Capítulo 7

«Lunes, gracias a Dior —pienso, frustrada, cuando llego a D’Elkann—. Menudo fin de semana más jodido», me lamento mentalmente, saludando a Pepe con la cabeza, siendo muy consciente de que no le he vetado la entrada a Ciro en la empresa, algo que iba a hacer el viernes. Maldita sea, estoy deseando cargarme de trabajo para poder dejar de pensar en él de una condenada vez. «Últimamente no dejo de tomar malas decisiones —me recrimino, malhumorada, accediendo al ascensor—. Primero accedí a ir los viñedos, craso error, y, más recientemente, el sábado, en lugar de quedarme con mis padres y mi hermana viendo una película, decidí largarme, y no a mi casa, que era una gran opción, nooo, yo opté por dar un paseo, otro error, y tuve que encontrármelo de nuevo... y no sé si es cosa del destino o casualidad, pero estoy hasta la triple costura de encontrármelo por todas partes, de que sea un encanto y de que me guste estar con él. Y ahora lo echo de menos, hostias. Lo siguiente, ¿qué será?, ¿ponerme unos jeans rotos?», me pregunto, accediendo al Departamento de Diseño y encendiendo las luces que yo misma cerré el viernes.

«Tienes un objetivo, deja de centrarte en tonterías», me ordeno, dejando mi bolso y mi cartera sobre la mesa para arrancar mi portátil. Esto es lo mío, mi trabajo, mis bocetos...

«Ese día me enteré de que la pelirroja que pedía chocolate con churros y dibujaba vestidos a todas horas se había convertido en una de las diseñadoras más prestigiosas del país», rememoro de repente, recordando cómo mis pulmones se vaciaron de aire y mi mente, de palabras. «Maldita sea. Es un encanto, está buenísimo, y eso que nunca me han gustado los tíos buenos, y no voy a volver a verlo», concluyo, deteniendo la mirada en el portátil que tengo frente a mí, sin verlo realmente... porque es difícil ver algo cuando tu cabeza está llena de otras cosas; de él, más concretamente, y de todos los momentos que he vivido a su lado, y no sé cómo lo ha hecho, pero ha conseguido colarse dentro de mí y, ahora, no tengo ni idea de cómo echarlo.

«Tú vas a la tuya, sin ver lo que te rodea; a veces creo que ni siquiera ves lo que tienes frente a ti si no tiene relación directa con tus intereses...»

«Y ahora él tiene relación directa con mis intereses —reconozco—. Maldita sea, cómo me ha calado sin apenas conocerme», me lamento, despertando de mi ensoñación cuando el departamento comienza a llenarse de gente.

—Buenos días, jefa. ¿Cómo ha ido ese fin de semana? —me pregunta Greta, dejando sus pertenencias sobre la mesa.

—Ha ido —me limito a contestar, sin dejar de observarla.

Greta es una chica curvi muy sexy; lleva el pelo corto, a lo garçon, tintado de rubio platino. Tiene los ojos verdes y una preciosa sonrisa dibujada permanentemente en el rostro, que hoy combina con un vestido negro y ceñido, de nuestra colección. Es alocada, trabajadora, una coolhunter brutal y la persona perfecta para llevar la sección de Temporada y Pronto Moda.

—¿Ha ido? Qué aburrido suena eso. Un día tienes que venir de marcha con Luna y conmigo, verás qué bien lo pasas —me asegura, y sonrío, negando con la cabeza.

«Una sonrisa», cuento mentalmente, y no sé por qué lo he hecho, me digo, confusa, regresando, durante una fracción de segundo, a ese lugar, fuera de la chocolatería, en la que logró que deseara más.

—Ya estoy mayor para esas cosas —sentencio, levantándome de esa silla imaginaria en la que me había sentado para regresar a la realidad de este Departamento de Diseño.

—Con treinta y ocho años no se está mayor para nada —oigo que me replica mientras detengo la mirada en la puerta, donde se apoyó él el viernes y por donde ahora están entrando Crescencia y Orencia, seguidas de Carolina, otra de los miembros de mi equipo.

Me obligo a alejarlo de mi mente de una vez y a centrarme en lo que debo, en mi trabajo. «Puede que esto no sea alta costura —pienso, sacando los bocetos con los que he estado trabajado este fin de semana—. Puede que D’Elkann no forme parte de la Chambre Syndicale de la Haute Couture, la comisión reguladora francesa que lleva años estipulando qué es y qué no es alta costura. Puede que no seamos franceses y que nuestros vestidos no valgan miles y miles de euros, pero nuestros diseños no tienen nada que envidiar a los de la alta costura parisina», sentencio mentalmente con orgullo, viendo en mi imaginación el boceto que tengo frente a mí en movimiento.

—Tenemos un problema —oigo la voz de Sonia a mi lado, y giro la cabeza para mirarla por encima de mis gafas de pasta.

—Es muy temprano para tener ya un problema, ¿no te parece? —inquiero, molesta. Empezamos bien el lunes.

—En realidad, tenemos este problema desde el viernes, solo que tenía la esperanza de que se solucionara —me confiesa, haciendo una mueca y atrayendo toda mi atención con sus palabras.

—¿Y puedes decirme de qué se trata? —le apremio con sequedad, pues no hay nada que me jorobe más que el hecho de que la gente vaya con rodeos.

—Dante sigue en Italia —me explica y, con su confesión, siento cómo mi corazón da un vuelco.

«Hostia, por supuesto que había trampa.»

—Por su bien, espero que esté aquí mañana a la hora del shooting —le contesto con frialdad, dejando de prestarle atención para dedicarme por completo, de nuevo, a mis bocetos.

—No estará —me asegura, convencida, y, armándome de paciencia, dejo a un lado mis diseños para contemplarla con seriedad.

—¿Y puedo saber por qué? —siseo entre dientes.

—No sé qué ha pasado, pero llevan un retraso impresionante. Ya me llamó el viernes para advertirme de que, si la cosa no mejoraba, no llegaría a tiempo y, te garantizo que, si tú estás cabreada ahora, él lo está más —afirma mientras me mantengo en silencio, matándola con la mirada—. Tendrías que haberlo oído, creo que nunca lo he escuchado soltar más tacos seguidos...

—Que él se cabree o suelte tacos no soluciona nuestro problema —la corto con acritud, levantándome para dirigirme al pasillo, donde se ubica la máquina expendedora de café.

—Lo sé, pero no tienes de qué preocuparte, porque tengo la solución perfecta; de hecho, me la propuso Dante y luego lo hablé con Pilar y le pareció bien —me confiesa mientras rezo para que no sea lo que me temo—. ¿Conoces a Ciro Zabat?

Mierda.

—Sí, lo conozco, y, no, no es la solución que necesitamos —replico, sacándome el café.

—¡Pero si es un fotógrafo buenísimo, María Eugenia! ¿Dónde está el problema? —me plantea, sin entender mi respuesta contundente, que no tengo la menor intención de explicarle—. Y encima tiene la mañana disponible...

—¿Y por qué sabes que tiene la mañana disponible? —la interrumpo con brusquedad, mirándola por encima de mis gafas de pasta, llevándome el café a los labios y quemándome la punta de la lengua.

—Porque he hablado con él —me aclara como si nada.

Me cago en la hostia.

—Y, por casualidad, no hablarías con él el viernes, ¿verdad? —indago, intimidándola con la mirada y sin que me importe lo más mínimo.

—Sí, claro; de hecho, estuvo por aquí y charlamos un poco sobre su curro. Tendrías que ver con quién ha trabajado, alucinarías —me cuenta con admiración, yéndose de nuevo por las ramas, y la miro exasperada, obligándola a centrarse—. Bueno, para el caso, Pilar y yo le detallamos qué es lo que necesitábamos, y nos dijo que no había problema. Por lo que nos contó, y contrastamos, ha hecho cientos de shootings de ese tipo —prosigue mientras siento cómo todo el cabreo que bulle en mi interior sube por mi cuerpo hasta llenar mi cabeza.

—Encuentra a otro, él está descartado —ordeno, siendo todo lo irracional que puedo llegar a ser, porque en realidad sé que él es la opción perfecta para nuestro problema y yo he caído en su trampa.

«Si quieres que nos veamos de nuevo, tendrás que ser tú la que venga a buscarme, pero, si lo haces, tienes que prometerme que luego cenarás conmigo.»

—Tanto Pilar como yo ya estuvimos mirando perfiles y currículums, y no encontramos a ningún otro candidato, no con tan poco tiempo.

—Venga ya, no me fastidies. ¿Quieres decirme que no sois capaces de dar con un fotógrafo disponible en todo Madrid? —le pregunto, exasperada.

—No si debe tener un currículum equivalente al de Dante. Oye, si te vale un fotógrafo cualquiera, no hay problema, al final de esta misma calle hay uno, pero, si quieres un fotógrafo de moda que se ajuste a tus exigencias, la cosa se limita. Tenemos a Dante, que está fuera; a Jesús Serrano, que mañana tiene un shooting con María López, una influencer que está en la recta final de su embarazo; a José Díez, que tiene portada con la revista Alma... y así podría seguir hasta nombrártelos a todos. María Eugenia, llevamos desde el viernes con este tema y Ciro Zabat es la única solución viable que se nos ocurre —me dice, agobiada, y me termino el café de un trago, abrasándome la garganta.

—Pues, entonces, seguid buscando. Estaré en el taller. Quiero una solución a lo largo de la mañana —la presiono, tirando el vaso vacío a la pequeña papelera antes de encaminar mis pasos, furiosos, hacia el ascensor.

«Él lo sabía, sabía que estábamos sin fotógrafo, por eso me propuso ese trato —medito, hundiendo mi dedo, con más fuerza de la necesaria, en el botón de llamada—, y yo caí como una tonta —me fustigo, accediendo al ascensor cuando se abren las puertas, recordando que me pregunté dónde estaría la trampa, sin llegar a encontrarla—. En todo caso, ¿cómo iba a hacerlo si no sabía nada?», me machaco, dirigiendo mis pasos hacia el final del pequeño vestíbulo cuando el elevador abre sus puertas en la tercera planta, donde, tras una doble puerta de acero, se encuentra el Departamento de Confección.

Saludo a Sabina, la jefa de taller, con un movimiento de cabeza a la vez que el sonido de la actividad de este espacio llega a mis oídos y mis sentidos se llenan de todo lo que me rodea; los maniquíes, los primeros en llevar nuestros diseños; las máquinas de coser y las planchas; la mesa de corte, al final del departamento, frente a los rollos de tela, y la zona de trabajo, un poco más alejada, de los patronistas.

—Buenos días —saludo a Juan, uno de ellos, colocándome a su lado mientras el plóter va dibujando las trepas bajo las cuales se colocará el tejido para ser cortado posteriormente.

—Buenos días, María Eugenia —me responde, y observo, hipnotizada, la eficiencia de la máquina, solo que, en realidad, no estoy viendo lo que dibuja, sino a él y su sonrisa insolente—. ¿Todo bien? —añade, sacándome de mi ensoñación.

—Todo perfecto, ¿y vosotros? ¿Cómo vais por aquí?

—Hemos tenido un problema con el último canalé nude recibido. Ven y te lo muestro; Maurice ya está al corriente. Les ha costado la leche poder cortarlo, porque venía con pequeñas manchas negras —me cuenta, yendo hacia la sección de corte, y suspiro, casi imperceptiblemente, siguiéndolo. Joder con este lunes.

—Buenos días, Samuel —saludo a uno de los cortadores.

—Le estoy explicando lo del canalé —le aclara Juan al tiempo que me cruzo de brazos.

—Joder si ha dado por saco —masculla, yendo a por el rollo de tejido y extendiéndolo sobre la mesa para poder enseñármelo—. Fíjate en estos puntos negros. Está manchado.

—Eso es porque la máquina que tejía estaba sucia —afirmo, sintiendo cómo el cabreo que llevo acumulado se duplica ante lo que estoy contemplando—. ¿Qué ha dicho Maurice? —inquiero, frunciendo el ceño y cogiendo el tejido entre mis dedos, con lo que percibo una aspereza que no debería estar presente.

—Que hablaría con el proveedor.

Yo sí que hablaré con él. Hostias.

—Córtame un trozo —le pido con sequedad—. Esto pertenece a Temporada. ¿Greta está al corriente de esta incidencia? —les pregunto, intentando mantener la compostura a pesar de que, en estos momentos, solo deseo coger a Maurice por el cuello y cortárselo a rebanadas.

—No, lleva días sin bajar —me contesta Samuel, y tomo nota mental de hablar con ella.

Tras conversar con Sabina y comprobar con ella cómo llevan los vestidos de la colección Dreams, me dirijo de nuevo a la quinta planta, donde, hoy, más de uno va a desear no haberse levantado de la cama.

—María Eugenia —oigo la voz de Pilar cuando paso frente a su despacho, y me vuelvo para mirarla, sabiendo, de antemano, lo que va a decirme.

—No —suelto, rotunda, antes de que pueda llegar a mencionarlo.

—¡Venga ya! ¿En serio? —replica, divertida, y la miro todo lo mal que puedo, porque ella estuvo con nosotros ese condenado fin de semana en los viñedos y no necesito contarle nada.

—Y tan en serio —constato con sequedad, caminando con seguridad hacia ella—. Se supone que debo estar al corriente de estas cosas, no ser la última en enterarme —le recrimino, molesta, intentando no alzar la voz.

—El retraso de Dante era solo una posibilidad —se justifica.

—Una posibilidad que se ha materializado hoy. Oye, no lo quiero currando para nosotros; antes anulo el shooting, ¿está claro? —concluyo, girando sobre mis tacones para largarme a Diseño.

—Que firme ese shooting no significa que vaya a anillarte —me remarca, risueña, y doy media vuelta para fulminarla con la mirada.

—Ni lo menciones —siseo entre dientes.

—Pues, entonces, deja de comportarte así.

—Así, ¿cómo? —le pregunto con aspereza, y me parece que acabo de encontrarme a la primera que va a maldecir haberse levantado hoy.

—¿Hace falta que te lo diga? Sabes que anular el shooting ahora sería un follón, sobre todo cuando no hay necesidad, y, además, lo retrasaría todo muchísimo. Escucha: a ti te gusta su trabajo, tú misma se lo comentaste cuando Valentina te lo presentó, tiene un estudio que cumple con nuestras exigencias y es un buen fotógrafo. ¿Quieres explicarme dónde está el problema?

«En que me ha tomado el pelo. Ahí está el problema, hostias.»

—Llevo años siendo la diseñadora de esta casa y nunca he necesitado recurrir a él. Sonia está buscando a otro y tú también deberías estar haciéndolo, en lugar de conformarte con la primera solución que te ha llegado. Él está descartado y no pienso volver a repetirlo —afirmo con acritud.

—Que te guste no debería ser impedimento alguno para que trabaje con nosotros —me rebate, absolutamente convencida, cruzándose de brazos... y, si las miradas matasen, ella ahora estaría muerta.

—¿Y quién ha dicho que me gusta? —siseo entre dientes, cruzándome de brazos yo también. Lo que me faltaba por oír.

—No necesito que nadie me lo diga, recuerda que estaba allí para veros —me responde, esbozando una sonrisa—... pero, oye, que tú puedes seguir engañándote a ti misma todo el tiempo que quieras; sin embargo, cuanto antes lo asumas, mejor para ti. ¡Ah!, y a él también le gustas, mucho, y tampoco necesito que nadie me lo diga. Voy a buscar a otro —añade luego, dándose la vuelta para acceder a su despacho, dejándome con un palmo de narices en medio del pasillo.

No, si al final seré yo la que deseará no haberse levantado de la cama hoy. Hostias.

La aspereza del tejido entre mis dedos me devuelve a la realidad y, con la furia instalada en mi mirada y la frustración copando todo mi interior, encamino mis pasos al Departamento de Compras.

—¿Y Maurice? —le pregunto con frialdad a uno de sus ayudantes en cuanto accedo al departamento.

—Está de viaje —me contesta, temiéndose lo peor, y hace bien.

—¿Y cuándo regresa? —le formulo entre dientes mientras todos enmudecen ante mi presencia.

—En un par de semanas —me informa, prudente.

Un par de semanas es demasiado tiempo como para contener esta rabia que está comiéndome por dentro, y no precisamente por no tener fotógrafo.

—¿Tú sabías esto? —le espeto, dejando el trozo de tejido sobre su mesa.

—Sí, algo me habían comentado —me responde en voz baja, intimidado por la furia que desprenden mi voz y mi mirada.

—¿Y?

—Es un tema que está llevando Maurice. No lo sé, María Eugenia.

—Pero sabrás que esta no es la calidad que pedí. ¡Pero si parece una lija! ¡Y encima ha venido manchado! —exclamo mientras él guarda silencio—. ¿En qué estáis pensando? ¿Cuántas veces he de repetir que no podéis comprar lo que os venga en gana? Por si no os habéis enterado todavía, las clientas esperan encontrar calidad en nuestras prendas, ¡no esto! —les recrimino, alzando la mirada para posarla en cada uno de los miembros del departamento, que no están perdiendo detalle de nuestra conversación... y mejor que no lo hagan—. Devolved este tejido, ¡ya!, y dile a Maurice que me llame, quiero hablar con él —le ordeno con sequedad antes de salir del departamento.

Odio a Maurice con todas mis fuerzas, maldita sea.

—María Eugenia —oigo la voz de Sonia cuando voy a acceder a Diseño.

—Si no vas a decirme que has conseguido localizar a otro fotógrafo, no me interesa —le advierto, apuntándola con un dedo, sin soltar el trozo de tejido.

—¡Pero es que...!

—Pero es que nada. Oye, mi lunes está siendo muy lunes, no lo empeores más, ¿quieres? —le pido, entrando en Diseño, dejándola en medio del pasillo con eso que iba a decirme para quien quiera escucharlo—. Greta —la llamo en voz baja, acercándome a ella.

—¿Tengo que echar a correr? —me pregunta, con una sonrisa.

—No estoy para tonterías. Mira esto. —Le muestro el trozo de tejido y lo dejo sobre su mesa—. Manchado y de un gramaje y una composición distintos a los elegidos, y no te habías ni enterado —le recrimino con seriedad—. Eres la responsable de Temporada y Pronto Moda, y eso implica que salgas de este departamento, no solo para asistir a los desfiles, a los fittings, los shootings o para ir de shopping, sino también para bajar a la tercera planta, donde, por si no lo sabes, hay un taller de confección que no te molestas en pisar —sigo reprendiéndola, bajando más el tono de mi voz para no hacer partícipes al resto de los empleados del departamento—. O empiezas a familiarizarte con él o pierdes tu puesto, ¿lo tienes claro? —le planteo con malhumor mientras ella coge el trozo de tejido y lo aprieta entre sus dedos.

—No volverá a suceder —me asegura con seriedad.

—Más te vale —concluyo, consultando la hora en mi reloj de pulsera y comprobando lo tarde que se ha hecho.

El resto de la mañana la invierto en reunirme con Manuel, el director de la compañía, con el que trato diversos temas, entre ellos, el del tejido, para luego reunirme con mi equipo, ansiando poder encontrar un momento en el que poder sentarme frente a mis bocetos sin que nadie venga a molestarme.

—María Eugenia, tienes una llamada de Elkann —me anuncia Sonia, al otro lado de la línea.

—¿Está solucionado ya el tema del fotógrafo? —le pregunto, masajeando mis sienes.

—Sigo en ello.

—No te largues a comer hasta que no lo tengas cerrado. Ponme con Elkann —le ordeno, viendo, de reojo, a todo el mundo enfrascado en su trabajo—. Buenos días —lo saludo en cuanto Sonia me pasa la llamada.

—Buenos días, María Eugenia. ¿Qué tal todo por ahí? —inquiere con voz grave.

—Hazme un favor y despide a Maurice, ¿quieres? —le pido, enfadada, apoyando la espalda en el respaldo de la silla—. ¡Voy a envejecer a marchas forzadas por su culpa! Te juro que odio a ese hombre con todas mis fuerzas.

—Seguro que no será para tanto.

—Qué fácil es hablar desde tu torre de Londres o desde donde sea que estés ahora... por cierto, ¿desde dónde me llamas? —indago, pues vive prácticamente en los aviones.

—En Londres —me confirma, y lo imagino en su enorme despacho, con su pelo rubio, sus ojos azules y su barba recortada... y, aunque esta definición también podría aplicarse a Ciro, en realidad no pueden ser más distintos, pues Elkann es un hombre serio que siempre está concentrado en su trabajo y que no permite que nada ni nadie lo distraiga, todo lo contrario a...—. Necesito que vengas. Tengo que hablar contigo sobre varios temas —me dice, sacándome de mis pensamientos, que me habían llevado de vuelta a él y al brillo burlón de su mirada.

—¿Sobre qué? —le planteo, alejando a Ciro de mi mente.

—María Eugenia, si te pido que vengas es porque no quiero tratarlo por teléfono —me indica con voz grave.

—¿Cuándo quieres que esté allí? —demando, inspirando profundamente.

—El viernes 24, pero no vendrás solo para hablar conmigo —me suelta con solemnidad, captando toda mi atención—. Elton John y su marido van a celebrar una cena benéfica el sábado, cuya recaudación irá destinada íntegramente a la lucha contra el sida, y tenemos una invitación. Quiero que acudas en representación de la firma.

—¿Y tú me acompañarás? —le pregunto, esbozando una sonrisa.

—Sabes que no —me responde, y sonrío más, pues, sin escuchar su respuesta, ya sabía que no iba a hacerlo—. Manuel y tú sois la cara visible de la compañía, no yo —me repite, tal y como ha hecho infinidad de veces.

—Está bien. Le diré a Sonia que me saque el billete —acepto, anotando la fecha en mi agenda.

—Confírmame la hora de tu llegada para ir a recogerte al aeropuerto —me señala, tan atento como siempre, pues, aunque podría enviarme al chófer de la compañía y esperarme en su despacho, nunca lo hace y, siempre que voy a Londres, viene a buscarme personalmente.

—De acuerdo. Nos vemos el 24 —le indico antes de colgar.

—Despídeme si quieres, pero no logro localizar a otro fotógrafo —oigo la voz de Sonia a mi lado, y me obligo a mantener la calma... la maldita y preciada calma—. Todos los profesionales con los que hemos trabajado en algún momento o que me han aconsejado, excepto Ciro, están ocupados.

—Y qué casualidad que él sea el único que esté libre, ¿no te parece? —replico con desidia, asumiendo que voy a tener que ceder.

—En realidad no lo estaba, pero ha sido el único que ha podido dejar libre su agenda para mañana. —«Y ahora, encima, tendré que darle las gracias, no te fastidia», pienso, molesta—. Oye, se está portando superbién... En todo caso, dime qué quieres hacer, porque tampoco quiero joderlo.

«Joderlo, dice —refunfuño con fastidio—. Aquí la única que va a joderse soy yo.»

—Que sea la última vez que sucede algo así y no me lo comunicas en el acto. Quiero saber todo lo que ocurre aquí y me da igual si es una posibilidad o una realidad. ¿Lo tienes claro?

—Clarísimo. Confirmo el shooting con Ciro, entonces —me informa, desapareciendo a toda prisa de mi vista antes de que me eche atrás.

«No tenía que haberme levantado de la cama», me lamento, frustrada, clavando la mirada en el enorme moodboard que domina la pared de enfrente, intentando encontrar la calma en las fotografías que nos sirven como inspiración para la colección que tenemos entre manos.

«Si quieres que nos veamos de nuevo, tendrás que ser tú la que venga a buscarme, pero, si lo haces, tienes que prometerme que luego cenarás conmigo.»

«Por favor», me fustigo, masajeando de nuevo mis sienes. Creo que voy a buscar un puente y a tirarme de cabeza por él, con unos jeans rasgados y una coleta medio deshecha.