Extracto del discurso de Rosenberg «Müssen weltanschauliche Kämpfe staatliche Feindschaften ergeben?» («¿Deben las luchas en torno a la concepción del mundo generar hostilidades entre los estados?»), pronunciado ante periodistas y diplomáticos extranjeros el 7 de febrero de 1939, publicado en la edición de Múnich del Völkischer Beobachter1 del 8 de febrero de 1939 y recogido, de forma parcial, en Nürnberger Prozess, vol. 41, pp. 545547 (Streicher-8).
... El Reichsleiter abordó, de forma concluyente y desde una amplia perspectiva histórica, la evolución de la cuestión judía desde la emancipación de los judíos hasta nuestros días y subrayó que, para el nacionalsocialismo, dicha cuestión solo podrá considerarse resuelta en Alemania el día en que hasta el último judío haya abandonado el territorio del Reich alemán. La política judía no conoce límites para su acción destructiva. Al fin y al cabo, es lo que ha mostrado al mundo el reciente asesinato cometido en París.2 Las medidas del Reich alemán destinadas a apartar el judaísmo de todos los ámbitos de la vida germana han puesto fin a cualquier esperanza que aún pudiera existir. La respuesta a esta acción de autodefensa de la nación alemana ha sido una campaña difamatoria internacional de todos los judíos y de las personas que dependen de ellos.
Así, la cuestión de una decisiva emigración vuelve a formar parte de los problemas más acuciantes de la política internacional. La conferencia que se celebró en Évian en el verano de 1938 dio lugar a la creación de una gigantesca comisión que «trabaja» en Londres y que, sin embargo, hasta ahora no ha presentado ni una sola propuesta verdaderamente positiva.3 Como señalan muchas informaciones, los denominados «estados democráticos amigos de los judíos» han derramado lágrimas por la «miseria judía» en Alemania, pero no han hecho llegar ninguna propuesta eficaz. Unas veces se habla de Guayana; otras, de Alaska o de un cabo de Madagascar. No obstante, en la actualidad va cobrando fuerza una tendencia: la que aboga por distribuir entre diferentes zonas del mundo la futura emigración judía desde Alemania, en cierto modo para que esta afluencia de judíos pase lo más desapercibida posible para los distintos pueblos. Estos planes nos brindan la ocasión de realizar un análisis también desde la perspectiva de los intereses de todas las naciones europeas.
Para no entrar en los detalles de los peligros que supondría una infiltración general, abordaremos aquí únicamente los aspectos territoriales de una solución real del problema.
Si lo que se busca es una política de emigración de gran alcance, la pequeña Palestina no resulta adecuada: el número actual de judíos ya ha llevado a los árabes a levantarse para pedir libertad y ha demostrado que, debido a las reclamaciones judías, Inglaterra no se encuentra en condiciones de alcanzar ningún acuerdo con los árabes. El conocido como «estado sionista», al que se aspira, no persigue el objetivo de instalar al pueblo judío en Palestina, sino que, en realidad, pretende crear un centro de poder omnijudío en Oriente Medio ...
Dado que tampoco Palestina entra en consideración como solución para lograr un asentamiento verdaderamente compacto de los judíos y que una emigración hacia diferentes lugares no solo no resolvería el problema, sino que incluso supondría un gravísimo peligro racial y político para Europa y otras regiones, la única pregunta que queda por responder es si las democracias están dispuestas a ceder un territorio cerrado y de grandes dimensiones —debería tener capacidad suficiente para acoger a unos quince millones de personas— para que se establezcan en él los judíos como colectividad y, en tal caso, cuál sería ese territorio. A tal efecto, sería necesario que los millonarios y multimillonarios judíos de todo el mundo pusieran sus recursos a disposición de la oficina de la conferencia de Évian en Londres, algo que resultaría más oportuno que dedicarlos a la campaña de difamación política y al boicot económico contra Alemania, así como a la propaganda bolchevique dentro de las democracias.
Rosenberg, tras su discurso ante el cuerpo diplomático en Berlín, el 7 de febrero de 1939. [Bundesarchiv, imagen 183-2006-0717-500]
Evidentemente, serán los propietarios de las zonas parcialmente despobladas quienes determinarán qué territorios podrían ser oportunos. Que se opte por Guayana o por Madagascar dependerá de las deliberaciones en torno a su adecuación con respecto a los objetivos y será resultado de las negociaciones entre Inglaterra, Francia, Estados Unidos y los Países Bajos. Es obvio que Alaska y su duro clima nórdico serían demasiado perjudiciales para los judíos. Además, su territorio se encuentra justo al lado de la prometedora región de Canadá, por encima de Estados Unidos, y supondría, en consecuencia, un peligro racial similar al que entrañaría un asentamiento en las islas Británicas o en Australia.
Dado que las otras dos propuestas —Guayana y Madagascar— ya han sido objeto de conversaciones oficiales y que varios programas en ambas regiones se han descartado por imposibles, el margen para resolver el problema se estrecha.
Si en adelante las democracias quieren demostrar que su amistad hacia los judíos es real, deberán aclarar en un breve plazo cuál de estos territorios se organizará en lo sucesivo como reserva judía ...