Capítulo 8

 

 

 

 

 

Después de eso, Leigh no habría podido decir si la comida era buena. Comió de un modo automático, ensimismada en sus pensamientos de una relación con Gavin. Sabía que una aventura con él presentaría muchos problemas, pero no podían seguir ignorando la situación.

Se hallaban esperando que regresara la camarera con el cambio cuando el cosquilleo en la nuca se intensificó. Había desaparecido un rato, pero había regresado con más fuerza. Miró a la gente sentada a su alrededor.

—¿Sucede algo? —preguntó Gavin.

Leigh asintió.

—Nos están observando —dijo.

Él asintió.

—No sabía que lo habías visto. Vámonos.

—¿Ver a quién? ¿Y el cambio?

—Olvídalo.

Gavin se levantó y ella hizo lo mismo. El restaurante estaba aún más lleno que antes. Una fila de personas esperaba que los sentaran. Gavin la guió hasta el exterior.

—No te apartes de mí —le susurró en el pelo.

Una vez en la puerta, se detuvo un momento a observar la calle con atención.

—Vamos.

Leigh casi tuvo que correr para no perder su paso, pero no protestó. Sentía la misma urgencia.

—Cuando lleguemos al coche, entra y abróchate el cinturón —ordenó él—. Y te agachas.

—¿A quién has visto?

Gavin no contestó.

—¿A Nolan?

—No.

Antes de llegar al coche, oyó que se abrían las puertas con el control remoto. Gavin se dirigió inmediatamente al lado del conductor.

—¿A quién has visto? —preguntó ella cuando puso el motor en marcha.

—Keith Earlwood.

Leigh tardó un instante en establecer la relación. Recordó a un joven alto y delgado que había sido amigo de Nolan. El chico de la sonrisa lujuriosa y la risa irritante. Se le encogió el estomago.

—¿Dónde estaba?

—Cuando comíamos, en la acera de enfrente. Cuando nos hemos levantado lo he perdido.

—¿Todo el tiempo? ¿Estaba todo el tiempo en la acera de enfrente?

—No lo he visto llegar.

—¿Y por qué no has dicho nada?

Gavin salió al tráfico.

—Tiene tanto derecho a estar en Saratoga Springs como nosotros.

—¿Y entonces por qué huimos?

—Porque puede que no esté solo.

A ella se le encogió el estómago.

—Rellenamos los papeles para mantener alejado a Nolan.

Gavin la miró.

—Tú sabías que no haría caso a unos papeles.

—¿Y por qué nos molestamos?

—Para tener un motivo legal para actuar contra él si hace algo.

Leigh movió la cabeza. Observó que Gavin conducía pendiente de los espejos y resistió el impulso de volverse a mirar.

—Ya lo tengo —dijo él de pronto.

—¿Nos sigue?

—Alguien nos sigue. Un utilitario verde oscuro.

—Tú disfrutas con esto, ¿verdad?

Gavin la miró un instante.

—No olvidarás que ahora eres un abogado y no un chico de la calle, ¿verdad?

Él sonrió.

—No te preocupes.

—¿Qué vas a hacer?

—Darle un paseo por la zona.

—Podemos llamar a la policía.

Gavin se metió por una calle lateral.

—¿Y qué les decimos? No ha hecho nada ilegal.

—Todavía —murmuró ella.

Gavin sonrió de nuevo.

—No tengas miedo. Primero quiero comprobar que va solo y después charlaremos un rato con él. Relájate y déjame esto a mí.

A Leigh no le gustaba cómo sonaba aquello. Varias señales indicaban que se dirigían hacia el hipódromo, que a esa hora estaría cerrado al público, ya que la temporada de carreras no empezaba hasta julio.

Frunció aún más el ceño al ver que pasaban de largo. No sabía lo que hacía Gavin, pero era evidente que tenía un destino en mente.

Gavin tomó varios giros más hasta que el único coche que los seguía era un utilitario verde. Cuando su conductor se dio cuenta de que ahora resultaba muy visible, se retrasó un poco. Por lo menos no era una camioneta roja como la que los había sacado de la carretera varios días atrás.

Leigh odiaba recordar cómo la habían mirado Keith Earlwood y Martin Pepperton aquella noche siete años atrás. A menudo se había preguntado lo que habría ocurrido de no haber aparecido Gavin. De los tres hombres, Keith había parecido el menos peligroso entonces. Desde luego, no tenía nada que hacer con Gavin.

Se dio cuenta de que se encontraban en la parte de atrás del parque. Veía los techos de los establos a través de los árboles. Cuando entró en un tramo de carretera que terminaba en una valla, pisó el acelerador.

—¡Agárrate!

Metió la marcha atrás y retrocedió por un camino lateral que ella no había visto. El coche se detuvo de golpe, lanzándola contra el cinturón. Árboles y matorrales cubrían ambos lados del camino. Segundos después pasaba el coche verde.

—Te tengo —dijo él con una sonrisa de satisfacción.

Adelantó el coche y bloqueó la carretera. El otro conductor aún no se había dado cuenta de su error. Detuvo el coche unos pocos metros más allá, pero a cierta distancia de la verja. Parecía estar hablando por el móvil.

—Quédate en el coche y agáchate —ordenó Gavin.

Salió del vehículo, abrió la puerta de atrás y sacó un bate de béisbol del suelo. Leigh dio un respingo.

Earlwood aún no había visto la trampa. Gavin lo vio dejar el teléfono y buscar la palanca de cambios con la mano. Abrió la puerta del conductor.

—Sal del coche, Keith —ordenó.

Earlwood había ganado algo de peso con los años, pero Gavin debía sacarle todavía unos diez kilos. Earlwood soltó un respingo y abrió mucho los ojos al ver el bate de béisbol.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó con voz aguda por el miedo.

—Vamos a charlar un momento.

Earlwood se encogió en su asiento.

—No puedes pegarme. Eres un abogado.

Gavin sonrió

—¿Eso es lo que te ha dicho Ducort?

—Te detendrían.

—Si tú no puedes hablar, no sería fácil —dijo Gavin.

Retrocedió y golpeó la mano abierta con el bate.

—Es un farol.

Gavin bajó la voz hasta un ronroneo grave.

—Vamos a comprobarlo, ¿de acuerdo?

—¡Está bien, está bien!

Gavin decidió que a veces ayudaba tener reputación de malo. Una lástima que Leigh no se dejara intimidar tan fácilmente. La oyó salir del coche, pero en ese momento no podía permitirse el lujo de mirara y reñirla. Seguía con la atención puesta en Earlwood.

—¿No eres ya mayorcito para seguir haciéndole los recados a Ducort, Keith?

—No sé de qué me hablas.

Miró nervioso a Leigh. Su aparición pareció infundirle confianza. Hizo una mueca.

—Tú no vas a hacer nada con ella aquí.

—Al contrario —intervino Leigh—. Yo vengo a verle trabajar. A mí tampoco me gustas.

Gavin la miró sorprendido. Había tomado la pelota de béisbol y la lanzaba suavemente con la mano al tiempo que miraba a Earlwood con expresión fría y dura.

Aquella mujer lo dejaba admirado. No sabía si hablaba en serio o sólo intentaba apoyar su juego, pero la pelota era un buen toque.

—No me gusta que me espíen —añadió ella.

Gavin comprendió que necesitaba controlar la situación antes de que se le fuera de las manos.

—A mí tampoco, Keith, así que, ¿por qué no nos cuentas lo que ocurre? ¿Qué quiere tu amigo que hagas?

—¡Nada! —Earlwood miró a su alrededor y, al no ver a nadie, se encogió de hombros—. Nolan sólo me pidió que os vigilara a los dos, nada más.

—Y tú sigues haciendo lo que Ducort te dice —Gavin movió la cabeza—. Eso no es muy inteligente, Keith. ¿Por qué quiere que nos sigas?

—No lo sé, te lo juro. Yo he tenido algunos contratiempos con el trabajo últimamente. La economía, ¿sabes? Necesito dinero para mi negocio de tintorerías y Nolan me ofreció un préstamo sin intereses si os seguía un par de días. Sólo tengo que llamarle y contarle lo que hacéis, nada más.

La nuez de Adán le subía y bajaba por el largo cuello, pero, a pesar de su nerviosismo, Gavin intuía que decía la verdad. La economía era dura, sobre todo para los hombres de negocios pequeños, y Ducort tenía la costumbre de tragarse negocios en apuros.

Keith buscó apoyo en Leigh.

—Es la verdad, lo juro. Yo no quiero problemas.

—Entonces deberías cambiar de amigos —repuso ella con frialdad.

—No sé nada más de lo que he dicho —insistió Keith—. Nolan se ha enfadado mucho cuando le he dicho que habíais venido al hipódromo después de la cena.

Gavin miró el tramo de carretera que seguía vacío. Sabía que antes o después aparecería alguien y los interrumpiría.

—¿Y por qué se ha enfadado por eso? —preguntó.

—No tengo ni idea. Quería que escalara la valla y averiguara adónde ibais. ¿Te imaginas? Le he dicho que no —Earlwood extendió las manos—. No voy a hacer que me detengan por allanamiento sólo por seguiros.

—¿Y qué tenías que hacer si nos separábamos? —preguntó Leigh.

—Seguir contigo —contestó Earlwood—. Nolan siempre tuvo algo con tu hermana y contigo. En mi opinión, está loco.

—Nadie te ha preguntado —gruñó Gavin. Tendió la mano y sacó las llaves del coche del otro.

—¡Eh! ¿Qué haces?

Gavin se acercó al lado de la carretera y las lanzó hacia el bosque. Earlwood lo miró con furia; avanzó un par de pasos y se detuvo.

Gavin volvió hacia él, que retrocedió varios pasos más.

—No quiero que vuelvas a seguirnos —dijo Gavin—. No me gustaría tener que sostener otra conversación para hacerte comprender que voy en serio.

—La próxima vez que necesites un préstamo, acude a un banco —dijo Leigh.

—Está bien, está bien, ya me retiro. Pero yo que vosotros iría con cuidado —les advirtió Earlwood—. Nolan hace mucho que te odia, Jarret. Y está muy raro desde que mataron a Martin.

Gavin se paró en seco.

—¿Qué sabes tú de la muerte de Martin?

—Nada. Eh, tío, yo no sé nada. Hacía meses que no lo veía. Te lo juro. Ya no nos movemos en los mismos círculos.

Aquello también sonaba a verdad. Tal vez Ducort había conseguido que Keith lo ayudara a hacer algo, pero Gavin no lo imaginaba confiándose a él. Metió la mano en el coche de Earlwood y sacó su teléfono móvil.

—Eh, ¿qué haces? Lo necesito.

Gavin le dio la vuelta y le sacó la batería.

—Una sugerencia, Keith. Creo que puede ser buena idea que desaparezcas un par de días. No me parece que a Ducort le vayas a gustar mucho en este momento. Ha sido un placer hablar contigo.

Se metió la batería al bolsillo y le pasó el teléfono.

—Sube al coche, Leigh.

Por una vez, ella obedeció. Earlwood corrió al lado de la carretera a buscar sus llaves.

—Ahórrate el sermón —dijo la joven cuando ambos hubieron subido al coche. Lanzó la pelota al asiento de atrás y se abrochó el cinturón—. Yo no acepto órdenes de nadie. Y por si lo has olvidado, tú trabajas para mí.

Gavin le cubrió la mano con la suya y ella dio un salto, cosa que indicaba lo tensa que en realidad estaba.

—Un hombre podría hacer cosas peores que tenerte a ti para cubrirle las espaldas.

Ella abrió los labios, pero no dijo nada. Gavin la soltó para eludir una furgoneta.

—Me resulta curioso que Ducort esté muy raro desde la muerte de Pepperton. ¿A ti no?

—Sí.

—Me parece que necesito tener otra conversación con él.

—¡No! —ella le tomó el brazo—. Por favor. Deja que la policía se ocupe de Nolan.

—Me encantaría, pero ellos no pueden hacer nada hasta que actúe y yo no pienso darle esa oportunidad.

—Aunque agradezco tu preocupación, no permitiré que hagas tonterías para protegerme.

—¿Estás preocupada por mí?

—Sí. No quiero tener que cambiar de abogado.

Gavin sonrió.

—En ese caso, te conseguiremos protección profesional.

—¿Te refieres a un guardaespaldas? Por supuesto que no.

—Ducort puede ir a por ti.

—Puedo pedirle el perro a R.J. Su tamaño asustaría a mucha gente.

Gavin pensó un momento.

—No es mala idea.

—Yo lo decía en broma.

—Yo no.

Ella se recostó en el asiento y cerró los ojos.

—¿Qué vas a hacer con la batería del móvil?

—Se la echaré esta noche en el buzón —suspiró Gavin—. Me resulta curioso que Ducort se haya puesto furioso porque estuviéramos en el hipódromo.

—Tú no creerás que él disparó a Martin, ¿verdad?

—Cualquiera puede matar si la provocación es lo bastante fuerte.

—Vale, pero si lo hizo, ¿por qué le iba a importar que estemos aquí? No somos policías, ni siquiera hacemos preguntas sobre él.

—Pero él no lo sabe. ¿No has dicho que el hombre que te ha abordado en el restaurante quería que le dieras un mensaje al veterinario?

—Sí.

—Tal vez tenga relación con el hipódromo.

—¿Y qué?

—No sé. Supón que Ducort tiene la conciencia culpable y que Earlwood le dice que has hablado con un hombre del hipódromo y después vamos directamente allí después de cenar. Si Ducort tiene la conciencia culpable, se sentirá paranoico. ¿Por qué crees que le ha dicho a Keith que saltara la valla y nos siguiera?

Su teléfono móvil sonó antes de que ella pudiera contestar.

—Aquí Jarret.

—Soy R.J. ¿Sabes dónde está Leigh?

—Aquí conmigo. ¿Qué sucede?

La joven se enderezó en su asiento.

—He encontrado algo en la casa. Creo que debéis venir a verlo.

—Estamos volviendo de Saratoga Springs. ¿Quieres decirme de qué se trata?

—Por teléfono no. Os espero en Heartskeep.

Colgó y Gavin hizo lo propio.

—R.J. quiere que vayamos a Heartskeep. Dice que ha encontrado algo que quiere que veamos.

—¿Qué?

—No lo ha dicho.

 

 

Cuando pararon delante de Heartskeep, comenzaba a oscurecer y la casa tenía un aire fantasmal y desierto. La camioneta de R.J. era el único vehículo que quedaba allí.

Lucky ladró desde el interior de la casa y R.J. abrió la puerta antes de que llegaran a ella.

—Siento haber sido tan enigmático por teléfono, pero no quería que me oyera nadie —dijo—. He tenido un pequeño accidente.

Gavin lo miró de arriba abajo.

—¿Estás bien?

—Sí. El accidente ha sido con una de las paredes de arriba. Le he hecho un agujero.

—No te preocupes —dijo Leigh—. Podemos repararla…

—Claro que sí, pero no os he llamado por eso. Lo que quiero enseñaros es lo que he encontrado al otro lado de la pared —sonrió con malicia.

—¿Qué ocurre, R.J.? —preguntó Gavin con cierto enojo.

El otro no dejó de sonreír. Miró a Leigh.

—¿Esta casa tiene muchos pasadizos secretos y habitaciones ocultas?

—¿De qué estás hablando?

El constructor apenas podía contener su entusiasmo.

—Venid conmigo.

Lucky echó a correr delante escaleras arriba.

—Siempre reviso una obra antes de que acabe el día. Hoy he repasado toda la casa en cuanto se han ido los obreros. La cerrajera ha cambiado todas las cerraduras y quería estar seguro de que no quedaba nadie dentro.

—¿Has mirado en las galerías? —preguntó Gavin.

—Sí. Y tú tenías razón, la puerta está en la alacena. Bueno, pues uno de mis hombres ha dejado unas herramientas en el suelo y yo he levantado el martillo, enojado, y he golpeado sin querer una tabla suelta. He intentado agarrarla antes de que cayera y se han caído otras cosas. En el proceso, el martillo que todavía sujetaba ha atravesado el panel de madera.

Apartó la soga que bloqueaba el pasillo del ala izquierda. Un agujero en una de las paredes servía ahora de entrada a la suite del abuelo de Leigh. La parte frontal de la estancia estaba reducida a vigas cruzadas, sin suelo.

—Id con cuidado. No toquéis nada y mirad dónde pisáis. No queda mucho suelo sólido.

Los guió a través del agujero hasta lo que había sido el baño de su abuelo. Las tuberías habían desaparecido junto con las paredes que lo habían separado de la suite.

—Aquí ya hemos terminado de sacar cosas —dijo R.J.—. El suelo que queda está en buen estado, pero tened cuidado con dónde pisáis.

Aunque habían retirado los daños causados por el fuego, el olor a madera quemada persistía todavía en el aire. R.J. miró la pared no dañada, en cuyo panel de madera había un agujero pequeño.

—Pasa la mano por ese panel —le dijo a Gavin.

Leigh lo miró hacer lo que le decían.

—Aprieta —pidió R.J.

Hubo un ruido apenas discernible. Una sección entera de la pared se hundió varios centímetros, como si girara sobre goznes. Se deslizó hacia atrás y mostró una entrada oculta a una habitación pequeña.

Leigh dio un respingo.

—Un diseño ingenioso —comentó R.J.—. Se puede ver que lo instalaron cuando se construyó la casa. Y tu abuelo debía tener los goznes bien lubricados. Esta habitación incluso tiene cables eléctricos. Por desgracia, esta parte de la casa sigue sin electricidad, aunque en el resto ya hay.

Encendió una linterna potente e iluminó la estancia sin ventanas. Las paredes estaban inacabadas y el suelo era de madera desnuda. Una mesa vieja sostenía un ordenador cubierto de polvo, con teclado, pantalla, ratón e impresora. En el suelo, al lado de la mesa, había un archivador metálico; una silla plegable y una lámpara de pie completaban el mobiliario.

—No sabía que esto existía —comentó Leigh.

—Lo suponía. Antes de entrar, fijaos en que mis huellas son las únicas que hay en el polvo —señaló R.J.—. Yo diría que muy poca gente conocía la existencia de esta habitación. Me parece que hace tiempo que no entra nadie.

—Siete años —murmuró Leigh—. Es el tiempo que hace que murió mi abuelo.

Gavin entró en la estancia y pasó la mano por la capa de polvo y hollín que cubría el teclado.

—Hay más —anunció R.J.

Alumbró con la linterna la pared más alejada, donde se veía la silueta de otra puerta.

—Funciona del mismo modo y resulta igual de invisible desde el otro lado. Me encantaría conocer al hombre que diseñó esto.

—¿Adónde lleva esa puerta? —preguntó Gavin. Se acercó a estudiar más de cerca el mecanismo.

—Al otro lado está el armario de un dormitorio —dijo R.J.

—El cuarto de Jacob —le recordó Leigh.

Gavin encontró el segundo mecanismo y abrió el panel. Se agachó para evitar la barra de la ropa y las perchas vacías que colgaban en el armario y entró en éste.

—Cierra el panel —dijo a R.J.—. Quiero ver si puedo abrirlo desde este lado.

Leigh se reunió con él.

—¿Tú dijiste que todos los armarios de la casa están cubiertos de madera de cedro? —preguntó Gavin.

—Sí —musitó ella—. ¿Crees que hay más habitaciones ocultas?

—No lo sabremos hasta que las busquemos.

Una vez cerrada, la entrada resultaba invisible. El panel de cedro la disimulaba, haciendo que pareciera una juntura más. Gavin pasó las manos por los tableros.

—Ya lo he encontrado —dijo—. Cuando sabes lo que tienes que buscar, es fácil. ¿Por qué no pruebas tú?

Leigh intercambió su lugar con él y pasó los dedos por la madera hasta que notó una leve depresión. Empujó con firmeza y la puerta se deslizó sin hacer ruido.

R.J. sonreía todavía.

—¿Qué os parece?

—Me parece que de momento deberíamos guardar esto en secreto.

R.J. dejó de sonreír.

—¿Por qué?

En lugar de contestar, Gavin miró a Leigh.

—Si tu abuelo escondió ese ordenador antes de morir, seguro que tenía un buen motivo.

Leigh abrió mucho los ojos.

—Puede que exagere —prosiguió él—. Pero creo que no queremos que nadie sepa lo que hemos encontrado hasta que lo examinemos bien. Más vale que saquemos el ordenador de aquí.

—Espero que le quitéis bien el polvo antes de intentar conectarlo o podríais provocar otro incendio —señaló R.J.

—Tienes razón.

—Tengo un carrito en mi camioneta —dijo el constructor—. ¿Quieres sacar también el archivador?

—¿Dónde los vamos a llevar? —preguntó Leigh.

—¿A la biblioteca?

Leigh miró a R.J.

—¿Seguro que no queda nadie más en la casa aparte de nosotros?

Gavin se puso tenso.

R.J. frunció el ceño.

—Razonablemente seguro; con una casa de este tamaño no es fácil saberlo, pero Lucky no ha dado la alarma en ningún momento.

—¿Y lo haría si se tratara de alguien que conoce?

—¿Qué estás pensando, Leigh? —preguntó Gavin.

La joven movió la cabeza.

—No lo sé… sólo estoy nerviosa.

Gavin se pasó una mano por el pelo.

—¿Puedes tapar el agujero y que no lo vean tus hombres?

—Claro. Eso no es problema.

—Y bloquea el mecanismo por ese lado —sugirió Gavin—. Seguiremos teniendo acceso por este dormitorio, pero así tus hombres no podrán encontrarlo por accidente, como has hecho tú.

—¿Queréis decirme qué está pasando?

—¡Ojalá lo supiéramos!