Leigh se despertó cansada y nerviosa. Los sueños que la habían asaltado durante la noche se evaporaban ya como la niebla, dejando atrás sólo jirones. Pero sabía que esos jirones eran importantes. Su madre intentaba avisarla de algo, aunque no conseguía recordar de qué se trataba.
Naturalmente, Gavin también había visitado su sueño. Y había vuelto a hacerle el amor, no con la explosión fogosa de la última vez, sino de otro modo, aunque no podía recordar cuál.
—¡Basta! —se dijo con rabia—. Eres ya muy mayorcita para ponerte a fantasear con Gavin Jarret otra vez.
La casa de los Walken estaba tan silenciosa que pensó que todos se habrían marchado ya, pero encontró a Hayley y Bram sentados en la mesa de la cocina.
—Los Walken tenían una reunión —dijo la primera.
—¿Y Nan? —preguntó Leigh al no ver a la cocinera.
Bram sonrió.
—Estás a salvo, esta mañana no te obligarán a desayunar. Nan se ha ido de compras. Oh, y Gavin te ha llamado hace unos minutos. Quiere que os veáis en Heartskeep sobre las doce.
Hayley frunció el ceño.
—¿Seguro que no te importa? —preguntó—. Me siento culpable por haberte pasado el muerto.
—Y tienes motivos, pero no te preocupes. Yo no habría elegido quedarme con la casa, pero no importa. Quiero decirle a R.J. que tire las paredes de arriba. Emily dijo que tenía fotos de antes que podía enseñarme.
—Me pregunto si se salvaría algún archivo del abuelo. Puedes preguntarle a R.J. Bram tiene que ir al pueblo, podemos dejarte de camino, si quieres. Uno de estos días tendremos que ir a Boston a buscar tu coche, y de todos modos tenemos que recoger el correo. Bram terminará de quitar todas las verjas de las ventanas.
—Y tengo que saber lo que queréis hacer con los leones de piedra —añadió el aludido—. Puedo retirar la verja…
—¡Ni se te ocurra! Es una obra de arte —lo interrumpió Leigh—. ¿Por qué no colocamos los leones a ambos lados del porche delantero?
—No es mala idea —asintió Bram—. Como R.J. tiene que reemplazar parte de esa zona, seguro que puede hacer algunos cambios para darles cabida.
—¿Por ejemplo?
Bram tomó una servilleta de papel y empezó a dibujar.
—Si los escalones fueran más anchos y sobresalieran así…
—¡Me gusta! —exclamó Leigh—. Los leones estarían bien a los dos lados.
—¿No parecería una biblioteca pública? —preguntó él.
—Yo creo que no.
—Yo también. Vamos a hablar con R.J. —se animó Hayley.
—¿Por qué no dejas que Leigh desayune antes?
—Gracias, pero yo nunca desayuno. Voy a buscar mi bolso.
Ni siquiera el día soleado conseguía disminuir el aspecto sombrío de la casa. R.J. y sus hombres sudaban trabajando. El primero se secó la frente y se acercó a hablar con ellos.
Examinó el dibujo de Bram y asintió.
—Podemos hacerlo. Y si no os importa gastar más dinero, podemos cambiar todo el porche por piedra y ladrillos para darle un aspecto más uniforme.
Todos miraron a Leigh.
—Me parece bien —dijo ella.
—Te prepararé un presupuesto.
—¿Queréis algo del pueblo? —preguntó Bram.
R.J. y Leigh negaron con la cabeza.
—Vale. Hayley y yo volveremos pronto.
—Vamos a echar un vistazo a las paredes que quieres tirar —propuso R.J.
A pesar del ruido de los obreros y de la luz del sol que entraba por el gran ventanal, Leigh sentía todavía escalofríos arriba. R.J. golpeó varias veces la pared con los nudillos.
—Creo que son paneles de madera. Será fácil quitarlos pero seguramente tendrás que cambiar la madera de debajo.
—De todos modos quería hacerlo.
—Bien. Tengo que inspeccionar las galerías y la estructura de apoyo, pero no veo problema.
—Gracias. ¡Oh! —Leigh dio un respingo al ver un perro negro enorme que subía corriendo las escaleras. Se sacudió y se acercó a ellos como si fuera el dueño de allí.
—¡Lucky, siéntate!
El animal de aspecto feroz se sentó inmediatamente y miró a R.J. con tal adoración que Leigh sintió ganas de reír.
—Lo siento —se disculpó R.J.—. Se supone que debe quedarse fuera, pero sólo obedece cuando le apetece. Espero que no te importe que lo traiga. Si lo dejo en casa se aburre y, cuando se aburre, se pone a comerse los muebles.
—Ah. Bien, siempre que sólo coma muebles y no personas… ¿De qué raza es?
—Imposible saberlo. Lleva mezcla de gran danés y varias razas más. Pero es todo un personaje.
Leigh tendió la mano, un poco nerviosa, y dejó que Lucky se la oliera un momento antes de acariciarlo.
—Engañas mucho. En el fondo eres cariñoso, ¿eh?
R.J. le acarició el lomo.
—Desde luego.
—¿Dónde lo conseguiste?
—Lo encontré en un pozo abandonado en una obra. La tapa de madera se había podrido y Lucky se había caído dentro. El veterinario dijo que debía llevar varios días allí. Tenía dos patas rotas y algunos golpes, pero estaba vivo y contento de que lo rescataran. No lo reclamó nadie, así que pagué la factura del veterinario y desde entonces somos amigos.
El perro ladró alegremente como para rubricar sus palabras, pero cuando R.J. lo llamó para que se marcharan, se sentó al lado de Leigh como si no tuviera intención de marcharse.
—No importa —dijo ella—. Puede quedarse conmigo.
En realidad se alegraba de su compañía. No le gustaba estar sola en la casa, aunque estuviera llena de obreros. Lucky la siguió hasta el estudio de su abuelo, donde, rebuscando entre papeles y agendas, encontró el teléfono de la empresa de jardinería que había instalado la fuente y los aspersores y habló con ellos para pedirles que fueran a hacer un presupuesto.
Cuando colgó, sonrió a Lucky.
—Vamos a estirar las piernas.
El escritorio de su abuelo, antes ordenado, era ahora un desastre, pero consiguió encontrar una libreta y un bolígrafo, con los que fue de habitación en habitación tomando notas de lo que quería arreglar o reemplazar.
Cuando examinaba la sala de estar, tuvo la sensación de que la observaban. Lucky levantó la cabeza, como observando la galería, y ella intentó precisar adónde miraba.
Oía hablar a los obreros y el ruido de la radio que tenían puesta, pero no veía a nadie. Sin embargo, la sensación se intensificó; estaba segura de que la vigilaban. Lucky lanzó un gemido y se pegó a las piernas de ella. Leigh le puso una mano en la cabeza y observó ambas estancias.
Las claraboyas del techo llenaban las habitaciones de luz, aunque la mayor parte de las galerías quedaba en la sombra debido a los paneles de madera oscura que las cubrían. ¿Había un acceso a esa zona? ¿Podía ser que la observaran desde allí? Las sombras parecían más profundas ceca del rincón donde se juntaban las dos habitaciones. ¿Era su imaginación o había visto un movimiento allí?
Lucky gruñó en tono amenazador y a ella se le erizaron los pelos de la nuca. Se abrió la puerta principal de la casa.
—¿Leigh?
—¡Gavin! —corrió hacia él, pero el perro se le adelantó—. ¡Lucky, no!
Gavin clavó los talones en el suelo y recibió el peso del perro, al que acarició y empujó hacia abajo.
—Hola, Lucky. ¿Qué tal?
Leigh se detuvo.
—¿Lo conoces?
—Claro que sí. R.J. y yo jugamos en el mismo equipo de béisbol.
—¿Juegas al béisbol?
—Sí. ¿Qué haces aquí?
—Creo que hay otra vez gente en la casa.
—Y a juzgar por el ruido, bastante gente —entonces pareció notar la tensión de ella—. ¿Qué pasa?
Leigh bajó la voz.
—Tenías razón. Debe de haber una entrada a las galerías. Creo que hay alguien allí.
Los rasgos de él se pusieron tensos.
—¿Dónde?
—No estoy segura, pero creo que se ha movido algo en las sombras entre las dos habitaciones. Lucky también miraba allí y gruñía.
—Lucky es capaz de gruñirles a las hojas, pero vamos a echar un vistazo.
Leigh lo siguió de vuelta a la sala de estar. La zona cerca del rincón ya no parecía tan oscura como antes y la sensación de amenaza había desaparecido.
—Creo que se han ido.
Lucky se acercó al sillón más cercano y se subió de un salto con un gruñido de satisfacción.
—Por lo menos no se lo come —comentó ella.
Gavin sonrió.
—Espera aquí.
—¿Adónde vas?
Él se alejó hacia la puerta frontal sin contestar. Lucky levantó las orejas, pero no se movió.
Gavin regresó con R.J. y una escalera larga extensible.
—No pensarás subir ahí, ¿verdad? —preguntó ella.
—Está muy alto para saltar.
—Eso no tiene gracia. Estás loco.
Gavin se había quitado la chaqueta y la corbata fuera, pero llevaba todavía el pantalón del traje y una camisa blanca.
—Te vas a estropear los pantalones —le advirtió ella.
Los dos hombres apoyaron la larga escalera en la barandilla de la galería, cerca de una columna de mármol.
—Los llevaré a la tintorería.
Leigh contuvo el aliento y lo observó subir mientras R.J. le sujetaba la escalera. La galería estaba entre cinco y siete metros por encima de ellos. Si se caía, se rompería el cuello.
No se cayó. Se detuvo a observar la galería antes de pasar la pierna por encima de la barandilla.
—Ten cuidado —le advirtió R.J.—. No hemos comprobado la solidez de ese suelo.
Gavin lo golpeó con los pies.
—A mí me parece sólido. Hay algo de polvo, pero no hace mucho que lo han limpiado, lo que significa que debe de haber un modo de entrar y salir, aunque, si había alguien aquí, ya se ha ido.
Se apartó de la barandilla.
—¿Me veis todavía?
—Sí —repuso ella, nerviosa.
Él penetró más en las sombras.
—La camisa blanca es fácil de ver —añadió R.J.—. No, ahora ya no se te ve.
—Pero yo a vosotros sí —repuso él—. Susurrad algo.
—¿Qué quieres que susurre? —preguntó Leigh con suavidad.
—La acústica es perfecta. Se oye todo.
—Es posible que los paneles de madera actúen a modo de fuelle —dijo R.J.
—¿Gavin? ¿Qué estás haciendo? —preguntó Leigh.
—Busco una puerta.
—Voy a subir —anunció R.J.—. Sujétame la escalera, Leigh.
La joven obedeció y él subió con una rapidez asombrosa y poco después desaparecía de la vista.
Leigh no podía oír ni siquiera sus pasos. La idea de que alguien hubiera podido estar allí todos esos años y observar todo lo que pasaba abajo le resultaba desconcertante. Los hombres reaparecieron varios minutos más tarde. Ella sujetó la escalera para R.J., quien, a su vez, se la sujetó a Gavin.
—Tiene que haber una puerta —gruñó éste—. Nadie va a subir hasta ahí con un aspirador.
—Estoy de acuerdo, pero está muy escondida. Subiré más tarde con una linterna y echaré un vistazo. Supongo que está disimulada entre los paneles de madera, pero necesito luz para ver las junturas y no quiero dar la electricidad hasta que terminemos algunas obras.
—¿No podemos usar tu generador?
—Sí, pero antes tengo que conectarlo a algo.
Los tres se volvieron al oír la puerta principal, por la que entraron Hayley y Bram.
—¿Qué pasa? —preguntó la primera.
—Estaban revisando las galerías.
—Leigh piensa que había alguien ahí —añadió Gavin.
—¿Y cómo iba a subir ahí? —preguntó Bram.
—Eso es lo que intentamos averiguar.
—Fuera hay una furgoneta de jardinería y un remolque con un contenedor grande.
—Tengo que irme —anunció R.J.
Lucky saltó del sillón para ir a recibir a los recién llegados.
—¿Qué es eso? —quiso saber Hayley.
—Te presento a Lucky —dijo Leigh—. Es de R.J., pero no te preocupes, no hace nada. ¿Quieres hacerme un favor y enseñarle al señor Franklin, el jardinero, lo que hay que hacer ahí fuera mientras yo hablo un momento con Gavin?
—Bien.
—Vamos, Lucky —dijo Bram.
El perro los siguió fuera.
—Dijiste que vendrías a las doce —dijo la joven a Gavin.
—La señora Carbecelli ha decidido que no iba a cambiar el testamento después de todo. ¿Estás segura de que había alguien ahí arriba?
—No estoy segura de nada. Yo no he visto a nadie, pero tenía la sensación de que me observaban y de pronto el perro empezó a gruñir. ¿Has encontrado algo?
Él sacó una envoltura de chicle del bolsillo.
—Eso puede llevar siglos ahí —comentó ella.
—No lo creo. Todavía huele a menta. ¿Conoces a alguien que coma chicles de menta?
Leigh negó con la cabeza.
—Anoche, cuando nos íbamos, me pareció oír cerrarse una puerta —le informó él.
—¿Y por qué no dijiste nada?
—Porque me pareció más prudente sacarte de aquí. Vamos a terminar la gira que empezamos ayer.
—¿Y qué hay del señor Franklin?
—Puede ocuparse Hayley, ¿no? —Gavin hizo una pausa—. Ni tu hermana ni tú sabíais que hay un acceso a las galerías—. ¿Quién crees tú que lo sabía, aparte de tu madre y tu abuelo?
—No lo sé. Tal vez la señora Walsh y Kathy.
—Tenemos que hablar con ellas. ¿Qué me dices de Eden y Jacob?
—Eden no sé, pero no creo que Jacob sepa algo que nosotras desconocíamos.
—¿Has hablado con alguno de ellos desde la reunión en mi despacho?
—No. ¿Por qué? ¿Tú crees que puede ser alguno de ellos? —no le gustaba la idea de Eden espiándola desde la galería.
—Todo es posible —Gavin empezó a subir la escalinata—. ¿Y el padre de Jacob? ¿Tiene contacto con la familia?
Leigh vaciló un instante.
—Hayley le preguntó una vez a Jacob por su padre y él le dijo que había muerto cuando era pequeño, pero no está muerto. Yo lo sé porque un día, cuando yo tenía unos doce años, vi una pelea en el vestíbulo. Eden y mi abuelo discutían con un hombre y Eden le gritaba que había renunciado a los derechos sobre su hijo el día en que nació y que ella no le debía nada. Mi abuelo le dijo que si no quería volver a la cárcel, no se acercara a nadie relacionado con Heartskeep.
Gavin frunció el ceño pensativo.
—No tenía que habértelo dicho —comentó ella—. Ni siquiera se lo conté a Hayley.
Él le puso una mano en el brazo.
—Yo no se lo diré a nadie. Sólo quiero saber si puede haber más gente relacionada con Heartskeep.
—No creo que debas preocuparte por el padre de Jacob. El año que empezamos la universidad, oí a Eden que le decía a Marcus que había vuelto a la cárcel y que esta vez se haría viejo allí.
—Interesante.
Leigh, avergonzada por revelar cosas tan íntimas, cambió de tema.
—¿Qué hacemos aquí arriba?
—Quiero echar otro vistazo a las alacenas de ropa.
—¿Crees que la entrada estará ahí?
—Me parece el lugar perfecto para ocultar una entrada. ¿Qué niño va a prestar atención a una alacena?
A Leigh se le aceleró el corazón. Había visto a Kathy entrar y salir a menudo de las alacenas y nunca había pensado mucho en ello. Él abrió la primera, cuyos estantes estaban llenos de sábanas y colchas. La de al lado contenía artículos de limpieza y de papel.
—¿Tu abuelo tenía acciones en la industria del papel higiénico?
—Hay trece baños en esta casa —le recordó ella.
—¿Ves? Te dije que esto era una posada —miró el aspirador, las fregonas y demás artículos. En la parte de atrás, un carrito parecido a los que usan en los hoteles tapaba la pared. Lo apartó a un lado y la miró con las cejas enarcadas.
—Vale, crecí en un hotel —musitó ella—. Demándame.
—Prefiero besarte.
A ella le dio un vuelco el corazón, pero él ni siquiera la miró. Volvió a examinar la pared y ella decidió que debía haber oído mal.
—¡Bingo! —exclamó Gavin.
—¿Qué has dicho?
Él se volvió a mirarla.
—He dicho bingo.
—No, antes de eso.
Todo cambió. Ella lo sintió en cada fibra de su cuerpo. Él la miraba a los ojos.
—No puede ser que te sorprenda que quiera besarte.
La alacena parecía de pronto mucho más pequeña. Su mente se quedó en blanco y sus pulmones olvidaron respirar.
—Tenías los labios más suaves que he probado nunca —musitó él.
—¿Cómo puedes decir eso? —los labios de él no tenían nada de suaves. Ella los recordaba firmes y osados… como todo el resto de él.
—Porque es cierto.
—Estoy segura de que has probado muchos.
Los ojos de Gavin brillaron de regocijo.
—¿Celosa?
—No.
Retrocedió un paso y chocó con el aspirador.
Gavin se dijo que no fuera idiota. Se sentía atraído por ella, pero no debía pasar a la acción, aunque el anhelo con que lo miraba lo excitaba muchísimo.
No pudo reprimirse y le tocó la barbilla. Los labios de ella se estremecieron en una invitación silenciosa. Él le pasó el pulgar por el labio inferior y bajó la cara despacio para besarla.
Su intención era darle un beso sencillo… un beso casto. Algo que eliminara parte de la tensión que había empezado a acumularse en su interior desde que había vuelto a verla. Pero su cuerpo se llenó de necesidad en cuanto la besó.
Ella cerró los ojos y se apoyó en él. Gavin sintió la presión de sus senos en la camisa y profundizó el beso, que se volvió apasionado.
Alguien gritaba su nombre en la distancia. La boca de él buscó un punto sensible detrás de la oreja y se vio recompensado con un maullido de placer que bloqueó el sonido; él volvió a besarla con fervor ansioso.
—¿Gavin? ¿Leigh?
Los dedos de ella rozaron los botones de su camisa.
—¿Leigh? ¿Dónde estáis?
La voz de Hayley penetró al fin en su conciencia y Gavin apartó la boca y levantó la cabeza. Se estaban besando dentro de una alacena, con obreros a muy poca distancia de ellos.
—¿Leigh? ¿Estáis aquí?
La expresión de deseo de ella hacía que resultara muy difícil no ignorar todo lo demás y tomar lo que los dos deseaban tanto.
—Seguramente no me oye con tanto ruido —dijo la voz de Hayley—. Enseguida bajo; voy a mirar en su cuarto.
Gavin la soltó y Leigh dejó caer los brazos con expresión sorprendida. Intentó retroceder y chocó con el aspirador. Escobas y fregonas cayeron al suelo.
Gavin extendió los brazos para evitar que cayera y la apretó contra su pecho.
—Cuidado —dijo con gentileza.
La puerta estaba entreabierta. Hayley la empujó y los miró sorprendida.
—¿Qué hacéis aquí?
Gavin mantuvo la presión en los antebrazos de Leigh para que permaneciera de espaldas a su hermana hasta que recuperara la compostura.
—Intentar evitar que tu hermana se caiga encima de todo —dijo, sorprendido de que su voz sonara tranquila.
Leigh inhaló con fuerza y se soltó de él.
—Yo no soy la que ha retrocedido sin avisar —replicó.
Se volvió con rapidez y empezó a levantar artículos caídos. Se había sonrojado, pero Gavin no podía por menos de admirar su presencia de ánimo. Con suerte, su hermana achacaría el sonrojo a irritación y embarazo y no a un abrazo apasionado.
—¿Pero qué hacéis aquí dentro? —preguntó Hayley, inclinándose a ayudar.
—Buscar una salida a la galería —comentó él.
—¿En una alacena?
—¿Se te ocurre un lugar mejor para ocultarla? —preguntó Leigh.
—No. Debo admitir que jamás se me habría ocurrido mirar aquí. ¿Pero no puede esperar? El señor Franklin tiene que irse.
—Vete, Leigh —dijo Gavin—. Yo colocaré esto.
Ella lo miró a los ojos.
—Vuelvo enseguida —dijo con firmeza.
—Cuando quieras. No voy a ir a ninguna parte.
—Espérame aquí. Y no se te ocurra acercarte a la galería hasta que yo vuelva.
Salió al pasillo y Gavin la observó alejarse mirando la oscilación de sus caderas bajo el pantalón corto rosa. Cuando dobló el recodo que llevaba a las escaleras, se volvió y lo pilló observándola. Su rubor se hizo más intenso. Gavin le guiñó un ojo y Hayley los miró a los dos con curiosidad.
Gavin se dirigió al cuarto de baño con el sabor y el aroma de Leigh pegados a su cuerpo todavía duro.