—¿Qué pasa aquí? —preguntó Hayley en cuanto Leigh cerró la puerta detrás del paisajista.
Su hermana no fingió que no entendía la pregunta, pero sí intentó aplazar lo inevitable.
—Creo que Gavin ha encontrado una salida a la galería.
—Dime que no sigues quedada con él.
—No digas tonterías.
Hayley cerró los ojos un instante.
—No tenía que haberte dejado esta casa.
—Estoy de acuerdo, ¿pero qué tiene eso que ver?
—¡Te estabas besando con él en una alacena! ¿Ya has olvidado el daño que te hizo la última vez?
—Eh, un momento. Gavin no me hizo daño adrede.
—Vamos, Leigh. Yo estaba allí. Estabas loca por él, ¿recuerdas?
—Lo que recuerdo es que me salvó de ser violada, le dio una paliza a Nolan por haberme drogado…
—¿Sí?
—Sí. Y estaba dispuesto a afrontar un cargo de asesinato antes que arruinar mi reputación. Y pasó semanas dándole la lata a Emily hasta que estuvo seguro de que no me había dejado embarazada. Y ahora se esfuerza por ayudarnos como abogado. Ya no tengo diecisiete años y no soy una ingenua. Y si quiero besarme con él, es asunto mío.
Hayley iba a responder, pero desvió la mirada por encima del hombro de su hermana. Leigh se volvió y se encontró a Gavin en mitad de las escaleras.
¿Cuánto había oído?
Aunque sintió que se ruborizaba, se negó a apartar la vista de él.
—Como Hayley es la hermana mayor, tiene complejo de madre —comentó.
—Eso desde luego —asintió Hayley.
Se abrió la puerta de la casa y entró Bram.
—Te lo advierto —Hayley apuntó a Gavin con un dedo—. Si le haces daño a mi hermana, responderás ante mí.
—Hayley, cállate. Soy muy capaz de dirigir mi vida.
Bram observó la escena un momento.
—¿Qué pasa? —preguntó a Gavin, que bajaba el resto de las escaleras.
—Nada —contestó Leigh.
—Ya me ocupo yo —habló Hayley al mismo tiempo.
—Si quieres intimidad en esta casa, te aconsejo que no te metas en una alacena —le aconsejó Gavin.
Bram se relajó.
—Lo tendré en cuenta.
Hasta Hayley pareció relajarse. Sonó el móvil de Bram.
—¿Diga? —escuchó y lanzó un juramento—. Vale, cálmate. No, has hecho lo correcto, no podías hacer otra cosa. Voy para allá. ¿Seguro que estás bien? Sí, vale. Llama a los otros.
Hayley lo tomó del brazo.
—¿Tu padre?
—Sí. Mi hermano lo ha encontrado esta mañana tirado en el suelo de la cocina. Tengo que irme.
—¿Hay tiempo de pasar por casa de los Walken a recoger unas cosas?
—Hayley, tú no tienes por qué…
—Sí —repuso ella con firmeza—. Sí tengo.
Bram la abrazó con fuerza y cerró los ojos un instante.
—No era así como quería presentarte a mi familia —dijo.
Hayley se apartó un poco.
—No digas tonterías. Eso no importa.
—Puede que tenga que estar allí varios días —comentó él.
—Sólo tardaré dos minutos en preparar una bolsa.
A él se le iluminaron los ojos.
—Te doy cinco.
Hayley se apartó de sus brazos.
—¿Leigh?
—Vete —dijo su hermana—. Siento lo de tu padre, Bram. Espero que se mejore.
—Yo también.
Minutos después, Leigh los observaba alejarse desde el porche. La familia de Bram vivía en Murrett Township, un pueblo de las colinas a una hora de camino de Stony Ridge. Si Marcus no lo hubiera contratado para construir la verja y los barrotes de Heartskeep, posiblemente Hayley y él no se habrían conocido.
—¿Es Bram la razón de que Hayley no quiera la casa? —preguntó Gavin.
—En parte sí. Está locamente enamorada y él tiene mucho orgullo. Pero creo que la verdad es que Heartskeep ya no es nuestro hogar. El corazón de Heartskeep murió con el abuelo.
—Leigh… —dijo él con suavidad.
Un grito de mujer cortó el aire. Gavin bajó del porche y corrió hacia el lateral de la casa. Leigh, atónita, tardó un instante en seguirlo.
Cuando llegó a la puerta lateral, vio a Eden que gritaba y se debatía con Gavin en un intento por recuperar un cuchillo grande de cocina. Lucky enseñaba los dientes y gruñía a poca distancia de ellos.
—¡Eden, basta! —gritó Leigh—. ¡Te va a atacar!
La mujer se volvió hacia ella con el rostro contorsionado por la furia. Entonces vio al perro y se quedó paralizada.
—Lucky, ven aquí. No pasa nada, perrito, ven —lo llamó Leigh.
El animal no apartaba los ojos de los otros dos.
—¡Lucky! —gritó R.J. detrás de Leigh—. ¡Ven aquí!
Otros se acercaban con él, pero todos se detuvieron al ver lo que sucedía.
—¡Lucky!
El perro dejó de gruñir al oír la voz de su amo, pero seguía sin apartar la vista de Eden y Gavin.
—Muy bien. Vamos, Lucky —dijo R.J. con suavidad.
El perro se volvió de mala gana.
—Eso es. Ven aquí.
Durante un rato no se movió nadie. Lucky corrió al fin hacia R.J. y Leigh respiró hondo.
—¿Esa bestia horrible es suya? —preguntó Eden.
Lucky giró la cabeza y soltó un ladrido. Eden dejó de moverse de nuevo.
—Sí, señora —R.J. sujetó con firmeza el collar del animal.
—¡Lléveselo de aquí! ¿Me oye?
—Te oyen desde el pueblo, Eden —intervino Leigh cuando el perro empezaba a gruñir de nuevo—. Lo estás enfureciendo. Cálmate.
—¡Estaba escarbando en el jardín!
—Y usted lo perseguía con un cuchillo —anunció Gavin.
Leigh dio un respingo y notó que R.J. se ponía rígido a su lado.
—Lo vi correr hacia allí —dijo Eden con voz cargada de emoción—. Sabía lo que iba a hacer.
—Comprueba que no está herido, R.J. —dijo Gavin—. Creo que le he quitado el cuchillo antes de que le hiciera daño, pero no lo sé de cierto.
—¡Estaba escarbando en el jardín! —volvió a gritar Eden.
Lucky se lanzó en su dirección. Por suerte, R.J. lo sujetaba con fuerza del collar, pero tuvo que emplearse a fondo para contenerlo.
—No diga ni una palabra —advirtió Gavin—. Si no quiere que el perro la ataque.
—Vamos a meterlo en la casa —sugirió Leigh.
Abrió la puerta y R.J. consiguió meter al perro en la cocina. Los obreros volvían ya a su trabajo.
—¿Se puede saber qué hacías? —preguntó Leigh cuando hubo cerrado la puerta detrás del animal.
—¡Estaba escarbando en las rosas! —gritó la mujer.
—¿Y qué? La mayoría están destrozadas.
—Pero… ¡pero allí fue donde murió Marcus!
Leigh la miró sorprendida. Eden estaba temblando. Tenía la cara blanca a excepción de dos manchas de color en las mejillas. Nunca se le había ocurrido que pudiera haber querido a Marcus. Hayley y ella habían especulado a menudo sobre esa relación, pero los dos eran tan fríos que siempre les había parecido más profesional que otra cosa.
Cuando, dos años después de la desaparición de Amy Thomas, Marcus pidió el divorcio de ella y se casó con Eden, Leigh al principio se puso furiosa. Pero acabó por llegar a la conclusión de que se trataba de una boda de conveniencia. Así tenía a la enfermera en casa y de paso alguien que se ocupara de la parte doméstica.
Nunca había pensado en el motivo de Eden para casarse con él. El amor, simplemente, no había entrado en sus cálculos. Pero quizá se había equivocado, ya que nunca la había visto tan alterada.
—No toleraré que esa horrible bestia escarbe en el jardín —gritó.
—Está bien, Eden —repuso Leigh con gentileza.
—Tranquilícese —dijo Gavin.
Eden se soltó y corrió a su coche. Leigh intercambió una mirada con Gavin y le gritó que esperara. Estaba demasiado alterada para conducir. Pero Eden había puesto ya el motor en marcha.
—Déjala —le aconsejó Gavin.
La observaron alejarse por el camino. Leigh se pasó una mano por el pelo.
—Ni siquiera sabía que estaba aquí.
—Yo tampoco —dijo él pensativo.
—Lucky está bien —anunció R.J. cuando entraron—. Nunca lo había visto así. Lo siento mucho. A partir de ahora lo dejaré en casa.
—Ni se te ocurra —Leigh acarició al animal.
—Yo también gruñiría si esa mujer me persiguiera con un cuchillo —señaló Gavin.
—Tiene razón —dijo ella—. Sólo quería decirle que estaba dispuesto a defenderse; era ella la que parecía un animal salvaje. Lucky es un caballero, ¿verdad?
El animal le dio unos lametones en la cara.
—Yo pagaré cualquier daño que haya causado —declaró R.J.
—Por favor. En este momento no puede causar ningún daño. Eso es una jungla. Puede escarbar todo lo que quiera. Acabo de contratar a alguien que se encargue de los jardines.
R.J. se pasó una mano distraída por el pelo.
—Esto es muy raro. Nunca lo he visto escarbar en la tierra. En mi casa tenemos un jardín grande y jamás ha hecho ni un agujero. No entiendo lo que le ha pasado.
—A lo mejor perseguía saltamontes —sugirió Gavin.
—No importa, de verdad —intervino Leigh—. Eden ha exagerado mucho. Ni siquiera sé qué hacía aquí. Yo creía que ya se había llevado todas sus pertenencias.
—Tienes que cambiar las cerraduras —comentó Gavin—. No sabemos quién tiene llaves de aquí y no queremos que la gente entre y salga a voluntad hasta que hayas hecho un inventario de todo.
—Pero sus pertenencias…
—Nos ocuparemos de que las reciba, pero tienes que empezar a controlar lo que ocurre dentro y fuera de la casa. ¿Conoces a algún cerrajero, R.J.?
—Lo cierto es que sí. ¿Quieres que la llame?
—¿Leigh?
—De acuerdo. Si tú crees que es necesario…
—Lo creo. No podemos pedir que reinstalen la alarma hasta que R.J. termine las paredes y ventanas exteriores.
—Dadme un par de días más. Tengo problemas de entrega. Hasta entonces, procuraré que nadie pueda entrar en la casa cuando terminemos de trabajar por la noche.
—Hazlo —le dijo Gavin.
—Pero seguirás trayendo a Lucky, ¿verdad? —preguntó Leigh.
El constructor asintió.
—Intentaré vigilarlo mejor.
—No importa, en serio. Y tampoco me importa que se coma un sofá. Es un buen perro, ¿verdad, Lucky?
El animal ladró su asentimiento.
—Encargaré las cerraduras y volveré al trabajo —R.J. sacó su teléfono móvil—. Vamos, Lucky. A ver si eres capaz de no meterte en líos en toda la tarde.
—Yo quiero terminar esa gira por arriba —declaró Gavin.
—¿Quieres mirar la galería?
—Después; ahora que sé dónde está la entrada, eso puede esperar. Quiero examinar el resto de las habitaciones. ¿Adónde vas? —preguntó, al ver que ella se dirigía hacia el vestíbulo—. ¿No está más cerca la escalera de atrás?
Leigh vaciló.
—¿Le pasa algo a esa escalera?
La joven se encogió de hombros.
—La usamos tan poco que nunca pienso en ella.
Gavin sabía que no le había dicho toda la verdad.
—¿Por qué la usáis tan poco?
—Por nada.
Él esperó en silencio.
—Si te empeñas… Porque pasa cerca de la habitación de Marcus.
Gavin sintió algo frío en su interior.
—Leigh, ¿Marcus alguna vez…?
—No —dijo ella con rapidez—. Nunca nos puso la mano encima, pero siempre le tuve miedo. Supongo que te parecerá una tontería, sobre todo ahora que está muerto.
—No, no me lo parece.
Leigh apartó la vista y subió deprisa las escaleras. Gavin la siguió más despacio, mientras pensaba en los diversos modos en que podía un padre maltratar a sus hijos.
Leigh se detuvo a esperarlo arriba. Curiosamente, el pasillo estaba oscuro en ambas direcciones y no le costó entender que unas niñas no quisieran usar esa escalera.
—Estaba pensando —dijo ella—. Que debía ser Eden la que me miraba antes desde la galería.
Gavin asintió.
—Me pregunto si estaría aquí anoche.
—No vimos su coche.
—No lo buscamos. Quizá estaba en el garaje.
—O aparcado cerca de los antiguos establos, donde trabaja Bram. Tú no crees que esté robando cosas, ¿verdad?
—Alguien lo ha hecho, Leigh. Falta mucho dinero.
—Pero ése fue Marcus, ¿no?
—Puede. En este momento están investigando sus finanzas.
—¿Pero por qué no pagaba el señor Rosencroft las facturas directamente?
—Marcus era médico y era vuestro padre. Ira no tenía motivos para desconfiar de él. Vivía aquí y a Ira cada vez le costaba más trabajo moverse. Pensándolo bien, su decisión de crear una cuenta para lo gastos de la casa no fue buena idea, pero en su momento tenía sentido. ¿Quieres apostar a que Eden tenía acceso a esa cuenta después de su matrimonio con Marcus?
Leigh abrió mucho los ojos.
—¿Cuál era el cuarto de Marcus? —preguntó él.
Leigh señaló una puerta cerrada a la izquierda del pasillo. Se acercó y giró el picaporte con cuidado. La puerta se abrió.
—¿Puedes creer que nunca he entrado aquí? —preguntó ella.
—¿Nunca?
Leigh negó con la cabeza. Buscó con la mano un interruptor, pero cuando lo apretó, no sucedió nada, ya que la luz seguía cortada. Gavin entró en la estancia y apartó los cortinajes pesados que cubrían las ventanas.
La habitación era espaciosa y cómoda, a pesar de estar atestada de muebles pesados y oscuros. Un papel verde cubría las paredes; a Gavin no le gustaba, pero al menos era un cambio con respecto a los paneles oscuros.
Una mecedora verde muy gastada miraba a una estantería de libros que tenía una televisión encima. La mayoría de los libros eran sobre rosas y jardinería, pero también había algunos de medicina y revistas profesionales.
—No le gustaba la lectura ligera, ¿eh?
Leigh no contestó. Inspeccionaba en silencio la habitación. En un extremo había una cama grande. Enfrente un escritorio y al lado un frigorífico pequeño.
—Parece que pasaba mucho tiempo aquí —comentó Gavin.
—Marcus era muy solitario.
Gavin abrió con curiosidad un cajón de la cómoda.
—¡Qué raro! Está vacío.
Leigh se acercó a su lado. Pronto descubrieron que estaban todos los cajones vacíos, así como el escritorio. En el armario no quedaban ni perchas.
—Ya sabemos lo que hacía Eden aquí —comentó Leigh.
—Teníamos que haber cambiado antes las cerraduras.
—Según su testamento, se lo dejaba todo a ella. ¿Pero por qué no se ha llevado los libros y la tele?
—Porque seguramente no ha tenido tiempo. Volverá. No quiere dejar nada que podamos encontrar.
Leigh movió la cabeza.
—Eso implica que aquí había algo que encontrar.
—Tal vez sí —Gavin hizo una mueca—. Tengo algunas preguntas para ella. ¿Dónde está su habitación?
—En el otro lado del pasillo.
Cuando salieron del dormitorio, Gavin miró en dirección a la zona de trabajo.
—¿Y esa otra puerta? —preguntó.
—Es el dormitorio que usa Jacob cuando viene. Es uno de los pocos con baño privado.
La estancia era casi alegre. Las paredes estaban pintadas de un azul grisáceo y, aunque los muebles eran también pesados y oscuros, había menos, por lo que la habitación parecía más grande y luminosa. Los cajones de la cómoda estaban igual de vacíos.
—Por lo menos Jacob ha dejado las perchas.
—Tú no crees que él tenga nada que ver con el dinero robado, ¿verdad?
Gavin movió la cabeza.
—No lo sé. Vamos a mirar el dormitorio de Eden.
La cama de ella, como el resto de los muebles, era blanca e innegablemente femenina. Las paredes estaban cubiertas por un papel amarillo con flores azules.
—No es lo que esperaba —musitó él—. Le van más los muebles pesados y oscuros.
—Éste era el cuarto de mi madre —explicó Leigh—. Ella pasó a ocuparlo después de casarse con Marcus.
Los cajones y el armario estaban tan vacíos como en las otras dos habitaciones.
—¿Todos lo armarios están forrados de cedro? —preguntó él.
—Los de las habitaciones sí. ¿Qué hacemos ahora?
—Terminamos de ver el resto de la planta de arriba y luego decidimos lo que vamos a hacer.
—¿Te refieres a acción legal? Gavin, no sé si quiero hacer algo. Por ropa y artículos personales, no.
—Ya hablaremos de eso más tarde.
—Muy bien. La habitación de Hayley está por aquí a la derecha.
Antes de entrar en el otro pasillo, Gavin se detuvo en una puerta que había a su derecha. Giró el picaporte, pero estaba cerrada.
—El desván, ¿verdad?
—Sí.
—¿Tú has estado en él?
Ella se estremeció.
—Una vez, cuando era pequeña. Los desvanes y los sótanos no me gustan mucho.
—¿Por qué?
—Sólo es un desván, Gavin. Hace mucho calor y está lleno de polvo y telarañas.
—Valdrá la pena explorarlo cuando tengamos las llaves. Recuérdame que le pida a la cerrajera que abra estas puertas. Algunas de las cosas viejas guardadas ahí pueden ser ahora antigüedades valiosas.
—Haz lo que quieras. Ya me contarás lo que encuentres.
Se alejó por el pasillo y abrió la puerta del cuarto de Hayley. La estancia era un caos de color y feminidad. En las paredes azul claro había muchos pósters. Los muebles eran de madera oscura de cerezo y mostraban señales de uso. A Gavin no le costaba imaginarse allí a Hayley de adolescente.
—¿Armario? —señaló una puerta a la derecha.
—No, el armario es la otra puerta. Esa da al baño. Mi cuarto está al otro lado.
—¿Te importa que echemos un vistazo?
—No.
Pero apartó la vista, incómoda sin duda. El cuarto de baño estaba limpio y ordenado y los muebles de su habitación eran idénticos a los de Hayley, pero la semejanza terminaba allí. Las dos estancias eran muy distintas y reflejaban la personalidad individual de las dos mujeres.
Allí no había pósters en las paredes, sino dos acuarelas de colores suaves. Había también varias fotografías en la cómoda. Gavin tomó una. Las dos chicas tenían unos doce años y estaban de pie con una mujer encantadora que sólo podía ser su madre.
—Os parecéis a tu madre —dijo. Tomó la otra foto, donde las chicas estaban con su abuelo. Los tres hacían caras en calabazas y reían.
—Teníamos diez años —dijo ella—. El abuelo nos hablaba de una fiesta de Halloween donde todo había salido mal. Era un contador de historias maravilloso.
—Lo echas de menos.
—Todos los días —asintió ella—. ¿Y tú a tu familia?
Gavin recordó de mala gana a sus padres y su hermano mayor.
—Procuro no pensar mucho en ellos —dijo—. Aquel día habían ido a un partido de rugby en el instituto de mi hermano. Yo tenía que quedarme en casa a preparar un trabajo de la escuela atrasado, pero me fui con mis amigos. Mi padre estaba parado en un semáforo cuando un camión cargado de ladrillos perdió el control y aplastó su coche como si fuera de juguete.
—¿Tú lo viste?
Él asintió.
—Cuando volvía a casa.
—Lo siento mucho.
Le puso una mano en el brazo y él la cubrió con la suya. Le secó unas lágrimas con los dedos.
—No llores. Fue hace mucho tiempo.
—Es posible, pero tú no lo olvidarás nunca.
—No —dijo él—. Nunca.
Y el dolor tampoco se iría nunca.
—Habrían estado muy orgullosos de ti —dijo ella.
—¿Tú crees? —movió la cabeza e intentó sonreír. No lo consiguió, pero le apretó los dedos—. Quizá sí.
Retrocedió y miró a su alrededor. Su mirada se posó en la estantería de ella, llena de libros de bolsillo con títulos que iban desde clásicos a novelas de suspense, de amor, biografías e incluso ciencia ficción.
—Me gusta leer —comentó ella.
—A mí también. ¿En tus paredes no hay estrellas de rock ni ídolos del cine?
—Siempre me pareció tonto soñar con lo imposible.
Era lo que él esperaba; sin embargo, según Hayley, ella había estado quedada con él. Aunque aquello no era algo en lo que quisiera pensar en ese momento, no con ella tan cerca y tan vulnerable.
—Sólo queda una puerta más en este pasillo, ¿verdad? —preguntó.
Leigh asintió.
—Era la habitación de soltera de mi madre, pero yo siempre la he conocido como cuarto de invitados.
Gavin examinó un momento la estancia y volvió al pasillo. Los hombres de R.J. trabajaban enfrente de ellos, en los restos de la suite del abuelo.
—¿Tienes hambre? —preguntó—. Ya son más de las cuatro y no he comido nada. ¿Qué te parece si vamos al pueblo y cenamos temprano?
Leigh vaciló.
—Ah… tengo que consultarlo con Emily.
—De acuerdo. Le diré a R.J. que nos vamos y que cierre él. Puedo recogerte en casa de los Walken.
—No hace falta que me invites a cenar —dijo ella.
—Claro que sí. Tenemos que discutir lo que vamos a hacer.
—¿Con Eden?
—Y con el dinero que falta, y con el nuevo sistema de alarma y algunas cosas más.
—¡Ah!
La tensión creció entre ellos. Los obreros de R.J. dejaron de existir. Leigh apartó los ojos de los de él, se echó atrás el pelo y miró fijamente un botón de su camisa. Se lamió los labios y a él le costó un gran esfuerzo no besarla.
—No tienes que preocuparte —dijo—. No me voy a lanzar sobre ti cada vez que nos quedemos a solas.
Tal y como esperaba, ella levantó la barbilla y le brillaron los ojos.
—Por supuesto que no.
—No, pero quiero que pienses en ello de camino a casa de los Walken, mientras piensas una excusa para no cenar conmigo.