pronto como acabó la revolución. Y, sin embargo, el gobierno judío de Moscú, que había llegado al poder gracias a una total falta de escrúpulos, persiguió de forma instintiva y consciente a todos los rusos auténticos y trató de exterminarlos de raíz. Su odio logró un desenfrenado triunfo. Pero en su avidez encontrará su propia ruina: es el sino de la historia y del carácter de este pueblo.
En Alemania hace ya tiempo que los judíos se instalaron como en su casa. Recurriendo a todos los medios posibles, se han hecho9 con los lugares más cálidos, para sí y para los suyos. Pero ello no obsta para que, gracias a la libertad de prensa, alemanes y cristianos sean objeto de bromas insolentes a diario o para que se ponga todo el empeño en fomentar la descomposición del espíritu de resistencia alemán (en la guerra) dirigiendo elogios a los pacíficos pueblos aliados y afeando el «militarismo alemán».
¡En ningún país del mundo se debería mantener, en este momento decisivo para el destino nacional, un discurso antinacional tan provocador como el que se han permitido pronunciar los judíos Cohn y Haase ante el Reichstag alemán, sin vergüenza alguna y sin que nadie les pusiera trabas! Preocupado por la suerte del complot urdido por su compañero de raza en Moscú, Hugo Haase proclamó, en el verano de 1918: «Si el gobierno alemán quiere iniciar alguna acción contra el gobierno soviético, nuestra sagrada obligación es llamar a los proletarios alemanes a la revolución». ¡Y estas palabras de un instigador popular que traiciona sin escrúpulos a la nación alemana y a sus intereses han pasado sin que recayese sobre ellas castigo alguno!10
Por otra parte, los judíos de Polonia siempre temen que se produzcan pogromos, no ya como una acción tolerada por el gobierno, sino como auténticas persecuciones populares. Pese a ello, los políticos judíos se preocupan enormemente por Polonia y quieren contribuir a que se convierta en un dique de contención entre Rusia y Alemania. Evidentemente, obligan a los polacos a reconocer la igualdad de derechos de los judíos con respecto al resto de los ciudadanos; pero, aunque eso suceda, el pueblo procura impedir por sus propios medios que los judíos lo encadenen.
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13. El sionismo
En medio de toda la complejidad11 de la cuestión judía internacional, destaca ahora un factor que ha ido ganando cada vez más peso a lo largo de la guerra: el sionismo ...
Lo importante, por encima de todo, es que en el programa sionista se define expresamente a los judíos como un pueblo. En realidad,12 siempre lo han sido. De hecho, se trata de un pueblo especialmente singular. Pero, al mismo tiempo, son ciudadanos de todos los estados, así que han considerado adecuado no hacer hincapié en la conciencia nacional, porque, cada vez que se descubrían nuevas intrigas indeseadas, los judíos se escudaban tras los «ciudadanos del Estado» o las «comunidades religiosas» y negaban su incómoda pertenencia a la raza judía ...
Con esta constatación no quisiera en absoluto expresar un reproche, como muchos creen, sino, sencillamente, confirmar que hay que contemplar a los judíos como un pueblo, sólidamente unido a través de alianzas mundiales (Alliance Israélite,13 Anglo Jewish Association, Jewish Congregation Union, Agudas Jisrael), que persigue intereses comunes y que sabe imponerlos gracias a los abundantes recursos de los que dispone. Ninguna persona medianamente honrada puede pasar por alto hoy esta realidad. Pero de ello se deduce una consecuencia inevitable: que el judío no puede ser un ciudadano, en ningún estado ...
Es lo que está ocurriendo en el caso del Reich alemán y de la dignidad alemana. Y lo peor es que muchas personas aparentemente decentes no consideran que se trate de algo tan grave.14 Sin embargo, en otras mentes está empezando a dibujarse la idea que ya expresó enérgicamente Martín Lutero, la base y piedra angular de nuestro ser alemán y cristiano:15 «Has de ser consciente y no dudar de que, después del Demonio, tu enemigo más acérrimo y más venenoso es el judío».16
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19. La dominación del mundo por parte de los judíos
Muchos pueblos se han revelado como conquistadores, muchas personas destacadas se han erigido en amos. Este anhelo de poder no debe, sin embargo, condenarse en todos los casos, ya que a menudo representa, incluso, una necesidad moral. La antigua Roma, por ejemplo, se encontraba en medio de una mezcolanza de pueblos, así que, para proteger a su familia y a su estado, el romano se vio obligado a rodearse de sólidos baluartes. Llevó la ley, el orden y las costumbres a los territorios conquistados y, solo cuando cayó sobre Roma la avalancha de pueblos nuevos, cuando sirios, africanos y emperadores militares17 se hicieron con el control, la legítima voluntad de poder se convirtió en una ambición desmedida y Roma comenzó su decadencia. También en Bismarck y en Napoleón se daba una inmensa voluntad de poder, pero mientras que en el caso del primero aquel sentimiento se veía refrenado y ennoblecido gracias a una elevada idea, en el caso del segundo la voluntad de poder se precipitó sin límites sobre toda Europa. Al contrario de lo que sostienen todos los pacifistas, no puedo ver en la voluntad de poder en sí un delito. Lo único determinante en este sentido es el carácter del pueblo o la personalidad que esté tras ella. A veces tal voluntad puede dar lugar a una idea social, civilizadora o cultural; otras veces, sin embargo, la consecuencia del ejercicio del poder es el pillaje de los países y los pueblos. Sin embargo, allí donde opera el carácter judío encontramos el máximo desarrollo de un poder completamente estéril. Nunca un pueblo ha mostrado tanta avidez de poder como el judío, que no la justifica en virtud de ningún mérito concreto,18 sino que, sencillamente, se ve a sí mismo como el «elegido». Por otra parte, nunca un pueblo ha sabido tan poco qué hacer con el poder logrado como, una vez más, el judío ...
Además del espíritu rígido y de la animadversión hacia Cristo,19 está la pretensión evidente de dominar a otros pueblos. Aparece una y otra vez. Y esa pretensión no se basa en la capacidad, en los méritos, sino única y exclusivamente en la promesa de Moisés y de los profetas ...
El socialismo, como sistema creado por Marx, es, naturalmente, no solo una lucha en torno a cuestiones económicas, sino toda una concepción del mundo. En su enseñanza hay dos momentos que constituyen verdaderos hitos: la brutal lucha de clases y el internacionalismo.
Sin entrar en los pormenores de la «burguesa» ciencia de la etnología, desde la perspectiva del poder ilimitado de un fanático todas las personas son iguales. Lo que parece hacerlas distintas son solo las injusticias sociales, y las luchas y acontecimientos de carácter religioso y político acaban revelándose como luchas de clases entre grupos sociales. Aunque es posible que contemplar alguna vez la historia desde este ángulo sea muy interesante y aunque, evidentemente, nadie deba subestimar los efectos de la estructura social, lo relevante es que esta semilla de pensamiento puede convertirse en un dogma fundamental para toda la vida. Reducir todo a un principio20 e imponerlo con fanatismo: descubrimos aquí de nuevo el mismo espíritu y el mismo carácter que lo único que sabe alegar frente a todo el pensamiento de la India y de Europa es aquello de «Dios es Dios y nosotros somos su pueblo».
En este dogma tenemos que reconocer un peligro para toda nuestra cultura, una tea incendiaria que se ha arrojado a cada una de las comunidades nacionales: tratar de trabajar no con los demás, sino contra los demás. Si bien la lucha de intereses es una realidad, resulta importante determinar claramente si lo que se invoca por doquier es el principio de la brutalidad o el del entendimiento mutuo. Lo que marca aquí la diferencia es la orientación del pensamiento, y no los acontecimientos puntuales. Y la dirección del pensamiento en las masas obreras era la tendencia a disolver los puntos comunes de los alemanes ...
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20. Consecuencias
Concluyo. Para valorar el peligro del judaísmo, debemos seguir las huellas de los judíos, observar sus maneras de sentir, pensar y actuar, y arrojar luz sobre lo inexorable, lo que vuelve una y otra vez. Solo este conocimiento y el cuidado consciente de nuestro ser nacional alemán y cristiano21 nos permitirán hacer frente al peligro de la «judaización». En el pasado, cuando se arrebataba al judío sus derechos civiles también se le privaba de sus derechos humanos. Sin embargo, en lo sucesivo se debe separar claramente22 ambos conceptos. Decía Fichte:23 «Han de tener derechos humanos, aunque ellos no nos los reconozcan... pero si queremos darles derechos civiles, el único modo que se me ocurre para ello es cortarles una noche la cabeza a todos y ponerles otra nueva en la que no haya ni una sola idea judía. Para protegernos de ellos,24 el único modo que se me ocurre es conquistar en su interés su alabada tierra y enviarlos a todos para allá».
De las siguientes palabras se deduce lo que entendía Fichte por derechos humanos: «Si solo tienes pan para hoy, dáselo al judío que pasa hambre junto a ti».25 Así es como debemos pensar también nosotros. Hemos de garantizarle al judío, como ser humano que es, la vida, la igualdad ante los tribunales, la caridad,26 al igual que hacemos con cualquier otro ser humano, pero debemos proteger a nuestro pueblo a través de la ley, preservarlo en su carácter particular y depurarlo sin que un judío extranjero, necesariamente con un espíritu enemigo, pueda ejercer influencia alguna sobre él. Los fines ya están claros. Ahora expondré brevemente los medios. Económicamente, el judío se ha hecho con el poder a través de los intereses, de la usura, del dinero. Antes actuaba de forma directa. Hoy en día, en cambio, utiliza los bancos y los negocios bursátiles. El quebrantamiento de la servidumbre del interés,27 un medio que durante mucho tiempo no dio sus frutos, vuelve a resonar hoy como un grito de guerra.28 Si saliera bien, aunque solo fuera de forma parcial, se conseguiría poner el hacha en la raíz del árbol de la vida de Judas.29 Carezco de las competencias necesarias para emitir un juicio sobre las opciones posibles, así que me remito a las obras mencionadas y comentadas hoy en muchas partes. En el ámbito de la política nacional, se deben adoptar las siguientes medidas:
1. Se reconocerá a los judíos como una nación que reside en Alemania. En este sentido, no se tendrán en cuenta su confesionalidad o aconfesionalidad.30
2. Se entenderá por «judío» aquella persona cuyos padres o bien cuyo padre o madre fueran judíos según su nación.31 En lo sucesivo, se considerará también judío a toda aquella persona que tenga un cónyuge judío.
3. Los judíos no tienen derecho a inmiscuirse en la política alemana a través de manifestaciones verbales o escritas o de hechos.
4. Los judíos no tienen derecho a desempeñar cargos públicos ni a servir en el ejército como soldados u oficiales. En cambio, pueden ocupar puestos laborales.
5. Los judíos no tienen derecho a ser directores de instituciones culturales de carácter estatal o municipal (teatros, galerías, etc.) ni a ejercer como profesores o maestros en las escuelas y universidades alemanas.
6. Los judíos no tienen derecho a participar en comisiones estatales o municipales de examen, control, evaluación, etc.
Los judíos no tienen derecho a representar al Reich alemán en acuerdos económicos ni tampoco a ser representados en los comités de dirección de los bancos estatales y de las instituciones crediticias municipales.
7. Los judíos extranjeros no tienen derecho a establecerse de forma permanente en Alemania. Se les negará la nacionalidad en todas las circunstancias.
8. Se brindará un decidido apoyo al sionismo para fomentar el regreso a Palestina, cada año, de una cantidad de judíos alemanes por determinar, o para favorecer, en cualquier caso, su salida del territorio nacional.32
Los judíos tienen derecho:33
1. a enviar al Parlamento a un número de diputados que sea proporcional a su población, única y exclusivamente a los efectos de la representación de sus intereses nacionales;
2. a estar representados en los municipios de forma proporcional a su población;
3. a ejercer cualquier tipo de profesión;
4. a mantener sus propias universidades, academias y escuelas;
5. a profesar libremente su culto, una vez que el estado haya examinado sus leyes religiosas y consuetudinarias.
En el terreno de la política cultural, una vez que las administraciones sean verdaderamente alemanas, deberán recurrir a los artistas germanos más significativos, de modo que se impida seguir suministrando veneno al pueblo, que es lo que hacen en la actualidad los editores, los directores de teatro y los dueños de salas de cine; asimismo, deberán dirigirse preferentemente a los maestros alemanes.
En cualquier caso, lo más importante es algo que no se conseguirá imponer a través de ningún decreto: una cultura cristiana34 ...
En lugar de las antiguas historias judías, se deberán, al fin, ensalzar los tesoros del pensamiento indoeuropeo, los modelos que quedaron desfigurados en el espejo judío. Renacerán los mitos indios de la creación, la canción de la unidad de Dīrghatamas, los maravillosos relatos de los upanishads,35 los aforismos de épocas posteriores. Se explicará el drama del mundo de los persas, la lucha entre la luz y las tinieblas y la victoria del Salvador del mundo. También se hablará de la sabiduría griega y germánica, de la creencia en la inmortalidad y de la simbología de la naturaleza. De ese modo36 se dispondrá de una base para la figura más divina que haya caminado jamás sobre la tierra y que, como idea inmutable, se mantiene como luminosa reencarnación de todo aquello que ha supuesto la búsqueda aria a lo largo de los tiempos pasados. La historia de Jesús se explicará de un modo libre a partir de los evangelistas. No se destacarán los milagros ni se impondrán como normas de fe. Ahora bien, si todas las personas que acceden a esta forma iluminadora se creen salvadas de cualquier fatiga y sufrimiento, se logrará una mayor veneración. Las enseñanzas de Cristo son extraordinariamente sencillas y grandiosas, y pueden transmitirse en pocas palabras. Su moral: «Reniega de ti y sígueme». Su religión (que se corresponde al mismo tiempo con la metafísica india y con nuestros místicos alemanes): «El reino de los cielos está dentro de nosotros». Y la fe en la inmortalidad, en la dignidad de la personalidad, en la transformación para la vida, con el fin de superarla. Todo ello, que va más allá del pensamiento indio y que los germanos viven desde su propia alma, todo ello constituye la esencia de la personalidad y de las enseñanzas de Cristo, reconocida y renacida en las almas de tantas personas. Hasta que todo eso no tenga lugar de forma generalizada, la cristiandad en su conjunto y los alemanes en su totalidad no experimentarán su impronta. Pero ese momento llegará. Tal vez esté incluso más cerca de lo que pensamos.
Sonoro al oído del espíritu,
ha nacido ya el nuevo día,37
el día del pensamiento cristiano-germano.38